jueves, 23 de noviembre de 2017

EL ARCO CATENARIO EN EL GÓTICO DE GAUDÍ, DONDE LA BELLEZA Y LA RAZÓN TIENEN MORADA.

Íbamos a vivir un miércoles falsamente otoñal, debido a la insensibilidad de los hombres, seguía sin llover. 




Fachada principal del Colegio de las Teresianas de Ganduxer


Descendía por la Ronda General Mitre  -acera norte -con pasos acelerados, buscando la esquina - lado montaña-  de  la calle Ganduxer. 



Allí, un reducido grupo de ciudadanos, denso en sentimientos, esperaba a que llegara una hermana, del reconocido y reconocible, Colegio de las Teresianas del barrio de Sant Gervasi de Cassoles.  




La hermana Montserrat y Josep Mª Ciré


Nos lo iba a mostrar con esmerado detalle. Era un encargo, sin contrapartidas, únicamente pedía atención. Solo las personas de espíritu refinado y capaz de amar, y amar lo que explican, podían lograrlo. Bastaba verla, para ponerte en sus manos. Cara redondeada y rostro bonancible. Buena comunicadora y un tono de voz tan empático, como su aptitud.





Entre nosotros estaba 
Sonia, cómplice.
Neurotransmisora necesaria y dispuesta a sintonizarnos con esa Barcelona tan próxima y, como ella la anunciaba, tan secreta. 

Todo surgía por un encargo de nuestro compañero Josep Mª López Ciré desde la comisión de actividades y con la recomendación del Presidente, Lluis Arboix. Mejor Lluis -así le conocíamos y él se reconocía- que le hacía sentirse admirado y querido. 


Ya estábamos preparados para descubrir otra joya del maestro Antoni Gaudí, que nos regalaba sin pedir nada a cambio. Solo nos obligaba a conocerla, y admirarla. Un mandato, humilde desde el presente, en lo estructural, para compartir y mantener en su conjunto fácil de seguir por el espectacular resultado estético conseguido. Gaudí emitía un dictamen implícito, extensible a su obra, pidiendo respeto y difusión.

Dábamos los primeros pasos hacia el interior del castillo, fortaleza, centro educativo o  convento, no importaba el orden, los dábamos atravesando una puerta que solo abría hacia el interior ya veríamos por qué.

La grandeza, no se hacía esperar. El primer arco que se ofrecía, no era parabólico, a pesar de la apariencia, era un arco catenario. 


Cancelado por la reja de forja de tres hojas, que abría hacia el interior y que en apariencia nos detenía a la vez que una mano invisible nos invitaba a pasar. 
Ya estábamos dentro y atrapados. El ambiente interior, caracterizado por el cuidado y esmero que mostraban las hermanas con la sencillez y la sobriedad, sobrecogía; si no, Gaudí no habría estado presente.

En su trabajo con los arcos  catenarios, Gaudí utilizaba frecuentemente algunos recursos como la simetrización y sobre todo la traslación de los arcos para conseguir efectos especiales. La traslación consistía en una repetición de arcos idénticos con la que se conseguía un efecto de cenefa que nos dirigía hacia un determinado lugar. Lo podíamos ver en los largos pasillos del colegio cubiertos por arcos catenarios, por los largos pasillos donde circulaban estos arcos, permitían un interior de persianas y vidrieras y daban con la solución para la estabilidad del conjunto. 


Arcos Catenarios del interior


A pesar de que el objetivo de la visita era conocer y detallar el conjunto del edificio, no recaía mejor este menester que en la voz de la hermana Montserrat, que continuaba con una generosa y pulcra explicación, mientras, un yo respetuoso, sobrepasado y  conmovido, se detenía bajo uno de los arcos. 

No podía  negar mi agnósia, como una de las señas de identidad. Utilizaba mal esta palabra, para designar las situaciones que tambaleaban mi verdadero sentido agnóstico de la vida, por no decir que lo hundían. 

Quizás, era el lugar, esa síntesis de las tres vidas, la de San Enrique de Ossó, la de Antonio Gaudí y la de Teresa de Jesús, la causa de mi crisis de identidad. Las tres estaban presentes, en forma de esfuerzo, de arte y de ánimo de ese espíritu que infundaba la Santa, todas y cada una,respectivamente.

