Tú sabías lo que era
estar solo. Lo vivías y no te gustaba
exagerar. Tú y tu manía obsesiva de buscar la palabra precisa para no
molestar. Admitías, al menos, que padecías y soportabas la ausencia; la
combatías con el sabor amable de los caramelos escondidos en el cajón de tu mesita
de noche y que racionabas para no malgastar el poco cariño que recibías.
Desde hacía cinco años —o
quizás eran más— que te quedabas a recaudo
de esos familiares lejanos. Solo tú hacías por intentar aproximarlos. Era tan
solo un deseo, porque ellos permanecían inmóviles.
Al despertar, el sol de
agosto te aletargaba y te pesaba el día. La carretera que llegaba al pueblo se hacía
infinita. Te asomabas a su encuentro, pero la caricia jamás llegaba. Y ansioso, esperabas la noche porque el sabor del caramelo que endulzaba tu boca, la sustituía.
Porque cada verano, aunque tú lo sabías, mirabas con desesperación el camino y la sensación de sentirte querido se desvanecía.
3 comentarios:
Me fastidia tener que decir Guay porque no expresa en absoluto lo que me parece el relato.Es muy sensible y triste a la vez Muy bonito.Me ha encantado Un beso
Muy bien escrito, es un monólogo pero que tal si incluyes a Mambo, y lo haces más atractivo? el niño solitario, no es un gancho, en la literatura debes considerar al lector como tu personaje cautivo, así que piensa en el gancho, con que lo atrapa? Adelante.
Gracias. Me gustaría saber tu nombre porque por defecto no aparece. Tomo nota. Un abrazo.
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