miércoles, 22 de abril de 2015

PATOLOGÍA DE LA CORRUPTILITS

La “corruplitis” es una enfermedad muy antigua y difícil de combatir. Para conocerla con cierto detalle se debe analizar y examinar su evolución. El ensayo corresponde a los últimos setenta años.

Se incuba a la sombra del poder y el dinero. El virus que la propaga lo hace a la vista de todos y en las primeras fases del desarrollo el microorganismo parece inofensivo hasta alcanzar la madurez a los pocos días del apareamiento. Es hermafrodita – sin sexo diferenciado-realiza la cópula sobre  billetes y sobres, que pasan de mano en mano y contaminan al siguiente. Se instala en el sistema, marca las normas y a partir de ese momento se vuelve insaciable y voraz.

Una de las cepas del virus se desarrolla en despachos ministeriales, en sedes de partidos políticos y en el propio parlamento. Casi todos los diputados están contaminados, incluso los presidentes del gobierno son sospechosos de contraerla o favorecerla. Se reproduce con facilidad en los consejos de administración de las empresas, y en los de bancos y cajas. Afecta de forma menos virulenta, a funcionarios, miembros de  la judicatura y periodistas; el clero es beligerante y beneficiario. Ataca con total impunidad a instituciones e individuos. 

El virus se extiende con facilidad y llega a convertirse en pandemia. 
Entonces se dice. "Se trata de una sociedad descompuesta y agusanada”. La enfermedad acaba con la salud del país, apesar de que los individuos se sacrifican, aceptan las renuncias que demandan instituciones y dirigentes pero la colectividad empeora.

La mejor forma de combatirla es conocer algunos de los efectos. Desfigura a los servidores públicos; unos con estrabismo funcionarial (el funcionario mira para otro lado) y otros, no quitan la vista de sus intereses más inmediatos y mediáticos. 







Existen contrapartidas. Las industrias del sector papelero han aumentado la demanda, el incremento se concentra en tres tipos de papel, el papel moneda (no deja huellas, ocupa poco y es fácil ocultarlo), el de material de papelería, principalmente los sobres con visera engominada y el papel higiénico en su formato rollo, se utiliza para recoger las propuestas de los ciudadanos ante unas inminentes elecciones. Después de evacuar y utilizarlo los candidatos y partidos políticos lo reciclan hasta las próximas consultas, 

 A la vez, hay funciones primordiales para los individuos que quedan severamente afectadas. La justicia se relantiza, contamina y acaba dominada por los núcleos más severos de la enfermedad. Muta, hasta convertirse  en un animal exótico, “la judicatura tortuga”.  

Produce emanaciones de gases en terrenos baldíos que provocan burbujas y sirven de refugio a los verdaderos portadores de la enfermedad. Los individuos con gérmenes recalifican los terrenos a gusto de los codiciosos y comienza el proceso. “Dónde antes había cultivos y aire, ahora solo cemento y desolación. Estamos ante una epidemia de tal magnitud que corremos el riesgo de no controlarla".  

Convierte a los responsables de la educación en autoridades sanitarias. La ética y la moral son la medicina preventiva, los ciudadanos tienen que denunciar sin miedo los casos que se presenten. Hay que combatir la enfermedad hasta aislar el virus y extirparlo.

Todos, todos, debemos pensar si queremos vivir en un organismo sano o  en uno contaminado.

Javier Aragüés



martes, 21 de abril de 2015

EL MENSAJE DEL ROBLE

El árbol era el orgullo de los habitantes de la villa y la envidia de los vecinos. Frondoso y robusto; el tronco sin ramas hasta los quince metros y después, todo follaje.  

A partir de otoño y hasta el invierno, una alfombra de  bellotas cubría los pies, unas caían por su propio peso y las más holgazanas, a golpe de vara. Siempre daba frutos que aprovechaban los ganaderos.
Las gentes – orgullosas -  discutían los asuntos bajo el ramaje, el tronco escuchaba.

Admirados, los del pueblo colindante plantaron el suyo.

Un día, en medio de de la reunión se inició un debate en torno al roble. 




Un vecino preguntó.

- ¿Qué haremos si no llueve? - los más participativos se apresuraron.
  