Para muchos, Teresa era reconocida como la primera Doctora de la Iglesia. Para otros, entre los que me encontraba, era un reto. ¿Cómo  entender el amor místico, entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz? De hecho no dejaba de ser excepcional el admitir su existencia. Era dar un primer paso para entenderlo.

Pero lo más característico, era el título con el que se dirigían a ella las hermanas y así lo corroboraba sor Montserrat: 

"Para nosotras es la Santa". Lo decía en un tono coloquial, que prevalecía al del respeto,  sin perder este último y ratificaba el éxito de Teresa en su catequesis.  




Parte del grupo en la despedida



La visita estaba a punto de concluir. Caminaba con el grupo. Algo se me olvidaba. ¡Ah si! El por qué la puerta de la fachada principal abría hacia dentro. Era la coartada, si es que se podía poner esta palabra en los labios de Santa Teresa, para alcanzar el desarrollo espiritual que coincidía con su visión del alma. Ese progreso era como la de un diamante en forma de castillo, dividido en siete mansiones. Sor Montserrat la había incorporado de manera sintética y nos la trasladaba:

" La belleza está en el interior del castillo. Por eso todos los seres somos bellos, basta buscar y encontrarla ".

Con esa idea, Gaudí construyó la fortaleza. 

sábado, 18 de noviembre de 2017

UN GLOBO HUMANIZADO

¡No puedo más! Llevo más de cinco minutos debajo del grifo. Estoy a punto de reventar. Me siento a la vez, fofo e hinchado. Jaime es el responsable de mi estado. Este chaval, es un niño mal educado. Sus padres no piensan en los demás, son incívicos, pero eso sí, presumen de ser apolíticos. Son un par de iletrados. Se sienten capaces de educar hijos, y son una fábrica de tarambanas.

No dejo de pensar en lo que he sido hasta ahora. Un ser inerte, ligero y casi ingrávido. Estaba sometido al capricho del viento y no por eso era un pusilánime.

Cuando tenía que expresar como me sentía, como me definía, siempre manifestaba:

"Soy libre como la aguja de la brújula, que pudiendo indicar cualquier dirección, siempre señala el norte y lo hace con convicción".

Quizás simplificaba en exceso, si consideraba lo que para Leibnitz era la libertad. Él intentaba conciliar el concepto de voluntad libre, con el de un cierto determinismo. Por lo que mi definición simple, coloquial, recurriendo a un símil del instrumento que servía para orientarse, se veía reforzada. Atisbaba que la libertad no era solo una categoría, era un derecho.

La realidad indicaba que todas estas consideraciones surgía
n debido a que estaba solo, demasiado solo y esa era la explicación de porqué hoy estaba entre las manos de un mequetrefe.


Casi olvidaba que no podía moverme con tal cantidad de agua dentro de mí. Sentía las manos de Jaime manoseándome y hundiendo los dedos sobre mí. Adoptaba cualquier forma caprichosa provocada por los movimientos de la masa de fluido que Jaime me había obligado a ingerir. Y todo esto ¿por qué?









Hay veces que los compañeros no se eligen y aquí entro yo. A Jaime solo le sirvo para hacer gamberradas. Y aunque no puedo rebelarme, eso no impide que sea crítico.

¡Buenooo! Ahora toca correr. Subimos las escaleras, de dos en dos, de tres en tres. Abre la puerta, llegamos a la terraza. Tengo la sensación de que Jaime me va a empujar al vacío. No puedo evitar asomarme desde la balaustrada. Me sujeta entre sus manos y me aprieta, estoy a punto de reventar. Antes de tirarme tengo tiempo para reflexionar.

Ante mí, la gran ciudad. Identifico su perfil-esky 
line  para los  para anglosajones y esnobs- donde la vista busca descansar. La contaminación crea esa neblina tóxica, opaca, densa, amarilla, negruzca, grasienta, pegajosa y a la que todos -casi todos- llamamos esmog. 


