viernes, 29 de diciembre de 2017

UNA COCINA ECONÓMICA

La tía Cristina era la que se levantaba primero. Todos los días la misma rutina, también en las fiestas. Hurgaba en las cenizas, ya frías, de la cocina económica que removía con el gancho, hasta hacer pasar los restos mas triturados por la rejilla de la hornilla, el resto lo extraía pacientemente con la mano. Separaba cuidadosamente los trozos de carbón quemados parcialmente; llamaban la atención por sus dos tonos, desde el gris blanquecino al negro apagado, que aprovechaba en el fuego que encendía a continuación de finalizar la polvorienta limpieza. Cogía unas hojas de diario, las arrugaba hasta quitar el satinado y las situaba en el fondo del hogar para formar una pira con pequeños trozos de madera, que ella llamaba impropiamente, las astillas. Ahora venía la fase crucial de la ceremonia, acercar la cerilla a lo que iba a ser la pequeña hoguera y esperar a que la incipiente llama se extendiera. Hoy era un  día de suerte, había prendido a la primera. Esperaba que el lecho del rescoldo se hiciera  mayor hasta que era el suficiente para verter sobre él una palada de carbón puro,  para de nuevo esperar a que prendiera y se formara la primera capa de rescoldo franco que soportaría sucesivas paladas de carbón y que incluso permitiría añadir los trozos medio quemados y reservados. En un cubo, hecho de lata reutilizada y con una sencilla asa de alambre, depositaba las cenizas fruto de la limpieza que preparaba para que le acompañase en su primer paseo.




Vista de una cocina económica, estufa doméstica o cocina de hierro. 

En el frente, a la izquierda, las portillas del hogar y del cenicero; en el centro, la del horno. 
En la parte superior, a la derecha, recipiente para tener siempre agua caliente para cocinar.
En la pared, registro de la chimenea para su limpieza  sobre él, el cortatiro


Era un último piso de un edificio de cinco plantas, con los techos muy bajos, tanto que en los extremos de algunas habitaciones era imposible mantenerse erguido y era necesario doblar el espinazo para evitar golpes en la cabeza. La proximidad del techo hacía que la vivienda estuviera sometida a los caprichos del tiempo. En verano, era una parcela del infierno; durante el invierno, un almacén de frió, que se cobijaba durante la noche y convertía la vivienda en una zona gélida que solo se salvaba por aquella humilde cocina económica. 

El fuego estaba consolidado, y Cristina lo daba por bueno cuando la chapa de hierro de fundición del fogón alcanzaba una temperatura que se apreciaba en las palmas de las manos sin necesidad de tocarla; entonces se ponía su abrigo raído y se echaba escaleras abajo junto a su inseparable cubo del que se desprendía cuando pasaba el camión que recogía las basuras. 

Cristina sabía cómo comenzaba cada jornada y hasta que se levantara su sobrina Charo, mi madre, todo era calma envuelta en un halo de tirantez contenida debida al carácter ciclotímico de ella.  

Entraba dentro de lo cotidiano las instrucciones con tono de órdenes que la inestable le profería:"compra una barra de pan y mitad de cuarto de carne de vaca para filetes". Para continuar con un: "me voy corriendo que llego tarde". Siempre llegaba tarde. 

Entre las instrucciones que no verbalizaba pero mi madre suponía, entraban el ir a recogerme al colegio -yo tenía cuatro años- y preparar la comida antes que ella volviera de la oficina , ¡ah, se me olvidaba! si era domingo o fiesta, tenía que llevarme a la iglesia

Mi infancia no se entendía sin mi tía abuela Cristina, sin su compañía, sin sus atenciones básicas, sin el no saberme dar explicaciones a las primeras preguntas que se hace un pequeño. Me llevaba a jugar a una plaza cerca de casa, la Plaza de las Descalzas Reales. Todo lo hacía sin darle importancia, siempre estaba junto a mí desparramando cariño.

Con el paso del tiempo mi tía dejo de ocuparse de los pequeños cometidos de la casa que por contra eran grandes ataduras para mi madre, entre ellas yo.

Mi tía sufrió una enfermedad degenerativa que se manifestaba como parálisis progresiva que le hizo dejar de hacer todas aquellas tareas que suponían su razón de ser y de utilidad para Charo. Mi madre construyó la justificación de que todo lo que suponía la situación de mi tía afectaba a su descanso y a su trabajo hasta argumentar la necesidad de ingresar a mi tía Cristina en un residencia.

Todo ello supuso que fueran formando parte de mi vida todos los quehaceres que realizaba mi tía. En todo la pude ir sustituyendo, bueno en casi todo, porque perdí su cariño y su compañía. 



Javier Aragüés (diciembre de 2017)

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