- Prepararnos. Construyamos un embalse que almacene el agua en época de lluvia y la utilizamos en la de sequera. 

- ¡Tiene que crecer! ¿Y si se repite la plaga?- insistió.

- Hace varios años el tronco estaba lleno de agujeros. Los escarabajos hacían galerías y paseaban a sus anchas con peligro de que muriera.

- ¡Ha de estar sano!-gritó.

El que conducía las respuestas, dirigiéndose a él, explicó con calma y detalle cómo proceder.

- Levantamos la corteza con cuidado y matamos las larvas que corroen el tronco.

 Un agente forestal añadió.

- Si no llega la luz, se pondrá mustio y morirá.

Todos estaban dispuestos a derribar las casas más próximas para dejar pasar la claridad.

El árbol estaba conmovido por el amor y la preocupación de los vecinos, hasta que los más mezquinos alzaron la voz.

-¡No debemos preocuparnos! El árbol está muy sano y ha crecido lo suficiente como para talarlo; lo hacemos mañana y vendemos la leña. El roble, al oírlos, enfureció por haber confiado en los aldeanos.











Esa noche hubo una gran tormenta. El roble, por su altura, atrajo un rayo de nube a tierra que iluminó la noche acompañada de un ruido ensordecedor. Comenzó a arder como una antorcha descomunal hasta convertirlo  en cenizas.

Al amanecer, los lugareños se lamentaban; habían perdido el cobijo, el orgullo y la solidaridad. Desde ahora solo podían envidiar a los vecinos que habían aprendido la lección. 

"Cuidar el roble y despreciar a los codiciosos"

Javier Aragüés


viernes, 17 de abril de 2015

EL CAMINO MAS CORTO

¡Quería volver a casa para entender lo que ocurría! Impedir que mi mujer y mis hijos sufrieran. Pegunté a amigos  y vecinos por dónde empezar.  Confié en el que más conocía.

-¿Cuál es el camino más corto para comprenderlo?


-Es pedregoso, árido, sin agua y con charcas de  alcohol. No encontrarás ríos, ni consuelo, solo licor que no debes beber. No hay rastro de vida.  Con voluntad puedes vencer los obstáculos. 



El calor, la sed y los sorbos en las balsas me desplomaron. Sin fuerzas para continuar, me refugié junto a una roca hasta que llegó la oscuridad. Por la noche caminé sin descanso. Al amanecer, un sol reluciente cegaba mis ojos, la boca reseca y en el horizonte, la nada.

 Volví a casa con un sabor amargo tras el fracaso.


Pasados unos días lo intenté de nuevo.


-¡Tienes que ayudarme para encontrar un camino más fácil y corto!


-Te costará encontrarlo. Tendrás que atravesar valles y evitar los barrancos mas abruptos. Puedes elegir el más próximo a casa.  El de los campos de trigo salpicado de amapolas y  hombres silenciosos que espantan a pájaros y caminantes.  No encontrarás a nadie.









- Parece sencillo.


- Por la noche intenta dormir y recuperar fuerzas. La dificultad del camino está en sobrevivir a la soledad. Si te sientes abandonado vuelve a casa.


Así fue y así lo hice.


Mi familia me esperaba con impaciencia y desencanto.


Al día siguiente lo intenté de nuevo.

¡Lo conseguiré!





Esta vez no me dejé aconsejar. Escogí el que para mí era el más corto.


Elegí un camino lleno de gentes. Se paraban, charlaban. Escuchaba e intervenía en cualquier corrillo. Comentaban: “Es bromista y educado”.
Me veía, me veían, superior a todos. Consentían mis enfados, los cambios de humor y mis caprichos. Recibía elogios permanentemente.
En un puntual instante de sensatez, todo se presentaba cómo irreal, como un trastorno del estado de ánimo, un sin control. La felicidad se difuminaba, nadie reía mis frases, ni veía el mundo como yo. ¡Nada, nada, era igual! Estaba fuera del camino.


El regreso  fue duro. ¿Qué pensaría mi familia? Recordaba cómo me comportaba en casa, apenas estaba, no compartía los tiempos, ni el cariño. La familia se conformaba con oírme llegar y recibirme. Me esperaban como muchos días y noches, esta vez, para decirme adiós. Estaba solo y no atinaba con la explicación.