Barcelona

Sobre las aceras, apenas distingo puntos gruesos coloreados, se mueven en todas las direcciones.
Todos corren. En aquella esquina, dos discuten, aunque no les oigo. ¡Si, si! aquel es Óscar, el que está en el paro. Con el tiempo se ha atrevido a mendigar y se le ha olvidado querer. Tampoco le quieren. Hoy también, el punto rubio, se detiene. Los demás puntos pasan de largo, apenas le ven. Como cada día, ahí está, ese punto, el blondo, el que se disfraza de amarillo dorado los días que se siente optimista. Al llegar a Oscar, se inclina, le deja una moneda y le susurra algo, desde aquí no la entiendo. Óscar la conoce, sabe su nombre, Alicia. Se comunican sin necesidad de hablar. Hoy Alicia, coge de la mano a Oscar. Se dirigen a un gran parque, al otro lado de la avenida, limpio de esmog.

El oxigeno, las plantas y otras parejas de puntos enamorados, invitan a pasear. Óscar y Alicia se pierden entre los arbustos.

Pasa el tiempo. Jaime me estruja aún más. La situación, para mí, se hace insostenible. Me acerca a la barandilla, saca sus brazos, sigo entre sus manos, me va a soltar. Espera a que haya una mayor concentración de puntos sobre la acera. Abre sus manos. Al caer, noto como penetro en el aire a gran velocidad. Jaime se asoma para ver mi caída. Calcula mal y lo hace en exceso, la barandilla cede y se precipita. Debido a su peso, me alcanza y me sobrepasa.

Alicia y Óscar corren hacia el grupo de gente que se ha concentrado en un de las aceras de la avenida.

Alicia pregunta a una de las personas.
“¿Qué ha ocurrido”

Varios individuos, agitados, contestan.

“¡Una desagracia, una fatalidad! Un muchacho ha caído desde la terraza y todo parece que ha ocurrido por jugar con un globo”.



  (Javier Aragüés, noviembre de 2017)





lunes, 13 de noviembre de 2017

EL CONDICIONANTE


Todo lo que sigue iba a ser el condicionante de esta historia.

Era verano cuando se conocieron, los presentó una amiga de Berta, cómplice en su afán de complacerla. Coincidieron en aquella casa, junto a un grupo de jóvenes. Era un antiguo  secadero de pescado, destartalado, a los pies de la ría. 

Transcurridos unos días, la convivencia se hacía molesta y tediosa. Berta, buscaba el momento para invitar a Aleixo a dar un manso paseo hacia O Grove, y escapar del resto del grupo, que vociferaba a todas horas: cada uno intentaba imponer su criterio, aunque el único argumento fuera levantar la voz, para intentar remarcar su presencia, rodeada de un inexistente atractivo. La convivencia en la casa se hacía tirante, por el reducido espacio y los afilados caracteres. 




Caserón en O Grove



Berta era una mujer deseosa amor. De melena ondeada por la brisa y tintada por la demora de ese afecto que no recibía. No se le asociaba,por su aspecto, con el resto del grupo. Tenía una edad indefinida, en connivencia con una inagotable esperanza, reflejada en las abundantes hebras perlinas que poblaban su cabello. Esbelta, con rasgos que redundaban su figura estilizaba y alcanzaban el atractivo.

Aleixo era un joven reflexivo, taciturno y a la vez, desposeído de rigidez. Buscaba a la compañera, discreta en lo superficial y rotunda en el cariño, para alojarse en sus labios y penetrar en el espesor húmedo, el más selecto de su cuerpo. Aún no lo había conseguido. 

Solo las noches reconfortaban a Berta, que sin ser observada, podía concentrar su mirada en Aleixo y, sin levantar sospechas, invitarle a salir de la vieja casa para respirar juntos y contemplar el mar. 




Plenilunio sobre el mar




Esa masa de agua ultramarina, que durante el plenilunio rebotaba en la lámina brillante de la superficie, parecía seducir a los huéspedes.y difuminar el azul cobalto de la cara del astro. Mientras Berta, sentía la sensación de un arranque impetuoso de color coral, símbolo del amor incipiente de la pareja. Deseaba estar junto a Aleixo. Consiguió espesar al resto de la manada, en el viejo almacén habilitado como mansión. Durante el paseo, Aleixo se atrevió, tras numerosos intentos, a entrelazar sus manos con las de ella. En el primero, de forma casual y atropellada, disimulando los sucesivos contactos errados, para después de unos instantes, permanecer entrecruzadas, a la manera que dicta el amor bermellón, deseado y sin fisuras. 

