martes, 21 de abril de 2015

EL MENSAJE DEL ROBLE

El árbol era el orgullo de los habitantes de la villa y la envidia de los vecinos. Frondoso y robusto; el tronco sin ramas hasta los quince metros y después, todo follaje.  

A partir de otoño y hasta el invierno, una alfombra de  bellotas cubría los pies, unas caían por su propio peso y las más holgazanas, a golpe de vara. Siempre daba frutos que aprovechaban los ganaderos.
Las gentes – orgullosas -  discutían los asuntos bajo el ramaje, el tronco escuchaba.

Admirados, los del pueblo colindante plantaron el suyo.

Un día, en medio de de la reunión se inició un debate en torno al roble. 




Un vecino preguntó.

- ¿Qué haremos si no llueve? - los más participativos se apresuraron.
  
- Prepararnos. Construyamos un embalse que almacene el agua en época de lluvia y la utilizamos en la de sequera. 

- ¡Tiene que crecer! ¿Y si se repite la plaga?- insistió.

- Hace varios años el tronco estaba lleno de agujeros. Los escarabajos hacían galerías y paseaban a sus anchas con peligro de que muriera.

- ¡Ha de estar sano!-gritó.

El que conducía las respuestas, dirigiéndose a él, explicó con calma y detalle cómo proceder.

- Levantamos la corteza con cuidado y matamos las larvas que corroen el tronco.

 Un agente forestal añadió.

- Si no llega la luz, se pondrá mustio y morirá.

Todos estaban dispuestos a derribar las casas más próximas para dejar pasar la claridad.

El árbol estaba conmovido por el amor y la preocupación de los vecinos, hasta que los más mezquinos alzaron la voz.

-¡No debemos preocuparnos! El árbol está muy sano y ha crecido lo suficiente como para talarlo; lo hacemos mañana y vendemos la leña. El roble, al oírlos, enfureció por haber confiado en los aldeanos.











Esa noche hubo una gran tormenta. El roble, por su altura, atrajo un rayo de nube a tierra que iluminó la noche acompañada de un ruido ensordecedor. Comenzó a arder como una antorcha descomunal hasta convertirlo  en cenizas.

Al amanecer, los lugareños se lamentaban; habían perdido el cobijo, el orgullo y la solidaridad. Desde ahora solo podían envidiar a los vecinos que habían aprendido la lección. 

"Cuidar el roble y despreciar a los codiciosos"

Javier Aragüés


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