Hoy, sigo buscando el camino más corto, estoy perdido.




Javier Aragüés (Abril de 2015)

domingo, 5 de abril de 2015

ÉL Y ELLA

Luca llevaba una vida orientada a ensayar suspiros, buscar deseos sin control y moverse entre gestos libidinosos junto  al más puro recato, en un permanente y delicado equilibrio entre lo ético y lo moral. Buscaba con miedo reconocerse.

Todos los días coincidían en el metro porque lo provocaba. Se ocultaba tras las páginas  de un libro, de esos gruesos, escaso contenido y sinopsis seductora. Las tapas coloreadas pretendían ilusionar, no importaba si convencían; en el interior se escondían contenidos forjados con una literatura maltratada —un “betseler”.
Estaban expuestos en los escaparates de tiendas de libros —no librerías— a  la vista, con el mismo desdén que se se mostraban las ofertas de lencería barata.
Las editoriales obligaban a tenerlos en los pequeños escaparates de las librerías-papelerías de siempre.
Las de olor a material escolar,a niño de párvulos, lápices de colores y a libro arrinconado. 

Oculto tras las las tapas del ejemplar buscaba el rostro que cada mañana, a la misma hora, subía al vagón y se plantaba en un rincón. La cara de aquella persona era inconfundible, labios escarlatas, húmedos, carnosos y escandalosamente definidos por un pintalabios barato. Se acercaba discretamente con al amparo  de la la luz tenue que apenas iluminaba el vagón que  entre estaciones.
El  semblante de Luca  reflejaba su intención. Los viajeros no sospechaban los gestos de aproximación pero si alguno lo observaba unos segundos, acercaba el libro a la cara, disimulaba  al leer y releer sin pasar página.



Para Luca cada día era diferente, aunque repitiera los mismos 
gestos. Esa persecución se hacía obsesiva y no podía descansar. 
Se observó minuciosamente delante de un espejo. Se vistió y arregló con mayor interés que otros días.  Subió al vagón y se hablaron 
Se encontraron. Esta vez no se rehuyeron. En el vagón hablaron en silencio, susurraron. No había libro.

Salieron del "metro" en la siguiente estación, les faltaba aire y respiraron profundamente.

Aprovecharon las fuerzas  para  entrar en un café junto a la salida, anunciaba en los cristales  con acuarela blanca, letra gruesa y fácil de borrar, desayunos rápidos y económicos que incluían en el precio un olor familiar a café con leche.

Ante el bullicio, prefirieron buscar un rincón discreto para seguir mirando y convencerse de que la escena era real.

Luca  propuso realizar un viaje, para descubrirse en lo íntimo y confirmar lo circundante.
-  ¿Qué mejor que viajar juntos?  
-   ¿A dónde?
-    No importa, si no retocamos los motivos. 
Perseguimos que nuestro sexo e identidad se acomoden. No podemos escondernos y vivir con miedo,  mejor sentirnos orgullosos.

- ¿Vivirías conmigo? - preguntó Luca.
- ¡Ya vivimos!
-  ¡Quedan cuestiones muy importantes! La más importante, elegir como nos presentamos al mundo.
Yo, preferiría no perder mi virilidad.
- ¡No pienso ceder! Quiero poder ser madre biológica.
- Juguemos al azar, pasemos por la fase de androginia y decidamos que reasignación de sexo prevalece.
Luca se sometió a la intervención y murió. Era más fácil elegir. 
Escogió ocultarse de nuevo.


miércoles, 11 de marzo de 2015

MEMORIA HISTÓRICA. ENTREVISTA NOVELADA A FEDERICO GARCIA LORCA DESDE EL PRESENTE (Presente) Libro 6

"Yo creo profundamente en la diferencia entre la historia y la memoria; permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta necesariamente la forma de un registro, continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósitos públicos, no intelectuales: un parque temático, un memorial, un museo, un edificio, un programa de televisión, un acontecimiento, un día, una bandera. Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas se ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia."


Pero, ocurrió...