Ese paseo excitante, iba desembocar en el mar de la pasión, contenida e insatisfecha, sobre la que vivían los dos. Al llegar a la playa de La Lanzada, se detuvieron, se quitaron las chanclas comenzando a caminar sobre la arena húmeda de la orilla, que se teñía de blanco con los embates domesticados del mar e iba dejando las huellas de su amor. 

A él, las pequeñas ondulaciones que se formaban en la orilla le recordaban los bucles zigzagueantes de lo que había sido su vida hasta ahora. Deseaba alisarlos para poderse entregar a Berta sin limitaciones .

Aquel verano Berta, suspendida en su propio abismo, vestía de azul salino, contemplaba el naranja del infinito, mientras escuchaba el rugir del blanco oleaje al romper contra el malecón de sus recuerdos. 




Malecón


El mar removía el fondo ámbar y, como su amor, se deshacía en infinidad de partículas, tantas como las caricias que esperaba recibir de Aleixo para que él se las entregara, sin súplicas. 

Se tumbaron sobre la arena y ocurrió lo que querían los dos.

Javier Aragüés (noviembre de 2017)




sábado, 4 de noviembre de 2017

VOTO DE SILENCIO

Al salir del refectorio, la monja se derrumbó y se apoyó en los senos turgentes de la madre superiora. Pero su gesto arrojaba duda entre la congregación.  

-¿Ese encontronazo, es casual o lo ha provocado? - se preguntaban las hermanas. 

Se repetía en demasiadas ocasiones para atribuirlo al azar, aunque para la mayoría de las monjas, de esa exigua cofradía, no era más que otra torpeza de sor María del Silencio. 


Sor Déspota -así se llamaba la superiora- descubrió la falsa claudicación, la ayudó a incorporarse y la cogió de una mano; juntas se alejaron dejando atrás al resto de la comunidad. Caminaron por el ala oeste del claustro de la abadía, hasta la gran sala capitular, se detuvieron a la entrada y se inició un monólogo. 



MONASTERIO DE VALLBONA




-¿Otra vez, hermana? No hay excusas para tan notable obstinación. ¡Soy tu madre espiritual! -gritaba 
la superiora- que la continuaba increpando. 

-Te amparas en tu voto de silencio para encubrir tus irrefrenables deseos de amor. En esto, también te confundes ¡Solo puedes amar a Dios!- le dijo a voces la priora.

 -Tienes los amores desorientados. Te disculpo, pero no entiendo tú pasión por las mujeres y, menos aún, la que me sugieres para subyugarme -le 
susurró la superiora.

La monja, temerosa, parecía hablar por sus ojos, proyectaba su amor e intentaba acariciar con la mirada el rostro sonrosado y dehiscente de la abadesa, que no parecía aceptar los mimos. 
La madre espiritual ocultaba la debilidad que le producía aquel candor, que al llegar a su espíritu, se transformaba en deseo y a la vez, se esforzaba en distanciarse de aquella pusilánime. 

En el intercambio de sinrazones, la joven monja sustituía su voz por hipidos, condensados en lágrimas, que transitaban por sus pómulos, se dispersaban por los pliegues del hábito y las más audaces, se deshacían, al percutir contra las frías losas del suelo del monasterio.

Por más que los gemidos de la novicia quisieran convertirse en  súplicas, no se apreciaban gestos de ternura
en la avezada abadesa. Ante la insistencia de la débil monja, se despertó la duda en Sor Déspota y  continuó presionándola para que se manifestara.

Parecía que Sor María del Silencio no quería romper el precepto de su voto, por fidelidad a su promesa.También era posible que no pudiera  verbalizar sus sentimientos y a la vez especulaba sobre lo sencillo que sería articularlos, en clave de armonía y afecto. 

