En 1787, la
Revolución Francesa estaba a las puertas de pasar a la historia.
Desde 1789 algunas
cuestiones políticas y sociales no volvieron a ser las mismas en Francia. La
Revolución acabó con la Monarquía Absoluta y traspasó sus fronteras. Así dio
comienzo la Edad Contemporánea en el mundo.
En París, por la Rue Sant Honoré
paseaba una mujer muy especial —Marie Marguerite—víctima de
un matrimonio de conveniencia. Era una mujer joven, ingenua y muy
timorata. Con dieciséis años había tomado los hábitos en un convento de
clausura, que no abandonó hasta los veintiocho, con motivo de la supresión de
las órdenes religiosas en toda Francia.
Estuvo alejada del mundo
real y conoció a Jacques-Renè Hébert
por el que quedó deslumbrada. Se casaron. Él la tomó como criada y no
como verdadera esposa. El matrimonio fue un suplicio para ella.
Jacques-René era hijo de un importante comerciante. Él
era un liberal que a pesar de su ideología revolucionaria, no se deshacía de
sus raíces burguesas
Marie vestía terciopelos
de tonos pálidos en primavera, escotes
muy pronunciados estilo imperio que dejaban ver parte del busto y le
acentuaban el talle; el cabello peinado hacia atrás, la nuca y la frente
despejadas salvo unos rizos traviesos que la rejuvenecían.
Cada tarde, Marie caminaba
por la rue Sant Honoré con la cabeza
ligeramente inclinada, al cruzarnos jamás se detenía. Levantaba los párpados lo
imprescindible y me miraba. Los dos seguíamos caminando por la misma
calle, ella a casa de una amiga —Dominique era su
nombre, según me contó mucho después— y yo al club de los jacobinos, de
los que era su líder.
Una de las tardes, al
cruzarnos, simulé que tropezaba, bajé de la acera y me aparté. Así fue como conseguí presentarme a Marie.
— Excuse, me llamo Maximilien,
y ¿usted?
— Marie Marguerite —me contestó algo turbada.
No se detuvo y aceleró el paso. Desde entonces no dejaba de pensar en
ella.
Aunque intentaba ocultar
estas coincidencias le pregunté a mi gran amigo —Georges Danton—
si tenía referencias de ella. Se la describí, le desconcertó mi interés pero me
escuchó y se apresuró a decirme.
—Por su físico y sobre todo por su nombre, creo que está casada con uno
de los dirigentes del partido de los girondinos. Lo averiguaré.
George Danton era un gran amigo. Me consideraba un
hombre cultivado, por ser abogado y escritor, además de buen político.
Pertenecíamos a los jacobinos. Los girondinos eran nuestros rivales
políticos y nos consideraban extremistas.
Los jacobinos defendíamos los valores
revolucionarios. No
éramos partidarios de dejar el gobierno de Francia en manos de una
Monarquía Parlamentaria. Eso sí, en la
Asamblea Nacional
nos sentábamos a la izquierda.
Respecto a Margarite no concebía que me hubiera afectado
la mirada o a la belleza de una mujer, hasta el extremo de descentrarme. Por
eso mi gran amigo Danton me repetía.
— Maximilien, un hombre con fuertes convicciones revolucionarias no
puede caer en los enredos con los que nos intentan provocar las mujeres.
¿Qué dirían nuestros
correligionarios si supieran, que tú, Maximilien Robespierre,
sucumbe a los encantos de
una mujer?
— George, yo también estoy desconcertado. Cuando la veo cada tarde,
busco una excusa para poder hablar con ella, pero no se detiene y solo
intercambiamos la mirada. El otro día fue una excepción y conseguí que me
dijera su nombre: "Marie Margarite"
Pasado unos días, cuando estábamos reunidos en el club de los
jacobinos, Danton me confirmó que sabía algo más, acerca
de Marie.
— Conozco a su esposo —Jacques-René Hébertes— es un
diputado destacado del partido de los girondinos el que agrupa a
la gran burguesía. Son partidarios de la monarquía parlamentaria. Los
jacobinos no compartimos esa idea de cómo conservar la República. Solo
pretenden hacer reformas, pero manteniendo la propiedad privada. Piensan que a
los jacobinos nos caracteriza la crueldad y condenan nuestras actuaciones. Para
mí, Jacques-René es girondino más —afirmó con tono despectivo.
— Estoy completamente de acuerdo, pero ahora lo que me interesa es lo qué sabes
de Marie —contestó
Robespierre.
— Comprendo tu inquietud, a través de una amiga de mi mujer te conseguiré
una cita, aunque solo sea para favorecer la infidelidad —Danton hizo
una mueca, mostrando una sonrisa malvada.
George me consiguió la cita. Tendría lugar en un portal discreto de
la rue Sant Honoré, que daba acceso a un patio con entrada
para carruajes.
Marie llegó primero, yo la observaba desde el Marché de Sant
Honoré. Entré al cabo de unos minutos. Ella estaba de
pie en el patio del inmueble, esperaba muy nerviosa, escondida tras
una de las grandes jardineras repletas de hortensias. Nos miramos. Pude
comprobar que al recorrer con la mirada su rostro no podía disimular mi
atracción hacía ella.
