domingo, 26 de noviembre de 2017

CONVERSACIONES DE OTRA GALAXIA



Vosotros, los que sois hermanos míos

pobres hombres cercanos y distantes


los que en la alta región de las estrellas


un consuelo soñáis a vuestros males;


vosotros, los que mudos a la noche


débilmente estrellada, alzáis unidas


vuestras delgadas manos dolorosas


y sufrís y veláis en vuestra vida
,

pobre gray vagabundo; navegantes sin estrella


y sin suerte por el mundo
,

extraños, y, no obstante, a mi alma unidos,


devolvedme, afectuosos, el saludo.





Desde la escotilla más próxima, podía contemplar la gran esfera con sus dos anillos, a millones de años luz de mis sentimientos y a escasos besos de ella. 

Yo era el comandante. Los otros dos tripulantes eran Yang Liwei, al que le gustaba que le llamasen por su nombre en chino, 杨利伟  (Yang-Li); entre nosotros, era simplemente el chino. El tercero, perdón, la tercera, era OlgaYelena Serova  Savitskaya, una ucraniana muy atractiva, de rasgos centro europeos y de fuertes convicciones feministas en su juventud.


Yelena Serova


Hacía décadas que la violencia de género había dejado de ser el principal problema en los países de la República Interestelar, y hoy, afortunadamente, era historia, aunque yo debía hacer verdaderos esfuerzos para ocultar mis reminiscencias hombrunas.

Nuestra misión era establecer contacto con la nave que nos había precedido y con la que hacía una década que se había perdido cualquier tipo de señal. Dentro de la nave continuaba la rutina.

—Yang-Li, prueba de nuevo la conexión. 

—Ya lo hago. Creo que estamos en medio de una tormenta magnética y todos los dispositivos están bloqueados!

—Olga, échale una mano al chino. Se comporta como si fuera su primer viaje.


Le hice un gesto a Olga para que se dirigiera al siguiente compartimento insonorizado y climatizado, donde se encontraban los cuadros de conexión. Era nuestro gabinete redentor de fobias, y celos, y un arenal de amor. 

Desde el Centro Espacial nos observaban en todo momento, por lo que desconecté las cámaras manualmente. Simulé  una avería que se volvía  crónica cuando acechaba la pasión entre los dos. A menudo, las inevitables guardias en la nave, las dedicábamos al amor. Nuestros cuerpos se transformaban. Aparecía un fuego interior, que  transmitía candor, hasta que yo, incontroladamente rijoso, la reclamaba, mientras ella suspiraba y me atendía, hasta que los suspiros pasaban a exclamaciones y nos dejábamos ir. Perdida la razón, nuestros cuerpos se desleían entre sudor y placer, más allá del amor, en la más ancha quietud del universo.




  





Los preámbulos eran determinantes para alcanzar el zenit apasionado. En cada encuentro le quitaba el traje con dificultad, lentamente hasta  alcanzar el momento más excitante. Olga, desnuda, con los brazos pegados al torso, el pecho firme y las rodillas ligeramente flexionadas, expandía la provocación. En medio de una absoluta complicidad, emergía el placer, que reteníamos y no dejábamos escapar hasta que ella me daba un leve pellizco en la espalda, que provocaba dolor y excitación, pero ganaba el deseo, para concluir sucumbiendo. 

El chino fingía desconocer la relación. Era su juego. Después de tantos meses intuía los gestos y, desde su falso desconocimiento, nos incomodaba.

—Olga, no te levantes, puedo ir yo- dijo el chino.

Yang-Li, prefiero que vaya Olga a revisar las conexiones. Quiero ocuparme personalmente, para ver si son interferencias o es un problema en nuestros equipos. Quédate al mando, estaremos en la sala de conexiones hasta descartar que sea un problema técnico- le dije con tono de comandante.

—Comandante, estaré atento por si me necesitas- contestó el chino.

Yo, ya no creía en la afabilidad del chino y sí en la perfecta representación de un personaje que saboreaba vivir en la intimidad de los otros, disfrazándose de siervo atolondrado.

Durante los primeros meses de la travesía se sucedieron situaciones parecidas. Hasta que un día, al salir de nuestro refugio, repetidas la excusas y argumentos habituales, Yang-Li no estaba.  Registramos todos los rincones de la nave, había desaparecido, dejando un rastro: estaba abierta una compuerta. La que daba acceso a la nave auxiliar para abandonar el transporte, en caso de emergencia. Había huido con escasas posibilidades de sobrevivir, al menos al amor. Encontramos una nota junto al ordenador de navegación.