Pero la realidad tenía que ver con lo ocurrido aquella noche, en el callejón de la sórdida ciudad. Dejó su vida sumergida en el terror y la condenó  de forma predeterminada, a retorcer su existencia. 
La violencia que ejerció el violador le provocó la pérdida de la voz. No podía hablar. Tampoco podía ignorar que la violación y el hijo no deseado habían dibujado en ella, un tormentoso silencio. Estaba obligada a transformar en virtud lo que era una tara y una lacra para su subsistencia. Decidió tomar los votos y enclaustrase acompañada de su mentira. 

Transcurrió el tiempo en el monasterio entre medias verdades, dentro del silencio más absoluto.

Dado el extremo a donde había recalado, era obligado e inevitable, sincerarse con la superiora.  Intentó llamar la atención de su madre espiritual. Le pidió papel e hizo el gesto de escribir. La curiosidad irrumpió en la priora, que fijaba la vista en la cuartilla y parecía empujar con sus ojos la mano de la víctima. En ese instante, Sor María del Silencio comenzó a escribir.


Javier Aragüés (Noviembre de 2017)

viernes, 27 de octubre de 2017

MÁS QUE ENVIDIA

En una tarde de octubre, Raúl se encontraba en aquel jardín poblado de esperanza. Vestía de gris soledad y anhelaba cambiar el disfraz para pasearse de la mano con la persona deseada. Ataviado de un carácter acharolado y exuberante, podía codearse, de tú a tú, con la vida. Pero todo era una ilusión provocada y perseguida por él. Continuaba buscando, recorría una dilatada travesía en compañía de sombras, sin rasgos de afecto, llena de murmullos y rumores que enmascaraban la voz nítida de un cariño sosegado.

Hasta aquella tarde, Raúl rodeado de una frondosa vegetación, seguía solo. Meditaba sobre el porqué de su dificultad para encontrar a otra persona y poder compartir fragmentos, episodios, o lo que sería el sumun, seguir a su lado toda una vida. Lo atribuía a su falta de preparación para empatizar  en ambientes intelectuales y a su escasa experiencia vital, cuando prolongaba las noches de copas y tertulias. Su continuo mimetismo hacia los otros y su enfermiza comparación con sus cualidades, ahondaban en su tristeza, provocando abatimiento y una gran desazón. Todo, por no poseer los atributos, ni las cualidades de otros, al compararse con ellos. La carencia de esas aptitudes le impedía conquistar lo que más deseaba, amar a una mujer.








En aquel anochecer, todo empezó en uno de los parterres, con la charla informal de una pareja, Olga y MarcoEran dos personas sin esencias de ternura. Conversaban alimentando reproches, lo que a distancia significaba desamor. Entre los matorrales se oyeron unos susurros, que se amplificaron hasta conformarse en gritos inconfundibles entre los dos. Se avivaron con frases gruesas, intercambiadas sin que ninguno esperara a escuchar, ni a terminar, la frase siguiente del otro. Se trazaba un anunciado desencuentro. Cuando  Raúl observaba a distancia, sus ojos brillaban con nocturnidad, se sincronizaban con la intensidad de las exclamaciones, que titilaban a cada golpe de voz.

 -¡Qué gran ventaja ante este desastre! -pensaste, y yo te di la razón

Se descubrían espacios ante Raúl para poder mostrar esas cualidades que envidiaba en los otros, le incitaban a mostrarse como el compañero ideal y a ser el candidato ante Olga dispuesto a sustituir de forma apresurada al intruso, para construir una intimidad consistente. 

Al deshacerse de Marco con bravuconadas, se quedó solo junto a Olga y sometido a su criterio. Ella le inducía bienestar y le proporcionaba seguridad. Le bastaba mostrarse tal y como era, no tenía necesidad de moldear su personalidad. 


Los dos, sin dejar de mirarse y con las manos próximas, se contaban de forma atropellada lo que habían sido sus vidas, esperaban el relato y la siguiente vivencia del otro, para incorporarlos y tomar juntos el tren de la vida. 






