jueves, 27 de septiembre de 2018

SIEMPRE TE MIRO




Me impresionó esa mirada. Estabas lejos, tan lejos que quería pensar que llorabas por no verme, pero a la vez me decías: "Iluso... ¿Por qué crees que podías provocarme una lágrima? 

Me sentí ridículo.  

Te giraste y no pude evitar volver sobre la imagen. Enseguida advertí que me mentías. Porque eras tú, con esa expresión dulce y sin abandonar el llanto, la que se mostraba oculta tras una pintura; me invitabas a escuchar una canción o sugerías que me abandonara a lo que es más bello y atrayente, el arte. Eras tú la que se escondía tras la imagen y seguiste mirándome mientras se deslizaba una lágrima por tu mejilla.



Javier Aragüés  (septiembre 2018)

miércoles, 26 de septiembre de 2018

MEDITERRÁNEO Y TU (microrrelato)

Para admirarte no hay más impedimento que el aire, la luz y la soledad. Cuando rompen las olas, te busco entre la espuma, pero no apareces. Espero las siguientes y me dicen que te has ido. Les pregunto por ti y me contestan con otra ola más atractiva, pero tú no vuelves. Hasta que una me advierte que tenga calma. 

Mitigo la espera, me recreo en tus tonos: Verdes alga, amarillos emergentes y turquesas impecables. Los marrones arrecife y grises tristeza me invitan a soñar. El sol, dueño del horizonte, te hace brillar y salpica con laminillas refulgentes desde el horizonte hasta mis pies, pero no te veo. 


Juego con los azules dominantes de tus días plenos, sabiendo que siempre no es así, hasta que te cubres de lilas tormentosos, entonces te enojas, enciendes el cielo y te destrozas con furia contra los rompientes que te deshacen en lágrimas y borboteos, mostrando tu sensibilidad.






Te conozco. Tu aparente y repentino mal carácter se atenúa, hasta que un día de los siguientes luces el equilibrio y esperas al sol que emerge lento, en silencio y concentra sus fuerzas en irradiar ímpetu y anaranjados. Fatigado el astro, se sumerge entre tornasoles y ambarinos para despedirse.

Pasan los días y los próximos, no me canso de observar tu carácter y tus cambios de humor, pero no abandono y espero. 

Esta mañana es diferente, miro por el ventanal y te reconozco, por fin has llegado Te acompaña la pasión, el deseo y mis sueños. Estás frente a mí, nunca te has ido. Mediterráneo eres tú.
  

Javier Aragüés (septiembre 2018)


lunes, 3 de septiembre de 2018

CELERIDAD FATÍDICA (microrrelato de Terror)

Sumergido en la oscuridad, gritaba: “¡Ciego, estoy ciego!”. Solo y rodeado por el silencio.

Tenía los ojos entreabiertos y los párpados soldados a la esclerótica por una película de polvo y lágrimas. Intentó incorporarse. Algo lo impedía.  

Piernas y brazos estirados, rígidos e inmóviles; no respondían. El cerebro martilleaba: “Salvatore, estás muy enfermo".  

La situación kafkiana coexistía con una angustia incontrolable. El sudor inundaba su cuerpo. Un caudal frío se deslizaba por la columna para perderse en el túmulo de los recuerdos.

¡Un nuevo esfuerzo! Salvatore inspiró profundamente. Fue inútil. El polvo inundó sus pulmones. Regurgitó. 

El sabor agrio ocupó su boca reseca, rasgándole la garganta las partículas suspendidas.

Al intentar expectorar sintió larvas paseándose por su interior, mordisqueando el epitelio de su cuerpo. 

Identificó la muerte, mientras recordaba las últimas palabras de su mujer: “Salvatore, amor mío”. Sin tiempo, le enterraban a las pocas horas.


Silencio.

Javier Aragüés (septiembre 2018)







sábado, 1 de septiembre de 2018

LA ESCLUSA





La Geister era una vieja gabarra acorralada por la espesa niebla remansada en la esclusa. 