"Olga sabes, que finjo. Pretendía extorsionarte  ante el comandante a cambio de mi silencio. 
Confiaba que si no con mi cuerpo, al menos con la mirada podría suplantarte. Pero él sigue enamorado de ti, ignora mi presencia y te continuará llevando a esa maldita sala. El amor no es un arma para intimidar. A mí no me ha servido. No puedo seguir a vuestro lado. Ahora os dejo en manos del silencio y a los pies del infinito"



Javier Aragüés (noviembre de 2017)



















jueves, 23 de noviembre de 2017

EL ARCO CATENARIO EN EL GÓTICO DE GAUDÍ, DONDE LA BELLEZA Y LA RAZÓN TIENEN MORADA.

Íbamos a vivir un miércoles falsamente otoñal, debido a la insensibilidad de los hombres, seguía sin llover. 




Fachada principal del Colegio de las Teresianas de Ganduxer


Descendía por la Ronda General Mitre  -acera norte -con pasos acelerados, buscando la esquina - lado montaña-  de  la calle Ganduxer. 



Allí, un reducido grupo de ciudadanos, denso en sentimientos, esperaba a que llegara una hermana, del reconocido y reconocible, Colegio de las Teresianas del barrio de Sant Gervasi de Cassoles.  




La hermana Montserrat y Josep Mª Ciré


Nos lo iba a mostrar con esmerado detalle. Era un encargo, sin contrapartidas, únicamente pedía atención. Solo las personas de espíritu refinado y capaz de amar, y amar lo que explican, podían lograrlo. Bastaba verla, para ponerte en sus manos. Cara redondeada y rostro bonancible. Buena comunicadora y un tono de voz tan empático, como su aptitud.





Entre nosotros estaba 
Sonia, cómplice.
Neurotransmisora necesaria y dispuesta a sintonizarnos con esa Barcelona tan próxima y, como ella la anunciaba, tan secreta. 

Todo surgía por un encargo de nuestro compañero Josep Mª López Ciré desde la comisión de actividades y con la recomendación del Presidente, Lluis Arboix. Mejor Lluis -así le conocíamos y él se reconocía- que le hacía sentirse admirado y querido. 


Ya estábamos preparados para descubrir otra joya del maestro Antoni Gaudí, que nos regalaba sin pedir nada a cambio. Solo nos obligaba a conocerla, y admirarla. Un mandato, humilde desde el presente, en lo estructural, para compartir y mantener en su conjunto fácil de seguir por el espectacular resultado estético conseguido. Gaudí emitía un dictamen implícito, extensible a su obra, pidiendo respeto y difusión.

Dábamos los primeros pasos hacia el interior del castillo, fortaleza, centro educativo o  convento, no importaba el orden, los dábamos atravesando una puerta que solo abría hacia el interior ya veríamos por qué.

La grandeza, no se hacía esperar. El primer arco que se ofrecía, no era parabólico, a pesar de la apariencia, era un arco catenario. 


Cancelado por la reja de forja de tres hojas, que abría hacia el interior y que en apariencia nos detenía a la vez que una mano invisible nos invitaba a pasar. 
Ya estábamos dentro y atrapados. El ambiente interior, caracterizado por el cuidado y esmero que mostraban las hermanas con la sencillez y la sobriedad, sobrecogía; si no, Gaudí no habría estado presente.

En su trabajo con los arcos  catenarios, Gaudí utilizaba frecuentemente algunos recursos como la simetrización y sobre todo la traslación de los arcos para conseguir efectos especiales. La traslación consistía en una repetición de arcos idénticos con la que se conseguía un efecto de cenefa que nos dirigía hacia un determinado lugar. Lo podíamos ver en los largos pasillos del colegio cubiertos por arcos catenarios, por los largos pasillos donde circulaban estos arcos, permitían un interior de persianas y vidrieras y daban con la solución para la estabilidad del conjunto. 


Arcos Catenarios del interior


A pesar de que el objetivo de la visita era conocer y detallar el conjunto del edificio, no recaía mejor este menester que en la voz de la hermana Montserrat, que continuaba con una generosa y pulcra explicación, mientras, un yo respetuoso, sobrepasado y  conmovido, se detenía bajo uno de los arcos. 

No podía  negar mi agnósia, como una de las señas de identidad. Utilizaba mal esta palabra, para designar las situaciones que tambaleaban mi verdadero sentido agnóstico de la vida, por no decir que lo hundían. 

