martes, 16 de septiembre de 2014

ENCUENTRO EN EL BEGUINAJE (Relato histórico, actualizado con rasgos feministas) Libro 3

Era inconfundible ese olor a estación que desprendían vagones y locomotoras, se había instalado durante más de un siglo e impregnaba todo el ambiente de la Gare du Nord de París.

Mientras muchas personas corrían hacia las entradas y salidas de la estación, los dos permanecían inmóviles junto a un tren que estaba próximo a salir. Iban a Bélgica por motivos distintos, con el mismo destino y nombre diferente. Rogier iba a Leuven y para Alicia era Lovaina. 

Rogier era belga, de la región  flamenca de Flandes; facilitaba a la sorprendida joven una información que nadie le había pedido, en el momento que Alicia apoyaba su dedo índice sobre el panel de información . Estaba plantada con naturalidad, ante el tablero que mostraba los largos recorridos, mientras escuchaba atentamente. 

Comenzaron a tutearse. Por la manera de conversar parecía que se conocían. Él le explicaba; "Bruselas y París están separadas unos trescientos km. en tren, una hora y media aproximadamente. Cada media hora sale uno. Si cogemos el de las seis  y media, a las ocho menos cuarto podemos estar en el centro de Bruselas; para llegar a Leuven tomaremos un cercanías, salen cada veinte minutos,... en media hora llegamos". 
Lo dijo sin dudar, con intención de impresionarla.

Alicia se presentó a Rogier. Fue escueta. Era una catalana que se consideraba ciudadana del mundo. Ojos almendrados, melena insurgente, “picassianemente” atractiva, de trato cómodo, en contra de toda formalidad. Como profesional era socióloga y politóloga y, como persona, amaba la vida. 

Rogier estaba impaciente, era su turno, pero se contuvo al sonar la megafonía. Una voz prefabricada anunciaba la salida del tren, se apresuraron. La ayudo a subir la maleta al vagón, que estaba prácticamente vació y se sentaron juntos. Desde allí, Rogier pensó que sería más cómodo presentarse y soltó el discurso como era habitual, el mismo que utilizaba para impresionar a sus alumnos, si había alguna joven entre ellos cuidaba aún más los detalles. Empezó por decir su nombre:  "Me llamo Rogier, como el pintor belga del renacimiento, Rogier van der Veyden, que nació en Brujas como yo, pero con seis siglos antes. Soy profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Católica de Lovainainvestigador y especialista en historiografía contemporánea".

Terminado el monólogo la miró para captar la sensación que habían producido sus palabras. Se sentía satisfecho con su trabajo y lo hacía ostensible siempre que podía. Le permitía el contacto con jóvenes de distintas países con los que le gustaba debatir. Los alumnos le llamaban: "el profesor" y le gustaba. Los jóvenes estudiantes acudían cada año  para cursar postgrados o doctorados, lo que exigía mantener al día sus conocimientos. Estaba muy motivado pero sentía un vértigo especial, al ver desfilar jóvenes de la misma edad, curso tras curso, mientras él se enfrentaba a la longevidad, que crecía sin detenerse. 



Rogier al terminar su presentación, sin dejar hablar a Alicia, le explicó la razón de su presencia en la estación. Regresaba a Leuven después de unas largas vacaciones que aprovechaba para compatibilizar con trabajos de investigación, así lo hacía casi siempre. Esta vez en España. Quería conocer los mitos y realidades de la guerra civil en primera persona. Era un trabajo difícil por la escasa documentación, pero consiguió aproximarse por los relatos y recuerdos de los descendientes de ambos bandos, más por los que le proporcionaron los de los perdedores. Los excesos habían permanecido vivos en la memoria de los familiares, de muchos demócratas europeos y de todos los que habían contribuido a los aires de libertad en tiempos difíciles. El desastre estaba en el presente. Los sucesivos gobiernos no sabían o no querían resolverlo. 


Alicia casi obligada, le comentó la razón de su viaje a Lovaina. "El motivo principal es elaborar un estudio que profundice en los primeros vestigios de lo que se considera el incipiente movimiento libertario de las mujeres en Europa". Ambos callaron mientras contemplaban como  árboles y casas  se movían a gran velocidad a través de la ventanilla.

Alicia intuyó, después de escucharle, que podría ser un buen aliado por su formación, su narcisismo desmesurado y ese rasgo de inmadurez que le traicionaba. Un poco o todo, le podría ayudar a cumplir sus pretensiones. Vio el momento para hablar de trabajo y de su peculiar método: "Me sumerjo en bibliotecas, ingiero los documentos relacionados con el tema que estudio y conecto los datos dispersos obtenidos. Por cierto, Si conoces a alguien en la biblioteca de Leuven, me podría ser de gran ayuda". Estas fueron las últimas palabras de Alicia antes de reposar la cabeza sobre el hombro de Rogier y quedarse dormida. 

Al llegar a Leuven Rogier le acompañó hasta la residencia, estaba agotada por el viaje, ocupó su habitación, se acerco a la cama y se desplomó agotada.