"En la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue fusilado junto a un olivo en la carretera que une las localidades de Víznar y Alfacar. Se trataba del final de una historia llena de rivalidades políticas en la ciudad en la que habitaba "la peor burguesía de España", como dijo el poeta. También fue el comienzo de otra historia plagada de silencio, un tiempo de fosas cerradas sobre las que se dejaban piedras, desmemoria y vergüenza."

EL PAÍS:  FERNANDO VALVERDE.  GRANADA 10 DIC 2009



Ha habido que esperar más de setenta años para hablar como concepto de Memoria Histórica en España, pero estamos lejos de su conocimiento y reconocimiento. 

Ya han pasado más de ochenta años y los vencedores de la guerra que ellos mismos provocaron, son incapaces de reconocer  —menos reparar— los acontecimientos no vividos directamente, sino que transmitidos por otros medios   —un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica.​ 




"La memoria histórica se viene a designar como la memoria colectiva, en donde la define como la memoria de acontecimientos no vividos directamente, sino transmitidos por otros medios, un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica. “Otros conceptos que convergen en el mismo son: memoria colectivapolítica de la memoria (memoria colectiva, el de política de la memoria (politics of memory) o política de la historia  (Geschichtspolitik) of memory) o política de la historia (Geschichtspolitik)."










Presente: Siempre quedó algo por saber que no estaba en los versos. ¿Qué pasó en aquellos años de tu vida?

Federico: La tertulia "El Rinconcillo" en Granada fue detonante intelectual y una gran explosión en las cabezas de los señoritos.Viví en Granada, después en Madrid en la Residencia de Estudiantes,  hervidero cultural. Muchos  personajes universales, como Albert Einstein, Mari Curie o John Keynes, residentes, catalizaron mi formación. Conocí a Luis, a Salvador y a Rafael, con los que mi relación, más que próxima, fue eterna. Estuve en Sevilla para homenajear a Góngora. Un grupo de intelectuales y artistas de una misma generación  nos reivindicamos como "La del 27".

Presente: Lo cierto es que tu madurez como poeta se oscureció al renegar del Romancero Gitano.

Federico: Esta etapa de melancolía en los poemas se produjo por la aproximación al costumbrismo y al mito de la "gitanería". 
Fue la ausencia de amor lo que me entristeció, además de las tropelías.

La separación de Emilio, al que estuve unido intensa y sentimentalmente, alargó la crisis pasajera.

Seguí escribiendo y la vida dejó de ser un barbecho de palabras.

Presente: ¿Hasta el último día?

Federico: No, hasta hoy. No quería verme solo, desnudo, arrojado a una fosa contra mi voluntad y sangrando los pensamientos. La luna era mi compañera en esa larga noche de estrellas. 
Creo que no me mataron, ni el frío, ni el miedo, ni mi forma de amar; fueron ellos. Recé durante los preparativos del sacrificio cruento y después bajo tierra, hasta que me oyeras.



*****




¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus luces verdes
que viene la benemérita...

¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te queman



(Poema a la Guardia Civil)
Del Romancero Gitano de Federico García Lorca





Javier Aragüés (marzo 2015) 
        


domingo, 8 de marzo de 2015

DESCONOCIDO Libro 6

 Después de una larga jornada, el martilleo agudo del motor de los pesqueros rompía la calma instalada en la dársena. Desde el muelle, los pescadores recostados en las cubiertas de los barcos parecían ajados, con un rictus estático e indefinido; se mostraban somnolientos y en silencio, solo cuando las capturas y la mar eran propicias lucían semblantes radiantes, resaltados por su piel curtida y el salitre.

Esa mañana las redes estaban a punto de rasgarse. Al izarlas una y otra vez, esparcían por la cubierta capas espesas y homogéneas de luminosas lentejuelas que rebrincaban sin control. El patrón gritó: "¡buena pesca!". La tripulación, sin dejar de faenar, levantaba ligeramente la cabeza y algunos marineros le saludaban con una sonrisa y un gesto de aprobación. El patrón, desde el puente, gobernaba la embarcación. Era un marino experto, zarandeado por muchas horas de mar; para él, su única misión era de devolver el barco y la tripulación a puerto.