Quizás, era el lugar, esa síntesis de las tres vidas, la de San Enrique de Ossó, la de Antonio Gaudí y la de Teresa de Jesús, la causa de mi crisis de identidad. Las tres estaban presentes, en forma de esfuerzo, de arte y de ánimo de ese espíritu que infundaba la Santa, todas y cada una,respectivamente.

Para muchos, Teresa era reconocida como la primera Doctora de la Iglesia. Para otros, entre los que me encontraba, era un reto. ¿Cómo  entender el amor místico, entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz? De hecho no dejaba de ser excepcional el admitir su existencia. Era dar un primer paso para entenderlo.

Pero lo más característico, era el título con el que se dirigían a ella las hermanas y así lo corroboraba sor Montserrat: 

"Para nosotras es la Santa". Lo decía en un tono coloquial, que prevalecía al del respeto,  sin perder este último y ratificaba el éxito de Teresa en su catequesis.  




Parte del grupo en la despedida



La visita estaba a punto de concluir. Caminaba con el grupo. Algo se me olvidaba. ¡Ah si! El por qué la puerta de la fachada principal abría hacia dentro. Era la coartada, si es que se podía poner esta palabra en los labios de Santa Teresa, para alcanzar el desarrollo espiritual que coincidía con su visión del alma. Ese progreso era como la de un diamante en forma de castillo, dividido en siete mansiones. Sor Montserrat la había incorporado de manera sintética y nos la trasladaba:

" La belleza está en el interior del castillo. Por eso todos los seres somos bellos, basta buscar y encontrarla ".

Con esa idea, Gaudí construyó la fortaleza. 

sábado, 18 de noviembre de 2017

UN GLOBO HUMANIZADO

¡No puedo más! Llevo más de cinco minutos debajo del grifo. Estoy a punto de reventar. Me siento a la vez, fofo e hinchado. Jaime es el responsable de mi estado. Este chaval, es un niño mal educado. Sus padres no piensan en los demás, son incívicos, pero eso sí, presumen de ser apolíticos. Son un par de iletrados. Se sienten capaces de educar hijos, y son una fábrica de tarambanas.

No dejo de pensar en lo que he sido hasta ahora. Un ser inerte, ligero y casi ingrávido. Estaba sometido al capricho del viento y no por eso era un pusilánime.

Cuando tenía que expresar como me sentía, como me definía, siempre manifestaba:

"Soy libre como la aguja de la brújula, que pudiendo indicar cualquier dirección, siempre señala el norte y lo hace con convicción".

Quizás simplificaba en exceso, si consideraba lo que para Leibnitz era la libertad. Él intentaba conciliar el concepto de voluntad libre, con el de un cierto determinismo. Por lo que mi definición simple, coloquial, recurriendo a un símil del instrumento que servía para orientarse, se veía reforzada. Atisbaba que la libertad no era solo una categoría, era un derecho.

La realidad indicaba que todas estas consideraciones surgía
n debido a que estaba solo, demasiado solo y esa era la explicación de porqué hoy estaba entre las manos de un mequetrefe.


Casi olvidaba que no podía moverme con tal cantidad de agua dentro de mí. Sentía las manos de Jaime manoseándome y hundiendo los dedos sobre mí. Adoptaba cualquier forma caprichosa provocada por los movimientos de la masa de fluido que Jaime me había obligado a ingerir. Y todo esto ¿por qué?









Hay veces que los compañeros no se eligen y aquí entro yo. A Jaime solo le sirvo para hacer gamberradas. Y aunque no puedo rebelarme, eso no impide que sea crítico.

¡Buenooo! Ahora toca correr. Subimos las escaleras, de dos en dos, de tres en tres. Abre la puerta, llegamos a la terraza. Tengo la sensación de que Jaime me va a empujar al vacío. No puedo evitar asomarme desde la balaustrada. Me sujeta entre sus manos y me aprieta, estoy a punto de reventar. Antes de tirarme tengo tiempo para reflexionar.

Ante mí, la gran ciudad. Identifico su perfil-esky 
line  para los  para anglosajones y esnobs- donde la vista busca descansar. La contaminación crea esa neblina tóxica, opaca, densa, amarilla, negruzca, grasienta, pegajosa y a la que todos -casi todos- llamamos esmog. 