Rogier se dirigió a su casa, hizo una llamada, habló con la directora de la biblioteca pública de Leuven; eran compañeros de universidad y recomendó a Alicia para que pudiera acceder a la biblioteca sin problemas y realizar el trabajo de investigación.

Así fue y desde el día siguiente de su llegada a Leuven pasaba largas horas en la sala de archivos. Las contadas interrupciones se producían al imaginar su presencia en los incendios que había padecido la institución  durante las dos últimas guerras mundiales. Los documentos exudaban el inconfundible olor a brasas apagadas que para ella seguían en el aire, en los objetos, después de tantos años de estar extinguido el fuego. 
Exclamaba en silencio: " ¡Qué cantidad de documentos irreemplazables destruidos! Muchos conocimientos históricos perdidos por las acciones de hordas de hombres iletrados y que no podrían ser recuperados". Recordaba la novela Fahrenheit  451, de Ray Bradbury, donde "la brigada de antibomberos" cumplía su deber con excesivo celo. Los hechos acaecidos, reflejados en la novela, parecían un "Déjà vu". 

Volvió de sus pensamientos. Estaba ubicada. Había obtenido una valiosa información que le permitía arrancar su teoría con argumentos consistentes, tras varias semanas. Volvió a la residencia, abrió su portátil y comenzó a redactar el trabajo. 





Los datos obtenidos se remontan a 1065, cuando aparecen los primeros rastros de beguinajes como institución en Lieja.  

Las mujeres organizadas en comunas o beguinajes  que se entiende como un espacio material en el que habitaban, ya fueran celdas o casas, o conjunto de casas que a veces constituían ciudades dentro de la propia ciudad, como en el caso de los grandes beguinajes  flamencos que albergaban miles de beguinas. Esta forma organizativa de convivencia se extendió por los países europeos: Holanda, Alemania, Italia, Francia, España, Polonia y Austria. En Catalunya también aparecieron, con el nombre de beguinas o reclusas.

Las Cruzadas habían acabado con un gran número de hombres, los conventos estaban saturados de mujeres como alternativa a la imposibilidad de contraer matrimonio. En realidad los beguinajes eran comunidades autónomas de religiosas llamadas beguinas. Surgieron en un momento de sobrepoblación femenina después de dos siglos de guerras y favorecidos por la manifiesta la rigidez de los estamentos religiosos. Vivían en edificios integrados, construidos 
generalmente alrededor de una plaza arbolada. Comprendían no sólo las instalaciones domésticas y monásticas, sino también los talleres utilizados por la comunidad beguina. 
Cada comunidad o beguinaje, era autónoma en sí misma y organizaba su propia forma de vida con el propósito de meditar, orar y servir como Cristo, desde la pobreza. No había casa-madre, ni regla común, ni una orden general. Su actividad se realizaba cerca de los hospitales o de las iglesias. Establecían sus viviendas, y en sencillas habitaciones podían meditar, orar y hacer trabajos manuales. Empezaron a aparecer comunas de mujeres sin sujeción a norma alguna, eran democráticas, trabajaban para obtener su propio alimento y hacer labores caritativas. Eran comunidades formadas por mujeres espirituales y laicas, entregadas a Dios, pero independientes de la jerarquía eclesiástica y de los hombres. No eran "religiosas" en la acepción tradicional de la palabra. Las  mujeres compartían todo, al margen del sistema de parentesco patriarcal. Abiertas a la realidad social que las rodeaba, desdibujaban la división secular y jerarquizada entre lo público y privado.

En uno de los documentos que encontró le impresionó el siguiente párrafo, del que había tomado nota en su pequeño cuaderno:

" Vivían en un espacio que no era doméstico, ni claustral, ni heterosexual, era abierto y cerrado a la vez. Un espacio de transgresión a los límites impuestos a las mujeres, no mediatizado, generador de formas nuevas y propias de la autoridad femenina. Ausente de dependencia, de subordinación, 
espacio que devenía simbólico al erigirse como punto de referencia, como modelo para otras mujeres".


Quedaban casi todas las tardes, "el profesor"se mostraba amable y complaciente por lo que Alicia entendía que buscaba una relación más íntima. 

Después de tantas horas en la biblioteca, Alicia estaba bastante cansada, cerró el portátil y se preparó para salir, había quedado para tomar una cerveza en una de las terrazas del Grote Market. Era tarde para Rogier  —las siete y media—  para Alicia era una hora habitual, siempre se acostaba después de las doce. Ella llegó primero, a los pocos minutos acudió él, excusándose. Se sentía cómoda y atraída por él. Quería comentarle los avances de los últimos días. Buscaba la complicidad de Rogier. El tiempo se le hizo demasiado breve por lo que intentó retenerle alargando la conversación:

—"¡Profesor!" ¿Podrías enseñarme el Groot Beginjnhof de Leuven?  Lo que para mí es el Beguinaje de Leuven.

— Me gustaría hacerlo, elijamos un día — contestó Rogier.

— Muy bien ¿Por qué no mañana? 

— Me parece bien, aceptó. 