Friedrich Merten  era su capitán, bregado marino en guerras que nunca ganó.

El devenir por el Danubio le atormentaba y vivía eternamente melancólico. Abarloó la embarcación entre las dos paredes mugrientas e infinitas, salpicadas por chorreras de afelpado verdín. Discurrían de norte a sur y desconsolaban aún más el lugar. La maniobra le entristecía. El tiempo se detuvo. Levantó la mirada y vio la nada.

En el cauce, Merten sumido en el silencio de la no vida, roto por los arpegios de las Walkirias de Wagner. Cuerdas, maderas y cobres luchaban hasta alcanzar sincronizados el final de la obra. Violines y violas parecían extenuados. Con el último acorde el esclusero gritó: “¡Capitán,  La Geister puede zarpar!”

Silencio. En la esclusa la barcaza seguía inmóvil, sin Merten, la abandonó con la última nota de la sinfonía.




Javier Aragüés (septiembre 2018)



jueves, 19 de julio de 2018

ABSTRACT DEL LIBRO "EN EL HURACÁN CATALÁN. UNA MIRADA PRIVILEGIADA AL LABERINTO DEL PROCÉS" ( Sandrine Morel)

No pretendo condicionar las opiniones que hay formadas frente o a favor 
del independentismo catalán y del procés pero este libro, EN EL HURACÁN CATALÁN, la autora y periodista Sandrine Morel, corresponsal de LE MONDE en España. ofrece otra visión de unos hechos que han sido y son portada de los medios de comunicación antes y después, del referéndum del 1 de Octubre.






















La corresponsal, con un lenguaje periodístico, expone de una manera crítica e incisiva las estrategias de manipulación y movilización que han utilizado "ambas partes" y los hechos políticos y económicos que han determinado el procés; todo ello según su punto de vista.

Según mi opinión no es una visión más, a pesar de que no es un análisis aséptico. 

Me ha parecido especialmente ilustrativo el Capítulo 10: La independencia, ese cajón de sastre, que forma parte del libro: En el huracán catalán: Una mirada privilegiada al laberinto del procés, de la autora Sandrine Morel y traducido por Lara Cortés Hernández.



Javier Aragüés(julio 2018)















10

La independencia, ese cajón de sastre. (Sandrine Morel) (*)

" ¿Independencia para hacer qué? Esta pregunta que he formulado de mil maneras diferentes, no tiene respuesta. En el movimiento independentista catalán no hay grandes exigencias concretas. Sí está la de administrar los impuestos recaudados en esta comunidad autónoma. Pero ¿para hacer qué? ¿Para qué proyecto? Los tres partido independentistas no consiguen ponerse de acuerdo en este punto, lo cual explica que no exista un debate sobre la independencia: rompería la unidad del movimiento.


La independencia es una cáscara vacía en la que cada cual mete sus sueños, sus deseos, imaginando, acertada o equivocadamente, que harán realidad. Y por lo que me cuentan en privado los dirigentes independentistas, parece que algunos se equivocan de pleno.

En 2012, por ejemplo, surgió en la autopistas catalanas  la campaña "No vull pagar"(<<No quiero pagar>>). Los conductores se negaban a abonar los peajes porque consideraban que era sumamente injusto pagar en Cataluña por este tipo de vías, que alrededor de Madrid y en buena parte del resto de España son mayoritariamente gratuitas.En la primera Diada que cubrí como corresponsal, esta "injusticia" aparecía en los primeros puntos de las listas de "protestas" de muchos de los manifestantes contra Madrid.