Barcelona

Sobre las aceras, apenas distingo puntos gruesos coloreados, se mueven en todas las direcciones.
Todos corren. En aquella esquina, dos discuten, aunque no les oigo. ¡Si, si! aquel es Óscar, el que está en el paro. Con el tiempo se ha atrevido a mendigar y se le ha olvidado querer. Tampoco le quieren. Hoy también, el punto rubio, se detiene. Los demás puntos pasan de largo, apenas le ven. Como cada día, ahí está, ese punto, el blondo, el que se disfraza de amarillo dorado los días que se siente optimista. Al llegar a Oscar, se inclina, le deja una moneda y le susurra algo, desde aquí no la entiendo. Óscar la conoce, sabe su nombre, Alicia. Se comunican sin necesidad de hablar. Hoy Alicia, coge de la mano a Oscar. Se dirigen a un gran parque, al otro lado de la avenida, limpio de esmog.

El oxigeno, las plantas y otras parejas de puntos enamorados, invitan a pasear. Óscar y Alicia se pierden entre los arbustos.

Pasa el tiempo. Jaime me estruja aún más. La situación, para mí, se hace insostenible. Me acerca a la barandilla, saca sus brazos, sigo entre sus manos, me va a soltar. Espera a que haya una mayor concentración de puntos sobre la acera. Abre sus manos. Al caer, noto como penetro en el aire a gran velocidad. Jaime se asoma para ver mi caída. Calcula mal y lo hace en exceso, la barandilla cede y se precipita. Debido a su peso, me alcanza y me sobrepasa.

Alicia y Óscar corren hacia el grupo de gente que se ha concentrado en un de las aceras de la avenida.

Alicia pregunta a una de las personas.
“¿Qué ha ocurrido”

Varios individuos, agitados, contestan.

“¡Una desagracia, una fatalidad! Un muchacho ha caído desde la terraza y todo parece que ha ocurrido por jugar con un globo”.



  (Javier Aragüés, noviembre de 2017)





lunes, 13 de noviembre de 2017

EL CONDICIONANTE


Todo lo que sigue iba a ser el condicionante de esta historia.

Era verano cuando se conocieron, los presentó una amiga de Berta, cómplice en su afán de complacerla. Coincidieron en aquella casa, junto a un grupo de jóvenes. Era un antiguo  secadero de pescado, destartalado, a los pies de la ría. 

Transcurridos unos días, la convivencia se hacía molesta y tediosa. Berta, buscaba el momento para invitar a Aleixo a dar un manso paseo hacia O Grove, y escapar del resto del grupo, que vociferaba a todas horas: cada uno intentaba imponer su criterio, aunque el único argumento fuera levantar la voz, para intentar remarcar su presencia, rodeada de un inexistente atractivo. La convivencia en la casa se hacía tirante, por el reducido espacio y los afilados caracteres. 




Caserón en O Grove



Berta era una mujer deseosa amor. De melena ondeada por la brisa y tintada por la demora de ese afecto que no recibía. No se le asociaba,por su aspecto, con el resto del grupo. Tenía una edad indefinida, en connivencia con una inagotable esperanza, reflejada en las abundantes hebras perlinas que poblaban su cabello. Esbelta, con rasgos que redundaban su figura estilizaba y alcanzaban el atractivo.

Aleixo era un joven reflexivo, taciturno y a la vez, desposeído de rigidez. Buscaba a la compañera, discreta en lo superficial y rotunda en el cariño, para alojarse en sus labios y penetrar en el espesor húmedo, el más selecto de su cuerpo. Aún no lo había conseguido. 

Solo las noches reconfortaban a Berta, que sin ser observada, podía concentrar su mirada en Aleixo y, sin levantar sospechas, invitarle a salir de la vieja casa para respirar juntos y contemplar el mar. 




Plenilunio sobre el mar




Esa masa de agua ultramarina, que durante el plenilunio rebotaba en la lámina brillante de la superficie, parecía seducir a los huéspedes.y difuminar el azul cobalto de la cara del astro. Mientras Berta, sentía la sensación de un arranque impetuoso de color coral, símbolo del amor incipiente de la pareja. Deseaba estar junto a Aleixo. Consiguió espesar al resto de la manada, en el viejo almacén habilitado como mansión. Durante el paseo, Aleixo se atrevió, tras numerosos intentos, a entrelazar sus manos con las de ella. En el primero, de forma casual y atropellada, disimulando los sucesivos contactos errados, para después de unos instantes, permanecer entrecruzadas, a la manera que dicta el amor bermellón, deseado y sin fisuras. 

Ese paseo excitante, iba desembocar en el mar de la pasión, contenida e insatisfecha, sobre la que vivían los dos. Al llegar a la playa de La Lanzada, se detuvieron, se quitaron las chanclas comenzando a caminar sobre la arena húmeda de la orilla, que se teñía de blanco con los embates domesticados del mar e iba dejando las huellas de su amor. 