Alicia provocó el reencuentro para confirmar sus suposiciones a cerca de los sentimientos de él. Le propuso que a la mañana siguiente, se encontrasen al pie del Ayuntamiento y desde allí irían a visitar el beguinaje. Rogier accedió.

Eran las nueve y allí estaba ella, esperando impaciente, con la duda de si un día que amanecía lluvioso podría deshacer los planes. Él apareció, en un instante se disiparon todas las dudas y comenzaron a caminar mientras él comentaba:

"Estamos a un km. escaso desde la plaza de Fochplein que es el centro de Lovaina, hasta el beguinaje podemos ir dando un paseo, te enseño rincones de la ciudad, aunque te anticipo que casi todos los edificios que encontraremos pertenecen a la universidad, la mayoría son administrativos con poco encanto, excepto los del recinto del beguinaje, que también son propiedad de la KU Leuven".



Caminaron por una larga calle de aceras estrechas. Al final a la derecha estaba el beguinaje. El Gran Beguinaje de Lovaina tenía la apariencia de un pequeño pueblo dentro de la ciudad, con casas situadas a lo largo de una red de calles apretadas y pequeñas plazas. Las fachadas mostraban ladrillos rojos. Las numerosas buhardillas eran un elemento típico en el beaterio de Lovaina y contrastaba con los beguinajes de Brujas y Ámsterdam, donde todas las casas daban a un patio central. 
Rogier se detuvo en los detalles arquitectónicos y las fechas:

"El único gran espacio ajardinado en este beguinaje se sitúa en el margen izquierdo del río Dijle, que le atraviesa. La mayoría de las casas se remontan al periodo 1630-1670 y están construidas con  arquitectura tradicional y elementos sobrios y barrocos".







Canal sobre el río Dijle en el Beguinaje de Lovaina.



Se detuvieron en el pequeño puente que cruzaba el río y atravesaba el beguinaje. Miraban en silencio el discurrir de las aguas mientras Alicia contenía la respiración, sintió un leve mareo y se apoyó en la barandilla. Rogier acudió a ayudarla. La sujetó con sus manos toscas y seguras. La preguntó varias veces que cómo estaba. Ella no contestó, estaba ausente.

Sin mantenerle la mirada sintió que lo había conseguido. 
No solo
 se habían rozado los dedos , como era su intención, sus cuerpos se habían aproximado unos instantes. 

Se escuchaba el silencio. Las miradas cómplices de ambos se intercambiaron. Rogier aparentó sentirse molesto y se apartó.

 — ¡Por hoy, la visita ha terminado!" —exclamó Rogier, remarcando su incomodidad.

Para Alicia, la actitud del "profesor" la confundía, creía haber provocado una situación en la que Rogier hubiese dado rienda suelta a su ego, pero sin embargo produjo un alejamiento inexplicable.  A la mañana siguiente coincidieron a desayunar, como lo habían hecho desde hacía semanas, parecía que nada hubiera ocurrido. 
Desayunaban en una panadería de productos naturales próxima a la iglesia de San Pedro. El silencio solo se rompía por el entrecruzar de algunas tazas y el murmullo de los clientes. Los dos pensaban decir : "¿no piensas darme una explicación por lo que ocurrió ayer?" Ella se adelantó "¡Nadie me había tratado de ese modo!" Desde el más absoluto cinismo, Rogier aparentaba estar ofendido. Alicia justificó su actitud en el puente  provocada por las continuas miradas e insinuaciones y los disimulados flirteos del joven flamenco. Ambos hiperactuaban.
Ninguno cedía. Ella se sentía atrapada por la audacia y el engreimiento de Rogier, le hacía sentirse culpable. Él solo pensaba en las estudiantes que le admiraban sin complicaciones y no le ocasionaban problemas. Salieron del café sin hablarse y no volvieron a coincidir. 

Alicia se enrocó en su posición y no estaba dispuesta admitir el
rechazo de ningún hombre tras manifestar su incipiente cariño por él. Aunque afectada entendió que lo más adecuado era retomar su vida en el punto que había dejado la investigación días atrás

Cada día, al terminar la jornada de trabajo daba largos paseos hasta el beguinaje. Una tarde al pasar junto a la valla del recinto le pareció escuchar un susurro desde las paredes que entonaban aquel párrafo que tenía anotado sobre las beguinas:

"...ausentes de dependencia, de subordinación,… el lugar pasaba a erigirse como punto de referencia, como modelo  para otras mujeres"

Alicia en es momento encontró la verdadera razón para continuar sola y consideró lo ocurrido como un tropiezo o una debilidad, que no le impedía ser una ciudadana universal y gozar de la vida.




Javier Aragüés  (septiembre de 2014)


Dedicado a Ramón Masdeu, compañero del Taller de Escritura Creativa en 2012, que 
empleó la palabra beguinaje y yo la escuché por por primera vez en ese Taller, e inspiró este relato.

y

A  Mónica, mi hija, doctorando en esa época. Tras su estancia en Leuven, dio un gran paso en su interés en seguir aprendiendo.

Javier Aragüés  (septiembre de 2014)