Un asesor de Artur Más sacó el tema espontáneamente mientras manteníamos una conversación informal. "No hay peajes fuera de Cataluña o del País Vasco. Eso no es normal", me dijo, justo antes de añadir una frase que revela al mismo tiempo la ingenuidad de los manifestantes independentistas y la verdadera frustración de los nacionalistas de CiU: "No es que estemos en contra de que haya peajes aquí.Todo lo contrario: nos parece bien la privatización de las autopistas. Lo que no es justo, lo que criticamos, es que no haya peajes en otros sitios". Para la derecha catalana, a la que le habría gustado dirigir España, la derecha española no es lo suficientemente liberal, mi interlocutor me lo confirmó a lo largo de aquella conversación: "Es lo mismo que ocurre en el caso de la sanidad pública y la tasa de un euro por receta. No queremos anularla. Al contrario: estamos en contra del gratis total. Lo que queremos es que el copago se generalice en el resto de España". Su conclusión: "La Cataluña independiente será business friendly como Mónaco".

Por otra parte, durante la entrevista que le hice en 2012, el propio Más saco pecho por las medidas de austeridad que había aplicado, aunque criticaba el ritmo impuesto por Bruselas. Me explicó entonces, con la satisfacción de haber hecho los deberes, que el año anterior había conseguido ahorrar mil ochocientos millones de euros, que había bajado los sueldos de los doscientos treinta mil empleados públicos de Cataluña y recortado el gasto en un ocho por ciento, y me anunció que pensaba crear nuevos impuestos, en concreto un a tasa turística y un tasa sobre las recetas médicas. Y concluyo que "podría hacer más cosas" si tuviese "¡más competencias!". 

Existe un abismo entre lo que muchos manifestantes esperan de  o obstante, la referencia es Dinamarca o los Países Bajos. No en vano la izquierda republicana defiende un modelo más social. La CUP considera la independencia una condición indispensable para poder dar después al pueblo una soberanía real, abolir las fronteras y facilitar la autogestión, con el fin de crear una república cuyo poder resida, fundamentalmente en los municipios. esta formación defiende la salida de la UE, mientras que ERC y el Partit Demòcrata Europeu Català  (PDeCat) —fundado en julio de 2016 para deshacerse de la mancha de corrupción de CDC— se han presentado como profundamente europeístas e insisten desde hace ya tiempo en la importancia de obtener la independencia dentro de la Unión.

Durante muchos años, lo fundamental ha sido transmitir un idea básica: la independencia no tendrá ningún efecto negativo sobre la economía o la sociedad, y solo traerá consigo, paz y prosperidad."


(*) Capítulo 10: La independencia, ese cajón de sastre; páginas 97, 98,99 y 100 del libro: En el huracán catalán: Una mirada privilegiada al laberinto del procés; de la autora Sandrine Morel.

martes, 17 de julio de 2018

CONCURSO DE MICRORRELATOS DE TERROR " NOSFERATO "

REFLEXIONES SOBRE EL MIEDO   Javier Aragüés


Siento que la palabra miedo me impacta más en singular, mientras que al padecer miedo en plural, parece diluirse. Si se autogenera, es inagotable, como lo son las causas capaces de provocarlo. Cuando siento miedo, surge en mí una intensa agitación, desmesurada a veces, que no  corresponde con la realidad, pero se percibe y cohabita con los que lo sufrimos. Todos hemos soportado alguna vez ese tipo de sensación.

Suelo ir al cine con frecuencia. En el cine se producen algunas películas que  provocan  miedo. A mí me gustan  las de suspense. “Psicosis” es un ejemplo. No me canso de verla. Siempre tengo la misma sensación. El protagonista se esconde tras el refugio de sus propias sombras. 
En la estigmatizada mansión, junto al semblante de la imperecedera madre él sufre y se consuela en silencio. Quién puede soportar el miedo cuando le obligan, o cree que elige vivir  al lado de un ser al que no quiere, al que no reconoce. Para poder sufrirlo, solo lo puede hacer desde el miedo o el terror que le infunde el otro, y si es de mayor intensidad, desde el pánico. 

En este filme, cualquiera de los dos personajes está sometido a una agonía. Para él, la de vivir junto a la muerte. Y para la madre, permanecer junto al hijo travestido. Ninguno de los dos puede abandonar el personaje sin ser atrapado por el miedo.

Al acabar la película, vuelvo a casa. Siempre me espera mi madre.