A él, las pequeñas ondulaciones que se formaban en la orilla le recordaban los bucles zigzagueantes de lo que había sido su vida hasta ahora. Deseaba alisarlos para poderse entregar a Berta sin limitaciones .

Aquel verano Berta, suspendida en su propio abismo, vestía de azul salino, contemplaba el naranja del infinito, mientras escuchaba el rugir del blanco oleaje al romper contra el malecón de sus recuerdos. 




Malecón


El mar removía el fondo ámbar y, como su amor, se deshacía en infinidad de partículas, tantas como las caricias que esperaba recibir de Aleixo para que él se las entregara, sin súplicas. 

Se tumbaron sobre la arena y ocurrió lo que querían los dos.

Javier Aragüés (noviembre de 2017)




sábado, 4 de noviembre de 2017

VOTO DE SILENCIO

Al salir del refectorio, la monja se derrumbó y se apoyó en los senos turgentes de la madre superiora. Pero su gesto arrojaba duda entre la congregación.  

-¿Ese encontronazo, es casual o lo ha provocado? - se preguntaban las hermanas. 

Se repetía en demasiadas ocasiones para atribuirlo al azar, aunque para la mayoría de las monjas, de esa exigua cofradía, no era más que otra torpeza de sor María del Silencio. 


Sor Déspota -así se llamaba la superiora- descubrió la falsa claudicación, la ayudó a incorporarse y la cogió de una mano; juntas se alejaron dejando atrás al resto de la comunidad. Caminaron por el ala oeste del claustro de la abadía, hasta la gran sala capitular, se detuvieron a la entrada y se inició un monólogo. 



MONASTERIO DE VALLBONA




-¿Otra vez, hermana? No hay excusas para tan notable obstinación. ¡Soy tu madre espiritual! -gritaba 
la superiora- que la continuaba increpando. 

-Te amparas en tu voto de silencio para encubrir tus irrefrenables deseos de amor. En esto, también te confundes ¡Solo puedes amar a Dios!- le dijo a voces la priora.

 -Tienes los amores desorientados. Te disculpo, pero no entiendo tú pasión por las mujeres y, menos aún, la que me sugieres para subyugarme -le 
susurró la superiora.

La monja, temerosa, parecía hablar por sus ojos, proyectaba su amor e intentaba acariciar con la mirada el rostro sonrosado y dehiscente de la abadesa, que no parecía aceptar los mimos. 
La madre espiritual ocultaba la debilidad que le producía aquel candor, que al llegar a su espíritu, se transformaba en deseo y a la vez, se esforzaba en distanciarse de aquella pusilánime. 

En el intercambio de sinrazones, la joven monja sustituía su voz por hipidos, condensados en lágrimas, que transitaban por sus pómulos, se dispersaban por los pliegues del hábito y las más audaces, se deshacían, al percutir contra las frías losas del suelo del monasterio.

Por más que los gemidos de la novicia quisieran convertirse en  súplicas, no se apreciaban gestos de ternura
en la avezada abadesa. Ante la insistencia de la débil monja, se despertó la duda en Sor Déspota y  continuó presionándola para que se manifestara.

Parecía que Sor María del Silencio no quería romper el precepto de su voto, por fidelidad a su promesa.También era posible que no pudiera  verbalizar sus sentimientos y a la vez especulaba sobre lo sencillo que sería articularlos, en clave de armonía y afecto. 

Pero la realidad tenía que ver con lo ocurrido aquella noche, en el callejón de la sórdida ciudad. Dejó su vida sumergida en el terror y la condenó  de forma predeterminada, a retorcer su existencia. 
La violencia que ejerció el violador le provocó la pérdida de la voz. No podía hablar. Tampoco podía ignorar que la violación y el hijo no deseado habían dibujado en ella, un tormentoso silencio. Estaba obligada a transformar en virtud lo que era una tara y una lacra para su subsistencia. Decidió tomar los votos y enclaustrase acompañada de su mentira. 

Transcurrió el tiempo en el monasterio entre medias verdades, dentro del silencio más absoluto.

Dado el extremo a donde había recalado, era obligado e inevitable, sincerarse con la superiora.  Intentó llamar la atención de su madre espiritual. Le pidió papel e hizo el gesto de escribir. La curiosidad irrumpió en la priora, que fijaba la vista en la cuartilla y parecía empujar con sus ojos la mano de la víctima. En ese instante, Sor María del Silencio comenzó a escribir.


Javier Aragüés (Noviembre de 2017)