Para Raúl, eran días de duda, entre buscar el amor, o esperar. Deseaba conocer a Olga, sentirse vivo, expuesto a todo tipo de motivaciones, sin alertas para seguir existiendo y vivir con plenitud, en brazos de la ternura. Al lado de esa mujer, con su forma de hablar y querer, nada sería imposible, si no volvía a la tristeza por emular lo que no poseía. A partir de ahora, no podría desear, apetecer, ansiar, en resumen, dejaría de envidiar. Consciente, se comprometió a no claudicar,  ante la propensión de ansiar lo ajeno.  

En la puerta principal del jardín, apareció un hombre en la penumbra. Parecía que ella lo reconocía. Con naturalidad fue a su encuentro, le cogió del brazo y juntos caminaron hacia Raúl. 
Él comenzó a sentir temblor en las manos y a la vez su rostro se enrojecíó. Le pareció más que un hombre, la torre del campanario de una iglesia. Era esbelto, airoso, rotundo y de ojos abiertos como las aberturas de un ajimez. 

Se precipitaron los temores. No pudo impedir el deseo de querer ser aquel hombre, de envidiarle. Intuyó que Olga interpretó su debilidad y Raúl sintió miedo a perderla. Solo la podría recuperar si conseguía que ella rechazara a aquel portento de ser humano. Cuando la mujer se aproximó a Raúl, con gesto de presentárselo, él rehuyó el saludo. Olga confundida, reaccionó con una mirada inquisitorial y bastó ese instante para deshacer el sueño de amor que parecía surgir entre los dos. 

Raúl se dirigió a la puerta del parque, abatido, arrastrando sus convicciones, zigzagueante al ritmo de una tristeza provocada por carecer de las cualidades de aquel ser, o al menos eso le parecía. 
Vio como Olga y su acompañante se dirigían a la puerta opuesta, se soltaron del brazo y él, mirándola a los ojos, le dijo:

- Olga, en mi opinión ese hombre no te conviene,
  tómalo como un consejo, porque soy tu hermano. 

Yo no pude participar en esa conversación, pero estaba totalmente de acuerdo, aunque no era su hermano.


 (Javier Aragüés, octubre de 2017)

jueves, 19 de octubre de 2017

EMBATE

El sol revienta el horizonte  y esparce la luz, foco de confianza del nuevo día. Caminas cada mañana hasta el extremo del espigón. Protegido con ropa de abrigo y expuesto a la duda. Te asomas a un decorado de fulgor policromado que aumenta la creencia de que Carla regresara. 


Amanecer

sonido del mar en un amanecer (audio/video)

Tú miras. Buscas en  el remanso de mar de la bahía a esa mujer. Tu deseo de mantener los anhelos te rompe el sosiego. Ni siquiera los días que te rodean las tinieblas consiguen quebrantar tu espera, ni te impiden desfallecer. Recibes con placer la rociada de gotas de mar que mantiene la esperanza de tus fantasías. Algunas pizcas de agua se posan en tu rostro y el viento esparce otras muchas por tu atuendo. Tu vista no descansa. Buscas sin cesar entre las guirnaldas de espuma al ser que amas.


El color del mar



En la punta de la escollera recuerdas los paseos por la orilla. Te acoplas por la cintura, caminas junto a ella, que recoge tus muestras de cariño y te las devuelve con ternura. Te besa. Tus labios salados se posan en los suyos. El salitre es el vehículo de tu amor: se lo entregas en la boca. Ella cierra los ojos, tú los entornas para gozar del instante y asegurarte de que sigue junto a ti. 


Resucitas los días en que tus manos se entrelazan con las suyas, la aproximas a tu cuerpo y dibujas tu sonrisa de complicidad.  Basta con tu expresión para invitarla a la desnudez y Carla acceda. No dejas espacio entre los dos para que el ansia de sexo escape y consumas el amor. 
No te puedes olvidar del descomunal golpe de mar que te aleja de la quietud del tiempo pasado. Luchas contra la naturaleza, te la arrebata y te sumerge en el más inmenso desamparo.
Para liberarte te convences de que todo es una invención. Te preguntas ¿existe Carla?

Noche de pesadillas. Tus pensamientos van una y otra vez a su rostro, a su mirada. ¡Ojala la pudieras recuperar!