Javier Aragüés (julio 2018)

martes, 19 de junio de 2018

LAS LETRAS Sara Laborda

Érase una vez un pequeño duende que  montado sobre una preciosa mariposa de grandes alas llegó volando al jardín de la escuela de Santa Cruz. El pequeño duende se asomo a la ventana y vio que doce niños con sus batas blancas corrían y jugaban entre los pupitres, tirando bolas de papel y lápices de colores. El profesor se había ausentado y el duendecillo aprovechó la brisa para entrar en el aula. Los niños se quedaron boquiabiertos contemplando aquel pequeño duende de ojos azules, pelo rubio y un gorro puntiagudo color café. El duendecillo les dijo; “os enseñaré las letras mágicas”, y escribió todo el alfabeto en la pizarra. Cuando hubo terminado sopló, y las letras se multiplicaron y salieron volando. 





Eran letras luminosas de muchos y vibrantes colores, que serpenteaban por el aire como cometas, jugaban entre ellas, subían, bajaban, se posaban en la cabeza de los niños, en los pupitres, giraban, daban vueltas, ¡se reían porque eran libres! Pero he aquí, que las letras empezaron a juntarse y formaron sílabas y las silabas se unieron y crearon palabras, y las palabras se alinearon y formaron frases. Las letras más antiguas crecieron y se convirtieron en mayúsculas, y como eran las líderes siempre iban delante. 




Entonces el duendecillo pensó en ordenar las palabras y dibujó en la pizarra un punto, una coma, dos puntos, punto y coma, y sopló, y los puntos y las comas, se mezclaron entre las palabras, que tomaron sentido. Pero aún no estaba satisfecho. Había que darles fuerza, tenían que tener pasión, debían ser una armonía perfecta y dibujo un acento y volvió a soplar. Entonces, los niños pudieron leer en el aire, cuentos maravillosos, pequeñas frases de amor y amistad, leyendas de hadas y guerreros. Fue un instante mágico y marcharon a sus casas con las mochilas llenas de pequeñas y luminosas letras que flotaban en el aire. Al llegar la noche, el duendecillo se fue volando en su mariposa de alegres colores y las letras sin el duendecillo, languidecieron, y poco a poco fueron cayendo y quedaron presas en las blancas hojas de las libretas, en los libros de las estanterías, en las pintadas de las paredes.




Fue entonces cuando el hombre se adueñó de las letras, y manipulo las palabras según su entendimiento, según su color, su estado de ánimo, sus intereses, sus ambiciones.

Y las letras, Leo, ya nunca, nunca jamás fueron libres.



Para mi nieto Leo

Sara Laborda (junio 2018)

jueves, 14 de junio de 2018

PIEL DE LINO (microrrelato erótico)










PIEL DE LINO (primera versión). 



Javier Aragüés (junio 2018)





Al salir del mar las olas te seguían, las que rozaban tus tobillos se retiraban satisfechas 



Cuando llegaste a la orilla, el agua dibujaba en la piel la silueta del deseo esculpida en tu túnica. Yo sentía celos del lino mojado. Te ceñía sin permiso.

Ya en la arena, soñé que nos abrazábamos. Entre los dos, una lámina de flujos agridulces, los del amor. 



Mis ojos vagaban por tu cuerpo, sin descanso. Mis dedos atrevidos se paseaban por los humedales de tu piel. Me detuve en tu pecho. Firme, parejo y bruñido por el sol. Mi afán no cesaba. Partí insatisfecho. Puse rumbo al sur. 


Me deslicé por la suave pendiente hasta llegar al valle. En la oquedad, un recóndito tesoro. Dos mitades lo dividían. Maravillado, no me atreví a entrar.


Javier Aragüés (junio 2018)







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PIEL DE LINO (segunda versión)

Javier Aragüés (junio 2018)




Chapoteaba. Pisaba el mar. Las olas la buscaban. 



Empapada. El agua dibujaba la silueta del deseo. 



