Escapo
del cine de sesión continua después proyectar dos películas anunciadas en un
cartel policromo de la fachada. No escapo de la vida.
Los
espectadores también son degustadores de bocadillos de calamares, de jamón
imaginario y patatas fritas. Escupen las cáscaras de las pipas saladas y tienen
sed, mucha sed.
Tomo
un respiro para fumar durante la proyección en la cabina y en los
descansos. Los asistentes aprovechan para ir a los urinarios, desnudar los bocadillos, sofocar el reseco en la garganta o fumar en el vestíbulo.
El
cine exhibe películas rancias a precios sospechosos. Abre a las diez de la
mañana y oscurece con el último espectador.
El
acomodador, Mariano, susurra.
-En la sala hace mucho calor, asómate por la mirilla, hace mucho más que en el vestíbulo. No cabe un alfiler.
El ambiente es denso, blanquecino; la mezcla de humo de cigarrillos y olor a desinfectante disimula el tufo a humanidad.
El
acomodador -imprescindible- rocía la sala con "ozonopino" y
salpica a algún espectador que se interpone. La llovizna artificial se precipita cuando el ambiente se hace irrespirable y proporciona un falso aire
fresco.
Los
espectadores, impacientes, taponan una de las puertas de a la sala, vestida con
cortinas de terciopelo brillante manoseado y acceso a un ambiente de
casino de pueblo, iluminado por el reflejo de la pantalla.
Mariano hace guardia. Comienza la ceremonia, le entregan las localidades de
papel fino y color pastel. Inicia la
peregrinación a la butaca, difícil de encontrar por la saturación de la sala.
Identifica
las vacías con una linterna de luz amarilla a punto de extinguirse y foco alocado.
las vacías con una linterna de luz amarilla a punto de extinguirse y foco alocado.
En plena oscuridad, una luz invita a traspasar la
pantalla, acepto y paso con facilidad sin rasgar la tela. Estoy en medio del
rodaje, mezclado con los actores.
John Ford, director de la película - La
diligencia - me echa un vistazo de arriba abajo.
-Necesito un pasajero más. ¿Quieres formar parte del reparto?
¡Qué oportunidad!
- Interpretas a un reverendo. Tienes que congeniar con los
distintos personajes, un médico borracho, un banquero
corrupto, Dallas, la cabaretera, la mujer de un capitán (embarazada), un soldado
confederado (jugador y pistolero),
un comerciante de alcohol, el sheriff y por
supuesto, con el protagonista, Ringo Kid (el pistolero).
¡El rodaje continúa mañana!
Prefiero interpretar a Ringo Kid, defensor de valores y marginados. Me conformo con aparecer entre todos, con el riesgo de que una bala acabe conmigo,
o el director provoque una muerte súbita que viene a ser lo mismo.
Sigo sus órdenes con atención.
- ¡No sirve, repetimos la toma!
Todos me examinan, valoran, no quitan ojo. Soy el responsable.
En las interrupciones llegan a chillar y algunos silban.
No hay espectadores. El director, actores, técnicos y todo un ejército de profesionales-mercenarios, los sustituyen
La mayoría fumamos y reponemos fuerzas durante los descansos del rodaje.
En las escenas exteriores, en el desierto, la sed es incendiaria.
En las escenas exteriores, en el desierto, la sed es incendiaria.
En la película, Dallas me pregunta a cerca de las
intenciones de Ringo. Me halaga la consideración.
-Es un justiciero. Está al lado de los humillados, de las personas
con buen corazón. Fíjate cómo te mira y considera al Doctor .
¡Está a punto de comenzar el siguiente pase, tengo que
volver!
Deshaciendo el camino con discreción, deambulo por uno de
los pasillos laterales hasta llegar a la cabina. Mariano me espera.
-¿Qué tal el descanso?
- Como siempre, un suspiro.
La película es un gran film, puede durar mucho tiempo en cartel.
La película es un gran film, puede durar mucho tiempo en cartel.
Al final de la proyección en la cabina, solo como un náufrago, como un verso sin poeta, como un suicida y siempre con la misma duda. ¿Quién soy en realidad?
Nada, nadie, sin el acomodador.
Javier Aragüés (Febrero 2015)