Cuando el pesquero asomaba por la rada, hombre y barco no se diferenciaban. Los habitantes del pueblo costero al avistarle gritaban: "¡Ya llega EL CENTAURO!"; así se llamaba el barco y también era el apodo del capitán.




Diego era uno de los tripulantes del pesquero; cada día al finalizar su trabajo y cuando regresaban a puerto, se apoyaba en la borda y pensativo mirando el mar, daba un repaso a la jornada agarrado a una botella de aguardiente. Ese día no recordaba si se había despedido de Teresa, — su compañera— desde hacía dieciocho años que vivían juntos. Le decía adiós, antes de salir a pescar. Ella le correspondía esperándolo cada tarde en el muelle. 


El mar comenzó a rizarse y a oscurecer su color; mecía la embarcación con facilidad y en cubierta el resto de marineros se apremiaban. Al salir del caladero un murmullo exacerbado agitaba las masas de agua desde las profundidades; el ruido creció hasta hacerse estridente y se convirtió en fuerte oleaje. El mar desafiaba, los hombres se refugiaban en brillantes chubasqueros verdes o amarillos, estampados de sangre por la pesca y asegurados por mosquetones a los pasamanos de cubierta. Un embate de mar lanzó a Diego por la borda. Varias voces gritaron: ¡Hombre al agua! ¡Hombre al agua! Como si así impidieran que el cuerpo desapareciera. Los brazos de Diego se agitaban buscando algo a que sujetarse, pero encontraban la nada; su cuerpo quedó a la deriva y el hombre emergía una y otra vez, hasta que desapareció. Solo, en un mar agitado teñido de verde turbio, blanco espuma y morado penitente;  tonos apagados y revueltos de un azul ausente. Para él, la vida se iba por instantes. 







Diego logró asirse a un viejo tablón, resto de algún naufragio. El mar después de varios días lo devolvió a una playa próxima al pueblo, después de jugar con él sin descanso hasta desfigurarlo.

La mujer lo encontró sin síntomas de vida. Le puso en la boca un pañuelo empapado en agua dulce para aliviar la sed y el escozor de las llagas en los labios desollados. Diego abrió los ojos.  
Extenuado, con la visión turbia, no reconocía el lugar; la textura de la arena le resultaba familiar; era tan fina que al caminar se hundía sin permiso hasta poder dar el siguiente paso. Lo intentaba, no podía mantenerse erguido y la mujer, cogiéndole
bajo los hombros, lo arrastró  hasta su casa con gran dificultad. Lo tumbó sobre un camastro donde permaneció durante muchos días.

Ella le hablaba. Diego, impasible, no veía ni sentía. Permaneció postrado y ausente durante varios meses. La fuerte conmoción le mantenía inconsciente. Ella siguió atendiéndole hasta que comenzó a caminar, pero Diego seguía sin recuperar la razón.

Esa mañana, después de cuidarle como hacía todos los días, abrió el armario del dormitorio que llevaba cerrado desde que Diego volvió a casa. 
Al abrirlo, un fuerte olor a humedad y a ropa usada invadió la estancia; un aluvión de recuerdos se precipitó, como el cúmulo de sufrimientos que había soportado durante tiempo.

Acostumbrada a vivir sin él, sacó del armario la ropa fría y sin vida para deshacerse de ella como tratando de difuminar lo evidente. El olor l
e recordaba a la entrada a puerto, cuando él bajaba bebido del CENTAURO y se arrastraba a trompicones hasta llegar a casa; sin mediar palabra, la pegaba hasta que ella era insensible a los golpes. 

Diego no se recuperaba. Las consecuencias de la caída al mar se hicieron irreversibles; perdió la vista, la movilidad y era incapaz de recordar. 


A Teresa, la vida le había dado un vuelco y asumió la coexistencia junto a un ser desconocido. 
Se consolaba al pensar que no volvería a acudir cada tarde a la llegada del CENTAURO. 


Javier Aragüés (marzo 2015)


viernes, 27 de febrero de 2015

ACTOR POR HORAS

Escapo del cine de sesión continua después proyectar dos películas anunciadas en un cartel policromo de la fachada. No escapo de la vida.