Celoso. El lino mojado ceñía su cuerpo. Sin permiso, ocupaba mi lugar. 



Mis ojos, la imaginaban sin descanso. Atrevidos, querían pasearse por los humedales de su piel. Me detuve en su pecho. Firme, parejo y bruñido por el sol. Mi afán no cesaba. Partí insatisfecho. Puse rumbo al sur. 


Me deslicé por la suave pendiente hasta llegar al valle. En la oquedad, un recóndito tesoro. Dos mitades lo dividían. Maravillado, no me atreví a entrar.


Javier Aragüés (junio 2018)









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miércoles, 6 de junio de 2018

UN HUÉSPED INESPERADO (relato policial)

Jamás hubiera pensado que dos personas, que apenas conocía, podrían dar un vuelco a mi vida. 

Olga y Daniel eran una pareja con los que podía contar para descargar mis intimidades y romper la soledad, a pesar de conocerlos desde hacía pocas semanas en una exposición de fotografía. Esta afición, yo la compartía con Olga. Ella era fotógrafa en un medio digital de gran difusión y yo, un mero aficionado. Como mujer era impulsiva, ambiciosa y amaba su trabajo. Recuerdo como definía su pasión por la fotografía:"Para mí la cámara es una prolongación de mis ojos, guiados por la intencionalidad de mis pensamientos". Daniel, su marido, era un buen hombre, también un hombre bueno y un informático mediocre. Ambos trabajaban en el mismo medio. Daniel estaba totalmente influido por una mujer como Olga. 

Una tarde tomando un café, les hablé de mi estado de ánimo. Hacía poco que había salido una depresión profunda debida, en gran parte, a una grave enfermedad que había conseguido vencer. Olga me recomendó que pasara una temporada lejos de la ciudad: "Necesitas el contacto con la naturaleza, alejarte de lo tóxico que te rodeaba y aliviar tu mente, todavía sometida a una severa fatiga". Yo era un urbanita convencido y jamás se me hubiera ocurrido. Me escuchaban con interés y dia a dia ganaban mi confianza.

Consulté en internet. Descubrí un albergue sencillo, aunque en la página web decía: "Hotelito en el Valle de Hecho, en pleno Pirineo de Huesca". Un lugar adecuado para descansar y poner orden en mi vida. Me dije: "es lo que necesitas". Sin pensarlo más, cogí cuatro cosas y con mi coche puse camino a Pirineos. Ni siquiera llamé al hotel. Como en el mes de abril era temporada baja en la montaña, supuse que no habría problemas para alojarme sin reserva. Me lancé a lo que para mí era una aventura, aunque esa forma de improvisar no iba conmigo. 



Castillo de Acher (Valle de Hecho)



Al aproximarme a la montaña. Los árboles tupían el paso, los verdes muy intensos dominaban la ladera, por la que serpenteaban torrenteras blancas y transparentes que esperaban los ríos. Al adentrarme, el valle se iba cerrando y la luz se apaciguaba. El acceso se hacía más angosto, acompañado de un sonoro silencio.

Ya en la comarca de la Jacetania, dejé el último 
pueblecito del valle, Siresa. A unos quinientos metros, a la salida de una curva cerrada, un cartel rústico lo anunciaba. Se alzaba el albergue en silencio, solo roto por algún trino. 
Junto a las escalerillas del hotel, allí estaba plantado un hombre corpulento, aspecto tosco y con semblante de pocas palabras; junto a él, un chucho inmóvil, con gesto desconfiado. Tanto él como el perro parecían no haber salido nunca del valle y su actitud, al ayudarme con el escaso equipaje, indicaba que no me esperaban.  







Yo había cogido lo imprescindible para estar alejado de la ciudad, durante un tiempo. No  olvidé mis inseparables libros, ni mi cámara fotográfica. 

