Estaba clavada en el quinto peldaño de la escalera que me llevaba al dormitorio. Indecisa entre bajar a la cocina o irme a dormir. Estaba a punto de hacerlo, pero de nuevo un gran ruido sacudió la planta baja. El estruendo fue considerable. Me ceñí el cinturón de la bata y me planté a la entrada de la estancia. Varios platos y vasos, destrozados, se esparcían sobre las baldosas irreprochablemente cuadradas de la cocina, que ya había enviado su WhatsApp particular con infinitos caracteres en forma de una gran lamina de agua jabonosa y grasa que se deslizaba bajo la puerta para intentar ganar el recibidor. Avanzaba lentamente con la única oposición de mis deseos y la moqueta, que era mucho más eficaz que yo.
Algo más debió pasar en esos instantes en los que yo estaba protegiéndome subida en el ultimo peldaño de la escalera. La mancha de agua perdió la timidez y se convirtió en una andanada de suciedad y detergente utilizado que había ocupado la planta baja de mi casa. Algo estaba ocurriendo. Yo había pasado de estar sorprendida a ser autoinvestigada y, por último, a víctima de un acoso intangible pero severo.
Inmersa en la dantesca situación intentaba trabarme a algo más consistente que mis miedos.
Recordé a Samuel y, al mismo tiempo, sus últimas palabras: "Esta vez, no me esperes".
Javier Aragüés (febrero 2020)
2 comentarios:
felicitaciones Javier
Muy lindo relato Javier. Clara Ordóñez
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