Paseas junto a la orilla. El mar atempera su agitación. Se ondula suavemente en la playa y te devuelve a Carla.



Javier Aragüés (octubre de 2017)




lunes, 16 de octubre de 2017

MI ABUELA CRISTINA

Querida abuela:

Recuerdo y añoro los días a tu lado, cuando velabas por mí, sin ocupar mi espacio, sin perturbar mis deseos. No puedo compensar tu dedicación, ni olvidar cómo me acompañabas. Tus manos emanaban cariño, reforzado con la mirada que se prolongaba en las noches cuando yacías a mi lado. Suplías con creces la ausencia del amor que debían regalar los padres -ausentes en mi caso- en los momentos cruciales de la infancia y adolescencia como en cualquier pequeño. Con tus manos dilatabas la ternura, única sensación presente al estar junto a mí, me cuidabas y me contagiabas tu manera de transitar por el afecto. Al coger mi mano me impregnabas de seguridad, garantizabas mi protección y mitigabas los miedos que presiden los pensamientos de un niño. 









El cine es un estípite definitorio de lo que es mi infancia. Entendías que era la forma más sencilla de asomarme al mundo e introducirme a los sentimientos, descubrir pasiones y contemplar vivencias. Me invitabas a descubrir lo que es estar vivo e imitar a los personajes, atendiendo a lo que es un código básico de ética, que hoy sigue vigente para mí. Sabiendo que estabas allí me permitía perseguir a malhechores, emprender aventuras o identificarme con el novio de "la chica", el héroe de la cinta. No tenía miedo a ser atrapado, ni herido. De lo no que no estaba protegido era de enamorarme, casi siempre de la protagonista, lo que ocurría a menudo y que chocaba con mi realidad. Pero allí estabas para consolarme sin desdeño. Al final de la película se encendían las luces y a la vez se ahogaban mis sueños. En la vuelta a casa dominaba la angustia de saber si estaban mis padres, o lo que era peor, si lo estaban sumergidos en una de esas inacabables y sórdidas discusiones. Ellos no sabían que yo contaba con tu complicidad y la ayuda para afrontar cualquier obstáculo en la asfixiante convivencia como era habitual. La noche era larga y sumergida en un gimoteo silencioso aplacado por el recuerdo de la película y tu insustituible presencia.

Aunque intento expresarte mi profundo cariño y respeto, entiendes que en aquellos momentos era incapaz de exteriorizar mis sentimientos hacia ti, y aún hoy me siento incapaz. Lo he suplido con sonrisas, con miradas y gestos de complicidad, todos insuficientes para significar lo que ha sido tu compañía en mi vida. Hoy intento trasladarte aquellas vivencias con  palabras ordenadas en un intento de aprender a hacerlo con la ayuda de un taller de escritura al que me he incorporado. Como esto no es fácil, permíteme que lo haga en sucesivas aproximaciones para llegar a tu sensibilidad. En cualquier caso sino lo consigo quiero que sepas que eres parte de mi vida. 

Un beso.

Javier


Javier Aragüés (octubre de 2017)

domingo, 1 de octubre de 2017

CARTA ABIERTA DESDE EL DESEO

Se sentía apeado del relato de la vida y buscaba como salir de la oscuridad. En el tránsito aparecían destellos que no lograban prender para mantenerse digno, ni absorber el aire hasta invadir el yo y devolverlo pleno de sentimientos y emociones como presagio del retorno de la felicidad.

Parecía un día más abocado al desaliento y al hastío hasta que sobrevino el recuerdo de esa escuela de un pequeño pueblo, sin testigos, solo con aquellas vidas deseosas de aprender y con educadores esforzados en enseñar. El objetivo era preparar de manera integral a todos aquellos seres para vivir en un futuro que se desconocía. No bastaba con seleccionar disciplinas específicas, ¿aplicables a qué?. Quizás solo tenía sentido impartir conocimientos vehiculares, la lectura, la dignidad, la consciencia, el amor,... Seguro que el conocimiento de cómo relacionarse, favorecer los sentimientos y los valores como seres humanos iban a tener mas utilidad. Se debía enseñar a escuchar, a compartir, a convivir, a relacionarse, a condescender, a respetar y,..., a tener criterio para elegir. Se debían transmitir todos los conocimientos necesarios para vivir en esa sociedad futura, desconocida e ingrata.

lunes, 10 de julio de 2017

EL PÉNDULO

En la sala de espera del doctor, Oscar está impaciente, no sabe lo que tiene, se siente incomodo, no se reconoce, ni es él. Le llaman y pasa a la consulta. El psiquiatra intenta tranquilizarle.





