...me ha recordado que en el Palacio del Marqués de Comillas, el arquitecto escondió varias ratas como reto al dueño y le dijo que su obra, sin columnas, era imposible y que con los años y entre las ruinas las ratas se apoderarían del palacio.
Isabel Demestre
Al terminar el verano, la mañana del veintiuno de septiembre de 1897, no
dejaba de llover. El orballo, inapreciable y persistente, llegaba a desbordar
los márgenes de la ría. La cortina de agua y la bruma hacían invisibles las
orillas. Los botes fondeados eran coágulos de color sobre la superficie relajada.
En el promontorio se asomaba una casa singular, el Palacio de Sobrellano. En
1878, Joan Martorell aceptó el encargo del Marqués de Comillas, Antonio López y
López. El cántabro era un admirador de la obra de Martorell. En una
década, de la nada, levantó un palacio. El arquitecto quería edificar un
grandioso edificio de estilo neogótico, el mentor defendía el aire veneciano.
Joan fue capaz de congeniar los deseos de ambos y los dos estilos
coexistieron. La única condición que le exigió el Marqués fue que no podía
abandonar el lugar hasta finalizar la construcción. Joan aceptó, por la
sustanciosa remuneración y por estar acostumbrado a vivir en soledad.
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Interior del Palacio de Comillas |
La construcción avanzaba según previsto. Lo único reseñable fue la aparición de una joven, Nanda, que desde un montículo próximo, reclamaba la atención de Joan de forma discreta. Todos los días se encumbraba, hasta conseguir que el arquitecto fijara la atención. Estaba enamorada de sus manos y de cómo plasmaban su imaginación sobre la piedra. Nanda le admiraba. Cada día se acercaba más. Joan se sentía cómodo por la compañía de Nanda y a la vez temeroso de que el marqués se presentara de manera inesperada. Lo habitual es que las visitas se repitieran cada lunes y a la misma hora, por lo que era improbable que apareciera sin preverlo. Si lo hacía, Antonio López, metódico y pertinaz, comparaba el avance de la obra respecto al lunes anterior, veía si se respetaba el estilo convenido y si Martorell cumplía el compromiso de no abandonar el trabajo en ningún momento.
Corazón empaquetado
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Autor. Oriol Jollonch |
Nanda cada día pasaba más tiempo con Joan, que se sentía admirado y
dispuesto a romper la soledad, en la que el Marqués le había instalado.
Ella le propuso que la escondiera en una de las torres que estaba finalizada
para así poder permanecer junto a él sin ser vista. Joan aceptó y
modificó la cubierta de una de las garitas para que se abriera
completamente en el caso de atmósfera irrespirable en el interior del Palacio,
así se lo justificó al cántabro. Para Nanda y para él era una escapatoria de ideas,
pasiones o temores compartidos, e incluso ellos podrían huir. Para que fuera
posible debería encarnarse en gaviotas todo lo que necesitara libertad. En el
último momento añadió un dispositivo que solo él conocía, dónde estaba, cómo
accionarlo y su utilidad. Uno de los días, sábado, las ocupaciones del Marqués
hicieron que adelantase la visita del lunes. Al Palacio se accedía al
sobrepasar un pequeño repecho situado en la fachada sur del edificio. La pareja
disfrutaba de una de los descansos que él hacía en la jornada de trabajo. Al legar
el Marqués, montó en cólera al ver la traición; el arquitecto vivía en compañía
de Nanda y en la construcción aparecía un torre no prevista en el proyecto. No
se detuvo a pedir explicaciones, corrió tras ellos gritando: "Me has traicionado,
no tienes palabra; ya no hay trato, yo me veo liberado de atender el
compromiso económico adquirido, tú has roto la otra parte del pacto al convivir con una mujer". Nanda y Joan corrieron al Palacio, hacia el
ala donde se encontraba la torreta. En un momento Joan recordó los instante
vividos con Nanda; el amor, las promesas, los besos y su proyecto de vida. Era
como si al recordar tomara la energía necesaria para, de la mano, correr
peldaños arriba de la escalera que conducía al torreón y
distanciarse del tirano. Abrió la cúpula, dió tiempo a la encarnación de
vivencias y deseos para que en el momento que accionó el dispositivo todas las
gaviotas escaparan, incluidos ellos dos, todos convertidos en aves. Antes de echar
a volar accionó el mecanismo instalado en el interior de la cúpula que provocó
que las columnas se agrietaran hasta derrumbarse, no quedó una en pie, el techo
se desplomó. El Marqués quedó soterrado entre los escombros, las ratas
comenzaron a salir del subsuelo en busca de alimento y se cebaron con el
cuerpo del ilustre Antonio López y López, que sufrió una muerte dolorosa y
lenta, en soledad, como la que había exigido a Martorell. El reto se
cumplió. Los amantes huyeron sin perder lo vivido y con la satisfacción de
haber dado muerte a un tirano.
Javier Aragüés (agosto de 2016)
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