Los espectadores también son degustadores de bocadillos de calamares, de jamón imaginario y patatas fritas. Escupen las cáscaras de las pipas saladas y tienen sed, mucha sed.

Tomo un respiro para fumar durante la proyección en la cabina  y en los descansos. Los asistentes aprovechan para ir a los urinarios, desnudar los bocadillos, sofocar el reseco en la garganta o fumar en el vestíbulo.

El cine exhibe películas rancias a precios sospechosos. Abre a las diez de la mañana y oscurece con el último espectador.










El acomodador, Mariano, susurra.

-En la sala hace mucho calor, asómate por la mirilla,  hace mucho más  que en el vestíbulo. No cabe un alfiler.

El ambiente es denso, blanquecino; la mezcla de humo de cigarrillos y olor a desinfectante disimula el tufo a humanidad.

El acomodador -imprescindible- rocía la sala con "ozonopino" y salpica a algún espectador que se interpone. La llovizna artificial se precipita cuando el ambiente se hace irrespirable y proporciona un falso aire fresco.

Los espectadores, impacientes, taponan una de las puertas de a la sala, vestida con cortinas de terciopelo brillante manoseado y acceso a un ambiente de casino de pueblo, iluminado por el reflejo de la pantalla. 









Mariano hace guardia. Comienza la ceremonia, le entregan las localidades de papel fino y color pastel. Inicia la peregrinación a la butaca, difícil de encontrar por la saturación de la sala. Identifica
las vacías con una linterna de luz amarilla a punto de extinguirse y foco alocado.

En plena oscuridad, una luz invita a traspasar la pantalla, acepto y paso con facilidad sin rasgar la tela. Estoy en medio del rodaje, mezclado con los actores. 

John Ford, director de la película  - La diligencia - me echa un vistazo de arriba abajo.










-Necesito un pasajero más. ¿Quieres formar parte del reparto?

¡Qué oportunidad! 

- Interpretas a un reverendo. Tienes que congeniar con los distintos personajes, un médico borracho, un banquero corrupto, Dallas, la cabaretera, la mujer de un capitán (embarazada), un soldado confederado (jugador y pistolero), un comerciante  de alcohol, el sheriff y por supuesto, con el protagonista, Ringo Kid (el pistolero).

¡El rodaje continúa mañana!

Prefiero interpretar a Ringo Kid, defensor de valores y marginados. Me conformo con aparecer entre todos, con el riesgo de que una bala acabe conmigo, o el director provoque una muerte súbita que viene a ser lo mismo. 

Sigo sus órdenes con atención.

- ¡No sirve, repetimos la toma!

Todos me examinan, valoran, no quitan ojo. Soy el responsable. 
En las interrupciones llegan a chillar y algunos silban.

No hay espectadores. El director, actores, técnicos todo un ejército de profesionales-mercenarios, los sustituyen 

La mayoría fumamos y reponemos fuerzas durante los descansos del rodaje. 
En las escenas exteriores, en el desierto, la sed es incendiaria.

En la película, Dallas me pregunta a cerca de las intenciones de Ringo. Me halaga la consideración.

-Es un justiciero. Está al lado de los humillados, de las personas con buen corazón. Fíjate cómo te mira y considera al Doctor .

¡Está a punto de comenzar el siguiente pase, tengo que volver!


Deshaciendo el camino con discreción, deambulo por uno de los pasillos laterales hasta llegar a la cabina. Mariano me espera. 

-¿Qué tal el descanso?

- Como siempre, un suspiro.
La película es un gran film, puede durar mucho tiempo en cartel. 

Al final de la proyección en la cabina, solo como un náufrago, como un verso sin poeta, como un suicida y siempre con la misma duda. ¿Quién soy en realidad? 

Nada, nadie, sin el acomodador.    

                                         

Javier Aragüés (Febrero 2015)











viernes, 20 de febrero de 2015

SOMOS UNO Libro 6






Nunca paseo sola. Voy de la mano de un hombre —Marzio— estamos muy unidos, es parte de mí; con su brazo macizo gesticula y lanza mi silueta por los canales. Marzio se mantiene esbelto y en pie, ayudado por la infinita pértiga que apenas se sumerge y acaricia las remansadas aguas. 

