No era necesario describir la casa, ni el halo de neblina que la rodeaba, ni tampoco a los habitantes, para alejarse. A Martín le vencía la curiosidad
sobre lo irracional y se aproximó a la residencia aunque nadie lo hubiera
hecho. Leonor, hierática, esperaba una explicación del porqué de la visita.
Martin, psicólogo y admirador, no adelantó el diálogo.
-Martín, aunque no me des una explicación, me alegra tu presencia.
- Deseo verte Leonor, tu vida tiene algo de especial para mí.
- ¡Ya será menos!¿Que quieres Martín?
-Saber algo más de ti. ¿Vives sola?
-Con mis hermanos. Nuestro padre murió el año pasado y sigo
esclavizada.
Leonor estaba al cargo de la casa y de sus hermanos. Había cuidado
del padre hasta sus últimos días. Con Antonino no podía contar, su capacidad
intelectual era nula, un parto complicado le había producido lesiones
cerebrales irreversibles. Manolo era bipolar. Un día se sumergía en una
profunda depresión -podía durar meses-y pasar, sin sensación de
continuidad, a un estado en el que se sentía dueño del mundo. Terminó
suicidándose.
Lauren era un caso aparte. Vivía en una casa dentro de la casa,
arrinconada en el desván, y solo se relacionaba con Leonor. El único trato entre
las dos, mejor entre los tres, se establecía a través Leonor. Subía el plato de la comida que pasaba por una gatera y retiraba las heces en una bacinilla. El
hábito se repetía dos veces al día y muchas veces la comida estaba sin tocar. Era un
trabajo sin compensación, lo hacía sola.
Martín se interesó por la
comunicación entre las hermanas.
-¿Lauren te mira a los ojos cuando estás con ella?
-No lo sé. La veo en un espejo y la imagen se difumina. Lauren no habla,
está ausente y se refugia en la golfa. Hace del nicho un palacio imaginario y
no deja entrar. Pasan los días y no aparece.
-¿Puedo intentarlo yo?
-Hoy no es el día adecuado. Se puede alterar, y de la inhibición pasar a un
episodio de gritos y lamentos hasta provocarse el desmayo. Cuando ocurre y
estoy con ella, no la reconozco.
Leonor, sin estar convencida, le invitó a cenar en ausencia de los hermanos para poder hablar de Lauren de manera reservada y con tranquilidad. Sentados uno junto al otro, Leonor venció las dudas sobre la conveniencia de la invitación y se sintió muy próxima a Martín. Desde el silencio, con un manojo de palabras, buscó su indulgencia.
-Martín, en esta casa y con las cargas que soporto, necesito liberarme. Me
conformo con poco, basta una conversación como la que mantenemos para volver a
tener fuerzas.
-Y sentimentalmente ¿cómo te encuentras?
-En esta mansión de la la hondonada, no nos visita nadie,
excepto el médico, (don Conrado), que pasa de tanto en tanto y comprueba
que nadie ha muerto. No puedo hablar, excepto con mis hermanos y sus
circunstancias. Te confieso, por la confianza que nos tenemos, que sueño que
nos visitas a menudo y cuando ellos duermen iniciamos un coqueteo amoroso y, pasamos, con una pasión sin límite, a hacer el amor hasta
desfallecer. Un grito aterrador de Lauren me despierta y medio desnuda salgo de
la habitación. Corro escaleras arriba sin calcular los peldaños y llego al
altillo. Abro la puerta de la buhardilla y calmo a Leonor. Tú,
confundido, me esperas en el cuarto.
En la sobremesa intentó convencerla, como psicólogo, de la gravedad de los
hechos y considerar la opinión de los doctores del hospital
psiquiátrico más próximo.
-No quiero hacerlo. Me siento responsable de la situación de Lauren y no me
podría perdonar tenerla lejos.
-No está justificado. Tienes que elegir entre tu libertad, tu proyección
personal y tu vida. También depende de ti el destino de tus otros hermanos. Lauren
estará bien atendida en un hospital psiquiátrico, aunque sea
necesario privarla temporalmente de libertad.
-Mira Martín, lo he pensado en muchas ocasiones y no me atrevo a tomar la
decisión.
-No entiendo por qué.
-¿Y si Lauren y yo somos la misma?
Javier Aragüés (Junio 2015)