miércoles, 22 de enero de 2020

COOPERATIVA DE BESOS





A las afueras de la ciudad se levantaba una gran nave. Estaba situada en una conocida región hortofrutícola, caracterizada por un microclima  suave y cálido durante todo el año y en especial, las noches de primavera. En una de sus cuatro paredes, la más blanca y próxima a la carretera, se anunciaba sin pudor y en grandes letras mayúsculas de color rosa caramelo, COOPERATIVA DE BESOS (COBESOS). 







En la puerta principal se agolpaban hombres y mujeres. Estaban presentes cualquier tipo de individuos con independencia de su condición sexual, lo único que interesaba a la cooperativa era la calidad de sus besos; la pareja ganadora recibiría un importante premio en metálico y el reconocimiento de todos los miembros de COBESOS. 

La espera para poder participar podía durar meses. Había otra condición incuestionable para pertenecer a la organización y poder competir, la de tener que repetir el beso por el que habían sido seleccionados, en el momento que lo reclamara cualquiera de los  cooperativistas. Este requisito parecía haberse establecido estúpidamente por uno de los socios fundadores, pero pasaban los años y nadie se atrevía a cuestionar. 

Había algo que extrañaba a todos. Era más que una condición, la obligación de hacer un juramento. En un panel antes de entrar a la nave se subrayaba: "JURO QUE NO ESTOY ENAMORADO".

Era una paradoja. ¡Besar bien sin estar enamorado! Lo pensaban muchos participantes, pero las normas eran las normas y el premio era tan considerable que nadie se atrevía a cuestionar las condiciones y menos aún condenar la norma.

Se vivían, a la vez, escenas cómicas y patéticas entre las parejas que en aquellas circunstancias se habían formado precipitadamente para concursar. Mientras esperaban su turno, apoyados en la infinita pared blanca, los amantes artificiales en la nariz, que al tercer intento llegaba a enrojecer; los más atrevidos buscaban el lóbulo de la oreja de su dos, que con los inevitables desatinos provocaban tirones y desgarros y los más estrafalarios se entretenían lamiéndole a él, o a ella, la prominente barbilla.

Aunque las tentativas y las modalidades eran inagotables, como la imaginación de los besucones, en todos los casos y a pesar de los esfuerzos de los pretendientes, eran besos desposeídos de verdad y pasión, por lo que los mejores se concretaban a lo sumo en un intercambio de voluntades ensayadas. 

Por el mero hecho de presentarse para concursar, a los aspirantes se les regalaba el pin identificador, que no era otra cosa que un suspiro. Lo lucían en la solapa y era el amuleto para alcanzar una mayor sensibilidad y asegurarse así que nunca perderían la condición de socio. Pero para optar a serlo, tenían que pasar la prueba del beso. La prueba era tan larga que, con frecuencia, las parejas que habían empezado a besarse como requería COBESOS, se desgastaban, y al tener que repetir el beso por el estúpido requisito establecido, se ponía de manifiesto que habían perdido el interés, quedaban descalificados y tenían que volver a hacer cola hasta conseguir una nueva pareja para poder demostrar de nuevo, que su beso se ajustaba al canon.


El caso de Dylan y Geraldine era  especial. Los dos habían acudido sin una idea clara de lo que era todo aquello. Tras varios días esperando su turno, conocieron las normas y entablaron amistad.





Transcurridos dos meses Dylan a veces la cogía de la mano para lograr más veracidad en los gestos, y le explicaba a Geraldine el motivo, que no era otro que el de  conseguir una mayor concentración el día de la prueba definitiva y que su beso fuera el ganador.  

Todas las tardes paseaban hasta la ciudad y tomaban zumo en el punto de venta que tenía COBESOS. Era un self service con una batidora, en el que tan solo había una bebida y un gran expositor repleto de maracuyá, la fruta de la pasión. Una vez triturada, el zumo era refrescante y de sabor agridulce, cuyo gustillo no era del agrado de los demás candidatos; Dylan y Geraldine, en cambio, solían tomar varios vasos cada día.

No se sabía bien el motivo, pero aparecieron las primeras caricias entre la pareja. Y en las  noches de primavera, esas caricias fueron el preludio de los besos.  Todos creían que ensayaban y trataban de imitarlos sin conseguirlo. Lo que en principio parecía un mero ejercicio para competir, se transformó en habitual.

Aunque procuraban pasar desapercibidos, 
aquellos besos espectaculares estaban en boca de todos los candidatos . Porque a diferencia del resto de los pretendientes a cooperativistas, Dylan y Geraldine no parecían esforzarse para conseguirlo.

Llego el día que la pareja tenía que mostrar su mejor beso. Todos estaban expectantes por la fama que les precedía. Entraron cogidos de la mano como acostumbraban. Sin complejos, se plantaron ante los miembros del comité de admisiones. Comenzaron a besarse como solían hacer en las noches de primavera. Con los rostros superpuestos, sin cesar, paseaban 
sus deseos por los labios. Era un beso único y perpetuado por la pasión; era un beso sin final. 

Se produjo un silencio inquietante y 
los miembros del comité se miraron sorprendidos.   .

Dylan tomó la palabra y se dirigió a los presentes. “Señores, tenemos que confesarles que Geraldine y yo hemos roto el juramento".


Javier Aragüés (enero de 2020)






2 comentarios:

Janial dijo...

¡Caramba con los pines! Se han puesto de moda. En sserio, hermosa narración.

resplandis dijo...

Bonita narración con algunas frases con sorprendente musicalidad
Te felicito!!!!