El hombre, que no me esperaba, sin levantar la vista, con un gesto, me invitó a seguirlo por unas empinadas escaleras. Los peldaños de madera se quejaban cada vez que cualquiera de los dos poníamos los pies. Llegamos al segundo piso. Con una de sus manazas, me señaló la habitación al fondo del desnudo pasillo. Caminé tras él. Se detuvo ante la puerta, dejó mi maleta en el suelo y de un bolsillo de su raído pantalón de pana, sacó un llavín oxidado que no acertaba a encajar. Se disculpó arqueando sus pobladas cejas. Tras varios intentos logró girarlo acompañado de tres chasquidos secos y la puerta cedió. Esperé que pasara primero y encendiera la luz. Una única bombilla suspendida del techo y enroscada a una tulipa de vidrio ordinario con una espesa capa de polvo, proyectaba una luz fatigada, amarillenta y escasa. En ese momento le oí hablar por  primera vez que desde que  llegué. Con voz desagradable dijo: "Esta es la suya". Apenas se distinguía la cama. Cubierta por una manta marrón descolorida, con apariencia de sucia, que disuadía utilizarla; en una esquina, el baño escueto, con una ducha disimulada por una cortina a la que le faltaba más de una anilla y quedaba ligeramente descolgada. Me llamó la atención el ventanal cerrado. Hice una mueca de contrariedad, suficiente como para que se apresurara a abrirlo, aunque con dificultad. Parecía que había estado cerrado durante mucho tiempo. Al marcharse, aprovechó  para soltarme una especie de gruñido y advertirme: "Me llamo Cosme", a la vez  que con su manaza acompañaba la puerta, que cerró de golpe y resonó como un trueno en el pasillo. Al descender por las escaleras, comenzaron de nuevo los gemidos de los peldaños, dejaba caer todo su peso en cada paso. Los ruidos se fueron amortiguando hasta desaparecer.

Estaba deseando estar a solas. Dudaba si era un extraño abandonado en medio de aquel valle y llegué a cuestionar el viaje. Creo que dormí un buen rato. 

Cuando desperté eran la siete de la tarde y me veía obligado a tomar una decisión. Bajé a la salita, que hacía las veces de recepción. Allí estaba Cosme, de pie esperándome y comenzó a hablar.

— Dentro de poco cenaremos, mi mujer lo ha dejado preparado. Ella no nos acompañará — comentó Cosme sin necesidad de preguntarle.

— ¿Cuántos huéspedes hay?

— Por ahora, usted solo. Mañana esperamos un grupo de daneses, creo que los llaman ornitólogos, vienen todos los años por estas fechas.

— ¿Ornitólogos? —pregunté extrañado con él animo de alargar la conversación.

— Bueno sí, en este lugar hace sus nidos un pájaro,  "el quebrantahuesos". El grupo viene para lo que ellos llaman "avistarlo". Los del valle, a esto lo decimos "pajarear". Están unos días, unas veces lo ven y otras, la mayoría, fracasan y hasta el año próximo.

— ¿Entonces el albergue estará lleno?

— No lo crea, vienen seis o siete. 

— ¿Cuantas habitaciones hay? 

— Cinco en cada piso. La tercera planta está cerrada, es para nosotros. El hotel tiene diez habitaciones. Si no fuera por estos grupos, sobraría la mitad.

Me señaló el comedor. Una de las cinco mesas  estaba preparada, el resto vacías y sin mantel. La que parecía iba a ser la mía, tampoco tenía. Un cubierto, el plato, una jarra de agua, un vaso y una servilleta de papel eran toda mi compañía. Había una chimenea que por el aspecto de las cenizas no se había encendido hacía tiempo. La cena fue frugal. Estaba  preparada con demasiada antelación, fría, y yo desganado.







Era temprano para acostarse y decidí dar un paseo cerca de la casa, tomé el camino al pueblo de Siresa. Estaba anocheciendo y apenas se distinguían los arbustos. Me alejé unos cien metros, oí unos ruidos entre unas matas de ginesta. Con cierta prevención me acerqué. Tuve que dejar el camino. 