Luzco de negro acharolado que contrasta con el azul, ocre o verde esmeralda de los tonos caprichosos del canal. Estoy condenada a vestir de luto y a pasear la moderación para no olvidar la peste que asoló a la ciudad. Aun así, en la proa me adorno con una con peineta - dolfín – icono de la roda y equilibrio del peso del guía, las seis púas metálicas que la componen recuerdan las demarcaciones del puerto inacabable en el que me encuentro confinada.

Los cauces dibujan mis  movimientos. Giro con elegancia en cualquier recodo, solo me detiene la voluntad del gondolero o un beso. Mi cuerpo es noble, más de ocho maderas ilustres me ayudan a nacer y a deslizarme por la laguna veneciana. 
Trasbordo a los vénetos entre los canales y me detengo para sumergirme en el bullicio de los mercados. Mi vida es útil y
llena de simbolismo, pero no podría vivir sin los ocasos, cuando el sol atormentado por las nubes y amoratado por los golpes del viento, se dispone a descansar en presencia del amor. 




EL GRAN CANAL



Hoy es un día especialmente luctuoso. El cielo se disfraza de tristeza. Nos detenemos en el muelle de San Marco para 
recoger a un veneciano muy abatido  —Carlo.  Se deja caer sobre los asientos de terciopelo rojo, con la mirada puesta en el Gran Canal. Recuerda las tardes con Chiara, en especial la última que pasaron juntos y habla en soledad: "Como cada viernes al atardecer, paseaba con Chiara por el Sestieri de la Santa Croce. Esa tarde, al doblar una de las esquinas de un disimulado callejón, chocamos con un enmascarado que alargaba el Carnaval. Los rombos del disfraz y su llamativo cinturón disimulaban su identidad y el verdadero propósito. Sin hablar, con un gesto señorial, nos invitó a su palacio —el Palacio de Moceniego—  y nos condujo hasta uno de los aposentos. Nos convidaba con la mirada a entregarnos al amor. En la estancia barroca, sobre una mesa con profusión de adornos, un cesto de fruta y dos copas de vino; probamos la fruta, y bebimos hasta caer desfallecidos."

Pasó el tiempo, el arlequín entró con sigilo, empuñando una daga. Se ensañó con el cuerpo de Chiara hasta que su vestido dejó de ser blanco. Yo, al despertar del sopor por efecto del somnífero y el vino, me vi abrazado al cuerpo ensangrentado de mi amada. Su corazón no latía; lancé un grito desgarrador. El anónimo anfitrión me buscaba. Descendió con cautela por la balaustrada de la ornamentada escalera principal que daba acceso a las estancias. Dejó caer su máscara. El antifaz levitó durante unos instantes y cayó en uno de los acurados peldaños; ella se dejó ver. Mi rostro reflejó una expresión de culpa y odio, superpuesta a la de un profundo dolor. Era Graciella, la que había sido mi amante y había consumado su venganza".


De nuevo el silencio se interrumpe en medio del Canal, Carlo se dirige al barquero y le pide que vayamos a la Isla San Michele —el cementerio de Venecia. Marzio y yo estamos inmersos en una pena que vacía el deseo de vivir. Ese día 
hemos cambiado nuestro cometido, yo soy el catafalco y Marzio, el enterrador. Somos mensajeros de una misiva sin respuesta que me hace sentir un especial desgarro al vagar por Venecia con una enamorada sin vida. Carlo no puede contenerse y busca los labios sensuales de Chiara, pero se topa con el sabor frío de la muerte; entierra a Chiara pero no a su dolor.

Volvemos al muelle de San Marco. Húmedo bajo una fina capa de lluvia. Nos detenemos, amarramos y me consuelo al pensar que siempre habrá una pareja que querrá pasear conmigo y con un testigo discreto  —Marzio jamás se inmiscuye. Imagino el  paseo. Cada rincón del recorrido conmueve a los enamorados y también a mí. Siempre suspiro en cada recodo, bajo los puentes y cuando al fin se miran para besarse.









Javier Aragüés (Febrero 2015)