¡¡ Riiiing, riiiing…!!! Un enjambre de batas grises
desbocadas rellenas con carne -algunas con no tanta- asaltaba el corredor. El
pasillo cercado por las puertas de las clases, a un lado y, ventanas acristaladas,
translucidas por la suciedad, al otro; no dejaban pasar la luz ni la
imaginación. ¡La guerra había acabado!
"La Casa del Pueblo" había pasado a ser escuela
pública. Las paredes se levantaban desde un patio interior, con cucarachas
desenvueltas y perfume de humedad. Era un siniestro lugar de recreo para los
alumnos y de descanso para los maestros. Los días de frio y lluvia desalojaban
a todos del patio, se refugiaban en las clases y lo cotidiano desaparecía.
Atanasio procedía de un pueblo de la sierra,
equidistante de Segovia y Madrid. Los habitantes dependían de una tierra baldía,
que cultivaban una y otra vez con escasos resultados. La pobreza y el
analfabetismo eran la heráldica del pueblo.
¡Hijo, “no vales para el campo"! decía la
familia preocupada por su futuro.
La vocación religiosa no era lo intensa que exigía el cura del pueblo. Su afinidad con la benemérita, era nula. Tampoco militar. Tenía que buscar una ocupación para salir del pueblo y ganarse la vida.
La vocación religiosa no era lo intensa que exigía el cura del pueblo. Su afinidad con la benemérita, era nula. Tampoco militar. Tenía que buscar una ocupación para salir del pueblo y ganarse la vida.
¿Y Funcionario del Estado? Los parientes de Madrid
podrían alojarle y soportar su presencia en tanto que preparaba la oposición.
Los padres ayudaban por lo poco que gastaban en el pueblo y con lo que obtenían de las insuficientes cosechas. A los parientes los compensaban con los productos de “la matanza”.
Los padres ayudaban por lo poco que gastaban en el pueblo y con lo que obtenían de las insuficientes cosechas. A los parientes los compensaban con los productos de “la matanza”.
Con todo, llegaba al magisterio orgulloso. Un Maestro
Nacional con un título que le concedía la República después de considerables
sacrificios, una oposición cristalina y debilidades como todos. “Tanis”, para
la familia y compañeros, languidecía en silencio, en un rincón del patio,
separado de los otros maestros que "echaban un cigarro” durante
el recreo. Recordaba el pueblo, la ayuda de su familia y lo conseguido. No
impedía que algunas noches, con los amigos, frecuentara el barrio de Echegaray
en Madrid, conocido por las gangas en amor a cambio de alimentos, si "no se tenía suelto”. Salían a pasear los deseos más primarios que ocultaba Tanis.
Como Director de un Centro de enseñanza, con
escasos recursos y menos pretensiones, se sentía superior a sus compañeros e
incapaz de conseguir el respeto de los alumnos. La antigüedad como docente, su buena planta y la idolatría por la
literatura, a la que dedicaba gran parte de su tiempo, eran cualidades con las
que competía y no tenía contrincante. Marisa, alimentaba su motivación;
compañera, diputada por el PSOE y madre de dos hijos; inducía a Atanasio
a ser un compañero diferente en aquel tiempo.
El fin de la guerra cambió los contenidos y los
decorados. Dos protagonistas de una película de terror, en blanco y negro,
presidían la clase. Encriptados en marcos amarillentos y en medio, un Cristo
semidesnudo sin venir a cuento.
Los chicos (los alumnos) no le respetaban. Utilizaba
una larga vara de fresno con la que les golpeaba en la palma de la mano para
enderezar su conducta y purgar su frustración como maestro. Los otros maestros
utilizaban la misma pedagogía aunque la motivación era diferente y se quedaba
en el correctivo.
La antigüedad era la que determinaba el puesto y no
los conocimientos. Como Director reunía los atributos y se sentía
cómodo. En el colegio, todos acostumbraban a repetir la lección mal
aprendida y el obligado bis religioso al salir y entrar de clase. En el ritual
de cada viernes se representaba alguna escena hiperrealista del Antiguo
Testamento. Se dibujaba sobre un encerado negro acharolado, con trazos de
yeso blanco y, tizas de colores. Un paño mugriento y empolvado, en un extremo, era el corrector de los
errores. Atanasio repasaba clase por clase dando su aprobación
Al fin lograba ser funcionario en un grupo escolar
(antes, miliciano de la cultura para el Frente Popular). Las tropelías de
"los vencedores" cambiaron la profesión de Tanis. En el primer año de
“la victoria” pasó de la enseñanza a la
hostelería. Fue represaliado por pertenecer a la C.N.T. El carnet de
afiliado como sindicalista era el pasaporte para terminar sus días como
camarero en una conocida cafetería de la Puerta del Sol. ¡Todo el esfuerzo
perdido! Y como muchas personas, inmersas en un "sinhorizonte".
Pasaban los años y Atanasio no soportaba su desempeño
en casa, ni la nueva profesión. De nuevo, Marisa le apoyaba en los momentos más
íntimos, en los largos paseos sórdidos en los días de fiesta y le daba fuerzas
para llegar al final. Hablaban de pasiones, de deseos, de las miradas cómplices
y de los difíciles momentos de “la subvida”. De todo lo que les había hecho
estar juntos.
Atanasio en el lecho, con una dulce sonrisa y el
título de maestro en las manos, se despedía.
Javier Aragüés (Junio de 2015)