Entonces vi al chucho de Cosme escarbando, con las patas delanteras, arañaba la tierra enloquecido, hasta conseguir acumular
pequeños montones de tierra y hacer un agujero. Me agaché para ver algo. ¡No podía dar crédito! Había una mano al descubierto, o eso me pareció. Me aproximé con sigilo para cerciorarme. ¡No había duda! Se distinguían cuatro dedos de una mano y el índice, ensartaba un anillo de matrimonio. Por la delgadez de los dedos, parecía una mano de mujer.

El perro había dejado de remover la tierra y sujetaba la mano con sus mandíbulas y tiraba de ella. No podía desenterrarla, la agarraba como como si la conociera. 

Estaba aterrado y no reaccioné. Gritar no me pareció buena idea. Debía buscar ayuda fuera del albergue, Cosme no me inspiraba confianza. Pensé en llamar por teléfono, pero no tenía señal en mi móvil. Caminé hacia el pueblo. Anduve muy deprisa, creo que hasta llegué a correr. En mi mente solo un pensamiento: "¿A quién podía contar lo ocurrido?"







Al ver luz en una casa, llamé insistentemente a la puerta. Me contestó una mujer muy asustada. Era tarde, le pedí ayuda con voz desgarrada, y la mujer me abrió.

— ¿Qué le pasa? 

No sabía qué palabra elegir y sin pensarlo grité.

— ¡La mano! ¡La mano!

— ¿Qué dice? Pero pase, pase.

Las palabras intentaban salir de mi boca, pero no era capaz de articular con coherencia. Mientras, la mujer me tranquilizaba.

— ¿De dónde viene? 

Me agarré a la pregunta y pude contestar algo más sereno, aunque seguía jadeando.

— Del albergue. Estoy hospedado allí.

La mujer puso cara de extrañeza y contestó.

— Es imposible. El albergue está cerrado desde el año pasado. Abre a partir de junio, cuando el tiempo es bueno. Allí no vive nadie. Los dueños son un matrimonio del pueblo.


Las palabras de la mujer hacían que dudara. Para asegurarme, dije:

— ¿Podemos ir a verles?

— Vamos, vamos, yo le acompaño.

Caminábamos a buen paso mientras explicaba.

— Son una pareja un poco rara. Ella es la rica del pueblo y él es bastante torpe, le domina.  

Nos dirigimos al centro del pueblo, junto a la iglesia. Una gran mansión destacaba del resto de las casas. La mujer llamó varias veces a la puerta, pero nadie contestaba. Estuvimos esperando unos minutos. Ya nos íbamos, cuando una voz ronca de hombre, contestó: "Ya voy, ya voy".

— ¡Cosme! ¡Cosme!  —gritaba la lugareña.

La mujer me miró sorprendida. Se abrió el portón. Sin darle tiempo, le preguntó por su mujer.

— ¿Está Lucía? 

— No, vendrá tarde. Ha ido a Hecho a arreglar papeles. 

Cosme a penas me miraba. Su rostro mostraba extrañeza al verme, y más en su casa. No sabía qué hacer. Instintivamente, con su manaza quería cerrar la puerta. La mujer plantada en la entrada se lo impedía, y le dijo a Cosme.

— Voy a esperarla. Tengo que hablar con ella.

Cosme era incapaz de reaccionar en ese momento, agravado por sus propias limitaciones. Solo dijo: "pues bueno, como quieras". 








Los tres, sentados en el zaguán, esperamos más de una hora. Cosme se iba alterando. Dijo inquieto: "Estoy preocupado. Lucía ya tendría que estar aquí". Sugerí, dirigiéndome a la mujer, que podríamos ir a buscarla. Cosme se aterrorizó; su rostro de aspecto saludable, se tornó céreo. Quería llevarle hasta el albergue, confiando que antes de llegar se derrumbase. En un momento de máxima confusión, en que apenas podía hablar, se esforzó para decirnos: "Yo me quedo aquí, a esperarla".