-Recuerde la idea intuitiva de lo que es un péndulo. Un elemento suspendido de un tirante inextensible del que se suspende un peso. Si está en reposo, no abandona su posición de equilibrio, pero si le ayudamos a desplazarse comienza a oscilar entorno al punto de sujeción, indefinidamente, sin nada que se lo impida a no ser la propia fricción con el punto de apoyo y el aire. Si despreciamos estos efectos, el movimiento ante el primer impulso se hace permanente, llegando incluso a balancearse creciendo la duración de las oscilaciones - así le explicaba el Dr. Neira a su paciente, con un carraspeo previo, sus repetidos y divergentes estados de ánimo, para que entendiera porque estaba enfermo, los síntomas y el alcance de la enfermedad.

El doctor continuó la explicación.

-La descripción de este objeto no parece indicar nada más que eso, pero si pensamos en la similitud que puede tener con el estado de ánimo de algunas personas -la suya, en este caso- quizás nos aporte algo más. Supongamos que se siente muy bien cuando el peso se encuentra muy alejado de la posición de equilibrio. 





Péndulo simple


El péndulo tiene una energía tan considerable que puede oscilar sin detenerse. Si admitimos que se debe a la intensidad del impulso inicial, usted no abandonará ese estado si no hay algo que lo impida, es más en unos primeros instantes la distancia al estado de reposo se hará cada vez mayor, usted se encuentra muy bien es capaz de tener proyectos, explicarlos sin descanso, ser más locuaz de lo habitual y se siente totalmente desinhibido. Pues aunque no lo crea está atravesando la fase más placentera de la enfermedad para usted, y con seguridad la más indeseable para las personas más próximas. Pero la enfermedad tiene otra cara, la de la inapetencia, las ganas de no hacer nada, la tristeza y el silencio. Fase insoportable para usted, puede desear no vivir. Imagine qué sienten sus más allegados si son conscientes de la situación.






-Doctor he conocido a una mujer, se llama Ana, que me atrae y siento la felicidad junto a ella. Pero tengo miedo de encontrarme en una fase, ...eso ¿cómo la ha llamado usted?

-Maníaca. Usted conoce los síntomas y por eso está hoy conmigo -responde el Dr. Neira.     

-Cuando estamos juntos deseo transmitirle mis sentimientos, mi alegría, mi amor. Ella lo recibe con complacencia y no parece asustarle- le explica Oscar.

-  Todo lo que le he comentado es cierto pero no conviene obsesionarse, solo estar vigilante. Seguir unas pautas de vida ordenada, sin excesos. 
Los síntomas los conoce a la mas leve sospecha me pide consulta y veremos si es necesario suministrarle medicación. Porque no hay que olvidar que es una enfermedad y ante ella la medicina reacciona con los medios a su alcance.

-No llego a entender que tenga que medicarme como consecuencia de mi carácter. 

-No es su carácter lo que hay que modificar sino aliviar o sanar un trastorno del estado de ánimo. Ahí reside la enfermedad.  

-No llego a entender como puedo sentir deseos de vivir una vida plena junto a Ana, consciente de que la hago feliz, y en el extremo opuesto, no estar bien con ninguno y sentirme incapaz de dar afecto a alguien, ni siquiera a mi mismo.

-No es un problema de doble personalidad, sino una perturbación de sus estados de ánimo. Usted puede amar, sentir y hacerlo patente a Ana; y también debe ser franco y explicarle la enfermedad que padece. Hay que aprender a vivir con el trastorno sin abandonar la vida.

Ana le esperaba. Corrió en su busca  con la seguridad de poderla hacer feliz.


Javier Aragüés (julio 2017)