A partir de esa cita los
encuentros se repetían con frecuencia pero nos faltaba intimidad. Marie acudía
con una actitud pasiva y yo me impacientaba. Una tarde le propuse caminar
por La Cité y llegar hasta Notre Dame. La
proposición le pareció una muestra de cariño, pero se negó en rotundo y me
lo explicó:
"No podemos
mostrarnos en lugares públicos, mi marido lo sabría". Me propuso
acudir al mismo portal, al día siguiente por la tarde.
Así lo hice. Me estaba esperando en el patio, al pie de un coche tirado por una
pareja de caballos bretones. El cochero hizo un gesto para que
subiéramos. En el interior del carruaje, solos los dos y el
cochero en el pescante gobernando con el látigo a la pareja de
musculados corceles.
Observé que nos
desplazábamos en círculos dentro de la ciudad de París, pero no me atreví a
preguntar. Mi cara indicaba preocupación. Marie, sin
alterarse, seguía en silencio y me cogió la mano como si fuéramos amantes y me
devolvió la confianza.
Al anochecer dejamos la
ciudad, yo conocía el camino. Nos dirigíamos a la comuna de Provins a
las afueras de París. El carruaje se detuvo frente a la Hostellerie
de la Croix D´Or. Nos esperaba su amiga Dominique. Ella
lo había preparado todo. Le dio las gracias, se besaron y la
despidió.
Subimos al primer piso donde estaban las habitaciones Al llegar a la nuestra,
en la antesala había una mesa preparada cuidando cada detalle, desde
la vajilla y la cubertería, hasta las copas de cristal de Sèvres. A
penas cenamos. La cogí de la mano y la recosté en el lecho. Al abrir la cama
sentí que las sábanas blancas y limpias, desprendían un intenso olor a pasión.
Con delicadeza la cogí de los brazos, la acerqué a mis labios y nos besamos.
No me cansaba de acariciarla mientras hacíamos el amor. Nos dormimos
abrazados y seguía deseándola.
Cuando desperté me sentía exhausto, le pregunté si no temía por su
marido.
— Mi marido está de viaje
a Rauzan, en la Gironde. Tiene una reunión
muy importante con otros diputados de la Asamblea Nacional y estará fuera de
París durante tres días. —contestó Marie segura de controlar el
devenir de los acontecimientos.
.
— ¿Quién más estará
en esa reunión? — pregunté con aparente desinterés, pero ya pensaba como
conspirar para perjudicar a su marido, Jacques-René.
Marie influida
por el lugar y el enamoramiento, no tardó en decirme los más destacados
diputados girondinos que acompañaban a su
marido. Al oír los nombres supe que eran
un grupo de sospechosos que conspiraban contra Jean Paul-Marat, el
ídolo revolucionario que se identificaba con la causa jacobina.
Hablamos de su matrimonio y se sinceró mientras me
relataba lo infeliz que era.
—Al dejar el convento fui a Paris para rehacer mi vida. Todo era mucho más
difícil que lo que había pensado y tuve que confiar en Dominique. Ella me presentó, con la mejor intención a Jacques-René,
el que hoy es mi marido. Me trataba como si fuera una criada en vez de su
esposa, el resto lo conoces.
—No puedes continuar así. —contesté indignado.
Pasaron tres días esperando sus noches. Estábamos enamorados como dos
adolescentes apasionados. Vivíamos algo irreal, pero al culminar nuestro amor cada
noche en un inmenso placer hacía que nos sintiéramos vivos.
Al
llegar a Paris, Maximilien Robespierre y George Danton prepararon
un plan contra Hérbert. Los jacobinos acusaron a Jacques-René Hébert de
injurias a la República y fue detenido.
Los girondinos alertados,
se vengaron. Prepararon un plan para asesinar a Jean-Paul Marat, que
fue ejecutado en su casa en julio de 1793. A Hébert le
responsabilizaron de conspirar para asesinar a Marat y fue
guillotinado en marzo de 1794.
Ahora Maximilien
y Marie Margarite podrían vivir su amor sin limitaciones, no había
nadie que lo impidiera.
Dominique vivió enloquecida los sucesos y aunque lo ocultaba, era
una girondina convencida y vehemente. No soportó la persecución y muerte
de Hébert. Había sido cómplice de la infidelidad de Marie porque
estaba enamorada de
Jaques-René. Le admiraba como político y lo deseaba como hombre. Cada
día estaba más enamorada de Jacques-René Hébert y lo sobrellevaba con un obligado
silencio.
Dominique desesperada por su muerte
y conocedora de la participación en la conspiración de Maximilien Robespierre,
consiguió que los
diputados girondinos le acusaran en la Asamblea Nacional de querer implantar un
régimen dictatorial y de terror, lo que supuso que el día 28 de julio de 1794
fuera condenado a la guillotina junto con veintiún colaboradores, entre
los que se encontraba Marie Margarite.
El enmarañado idilio de Margarite Hébert y Maximilien Robespierre apenas duró cuatro meses y se resolvió con su
muerte.
Javier Aragüés (noviembre 2014)