Convencí a la mujer y caminamos de prisa al hotel. La llevé al lugar entre los arbustos, y le mostré la mano, no había rastro del perro. La mujer, al verla se tapó la boca y repetía: "¡Dios mío! ¡Dios mío!". 

La luz de una linterna se acercaba. Nos escondimos. La mujer temblaba de miedo, yo me contenía. Nos alejamos una cierta distancia para ocultarnos tras un montículo que nos 
permitiera ver los arbustos y permanecer ocultos. 

Cosme, acompañado de un hombre, llegó hasta el lugar donde estaba la mano semienterrada. El hombre decía: "Cosme, deprisa, pueden venir". Esa voz, me resultaba familiar. Claro, era la de...  






Recibí un golpe en la cabeza y desperté conmocionado en una habitación del Hospital de Huesca. En la habitación estaba la médica,  un inspector de policía y la mujer del pueblo de Siresa.

El inspector se interesó por mi estado me tranquilizó y comenzó a hablar. 

—  Gracias a usted, hemos descubierto un crimen, que dadas la circunstancias, hubiera sido difícil desentrañar .

— ¿Qué crimen? — pregunté, algo aturdido.

—Tranquilo, se lo explicaré. ¿Recuerda a Cosme? Tiene una prima. Ella y su marido planearon matar a Lucía, la mujer de Cosme, para que sus bienes pasaran a él, el único heredero. La convencieron para que la matara con su ayuda. 

Cosme accedió. Estaba deslumbrado por la fortuna, por sentirse importante y reconocido, al menos por su prima. Aprovecharon que el hotel estaba vacío para cometer el crimen. 

— Usted se interpuso en sus planes, al presentarse de manera inesperada en el hotel. Cuando llegó al albergue, Cosme merodeaba preparando el crimen, mientras esperaba a la prima y su marido. Tuvieron que cambiar el plan. No se le ocurrió a él. Puso en alerta a su prima, que por ambición estaba dispuesta a matar a Lucía y a usted. Si la tarde en que llegó, hubiese prolongado el descanso, el perro no solo habría buscado a su dueña, sino también a usted, y ahora estaría muerto. 

Hizo un breve pausa y continuó.

—Cosme mató a Lucía, la estranguló en su casa, ayudado por la prima y su marido y en poco tiempo la trasladaron hasta el hotel para deshacerse del cadáver. Usted era la pieza que no encajaba, se presentó sin que le esperaran, poniendo el plan en peligro. Cambiaron sus propósitos. Fingieron la apertura del hotel y por ende la cena y la desaparición de Lucía, pero usted no se pudo librar del golpe, el que le dio la prima de Cosme con la linterna. 

Roberto tiene que dar las gracias a esta mujer anónima del pueblo de Serisa, que le ha salvado la vida. Cuando estaban junto a la fosa donde habían enterrado a Lucía, al ver que se acercaban peligrosamente, huyó entre los arbustos, tomó un atajo, llegó hasta el pueblo y nos avisó. 

De nuevo el inspector hizo una pausa.

Yo estaba muy atento escuchando. Me impresionaban los momentos que había vivido y lo que para mí, podía haber sido un desenlace fatal. 

Pero daba vueltas a la explicación del inspector y no entendía que ganaba la prima, si era Cosme el que heredaba. Se lo iba a preguntar cuando se anticipó a mis dudas.

— Le falta saber algo más. La prima y el marido, una vez recibida la herencia, pensaban inhabilitar a Cosme, argumentando que un hombre con sus limitaciones podría ser blanco de desaprensivos y codiciosos. Alguien próximo a él, como era su prima, debía velar por sus intereses.

— Tengo que admitir que su explicación es convincente.

El inspector continuó.

— No he terminado, le falta otro dato, el más importante. No sé si decírselo, porque le impresionará.

— Inspector, después de todo esto, estoy preparado.

— Veamos. Usted conoce a la prima de Cosme.

— ¿Yo?

— Sí,  usted. ¿Le dice alguna cosa el nombre de Olga?


Javier Aragüés  (junio 2018)