martes, 19 de noviembre de 2019

DOS AMIGOS Y UNA PASIÓN










FEDERICO


Paseaba por las calles de Granada con descaro, seguro de su talento y de sus versos. Él, que tiraba limones redondos al agua hasta convertirla en oro; él, que se enamoraba del moreno verde luna y llenaba el cielo de las noches de peces, también  sabía que había  hombres, como los guardias civiles, con el alma de charol "...porque tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras".

Era amigo de sus amigos y, como él, todos tenían algo que decir en la literatura, en el cine, en la poesía, en la escultura y... en el amor. 

¡Qué recuerdos de la Residencia de Estudiantes y de aquel Madrid republicano!


La proximidad a hombres esbeltos, erguidos, de rostros singulares y a la vez varoniles era una de las debilidades del granadino. 

Dos luceros mayúsculos, siempre despiertos, remataban su rostro y eran suficientes para iluminar la noche. Adornaba su cara con un pelo liso atirantado y azabache, como el del pelaje del toro que mató a su amigo Ignacio Sánchez Mejías.


Siempre esbozaba una sonrisa afable y contenida, presagio del desenlace en el término de Víznar (Granada), lugar escogido por sus asesinos.


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EMILIO ALADREN


Ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, aunque su vocación era la de ser llamativamente guapo. Ojos enormes, ligeramente oblicuos, pómulos destacados y el pelo muy negro, falsamente despreocupado. Se le conocía una novia pasajera, la pintora Maruja Mallo, que había descubierto en él "un aire entre tahitiano y ruso". Hasta que Federico, abducido por el físico y ese exotismo controlado, se lo robó.

La relación con Lorca fue atormentada y tóxica, según algunos de los amigos del poeta. Hasta que una joven inglesa le devolvió al amor tolerado.  
La falta de influencia de Federico influyó en la forma de hacer de Aladren que, como escultor mediocre, alcanzó algún éxito esculpiendo bustos en bronce de alguno de los próceres franquistas y a la vez que cincelaba una severa depresión en el poeta. Murió sin advertir, en la década de los años cuarenta.


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Javier Aragüés (noviembre de 2019)

jueves, 14 de noviembre de 2019

AUNQUE TÚ LO SABÍAS









Tú sabías lo que era estar solo. Lo vivías y  no te gustaba exagerar. Tú y tu manía obsesiva de buscar la palabra precisa para no molestar. Admitías, al menos, que padecías y soportabas la ausencia; la combatías con el sabor amable de los caramelos escondidos en el cajón de tu mesita de noche y que racionabas para no malgastar el poco cariño que recibías.

Desde hacía cinco años —o quizás eran más—  que te quedabas a recaudo de esos familiares lejanos. Solo tú hacías por intentar aproximarlos. Era tan solo un deseo, porque ellos permanecían inmóviles.

Al despertar, el sol de agosto te aletargaba y te pesaba el día. La carretera que llegaba al pueblo se hacía infinita. Te asomabas a su encuentro, pero la caricia jamás llegaba. Y ansioso, esperabas la noche porque el sabor del caramelo que endulzaba tu boca, la sustituía.
  

Porque cada verano, aunque tú lo sabías, mirabas con desesperación el camino y la sensación de sentirte querido se desvanecía. 



Javier Aragüés (noviembre de 2019)

martes, 12 de noviembre de 2019

EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA



Ayer recibí un email de la profesora Marta Sangrá de la Escuela San Jordi. (*) 

(*)La Escuela Sant Jordi de Puigverd  de Lleida es un centro público de enseñanza en donde se imparte Educación Infantil y Educación primaria. 


En el correo me decía, en nombre de sus alumnos, que habían decidido escribirme una carta para ponerme al corriente del problema que había surgido en su clase. Entendí que el hecho que unos chicos y chicas me reclamaran era suficiente argumento para dedicarles mi atención para y ver si les podía ayudar.


Desde luego unas palabras dirigidas por chicos y chicas en edad de aprender y con ganas incontenidas de vivir, reír y comunicarse son suficientemente importantes para dejarlo todo y escucharles con atención. Además aquí concurren varias circunstancias agravantes, que mencionaré a continuación.

La amistad con Marta Sangrá, incondicional lectora de mis relatos. Mi predilección por la enseñanza a la que he prestado cuidadosa atención siempre que ha surgido la posibilidad de demostrarlo y me recuerdan los años en que consentido, 
por parte del régimen franquista de manera tácita, el analfabetismo era uno de nuestros hitos mas vergonzantes que nos hacía ocupar un lugar privilegiado en las estadísticas del "retroceso" entre los países desarrollados. 

Sí, porque en aquellos años del "postfranquismo", tuve la oportunidad, junto a otros universitarios, de intentar amortiguar las carencias culturales de muchos de los soldados, a los que el régimen les obligaba a cumplir el servicio militar como única prioridad y, solo algunos de ellos, conseguían el certificado de estudios primarios con el que, al menos oficialmente, salían de las vergonzosas estadísticas mencionadas. 

Y el tercer agravante, para mí el más importante, el recuerdo imborrable de mi abuelo, director de un grupo escolar durante la República, posteriormente represaliado y purgado que, por ese motivo, terminó su vida profesional como camarero en un café de la Puerta del Sol de Madrid.



Pero lo mas importante hoy, es la carta que estos chicos y chicas me han dirigido.










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Puigverd de Lleida,  12 de noviembre de 2019



Hola Javier, nos ponemos en contacto contigo para pedirte un favor.

Como escritor que eres y conocedores de tus bonitos relatos juveniles publicados recientemente, necesitamos que nos ayudes.

Somos los alumnos de quinto, (siempre estamos en un laberinto), y  deseamos que valores nuestros trabajos  de EXPRESIÓN ESCRITA  en lengua castellana,  relativos a este título y a un  suceso real acontecido en nuestra clase:

EL MISTERIO   DE LA DISQUETERA LOCA

El misterio está servido, en  nuestra clase  de quinto, la disquetera de la torre del ordenador del profesor ha enloquecido. El caso es que se abre  y cierra misteriosamente, sin pulsarla ni empujarla, y además tiene la curiosa habilidad de hacerlo en el momento más inesperado…

Nosotros, como escritores noveles que somos, vamos a intentar desarrollar nuestra imaginación y ganas, para escribir un relato a partir de esta introducción.

Pero, nos atrevemos a  proponerte nos regales un relato, alusivo a este mismo tema, que nos sirva  de  muestra y modelo. ¿Serías tan amable? ¿Te atreves?

Quedamos a la espera de tu respuesta que bien seguro no nos vas a decepcionar.


Va por delante nuestra gratitud y un cariñoso abrazo.




Chicos y chicas de quinto


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EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA





Hola amigos.

Primero quiero daros las gracias por vuestras palabras, porque no todos los días hay personas qué tienen el interés de preguntarse cosas. Eso es muy importante, tener inquietudes y es el primer paso para alcanzar la sabiduría, poder conocer o llegar a saber lo que desconocemos y lo más importante, porque es lo que hace a los hombres y mujeres más libres y vosotros os estáis preparando para serlo. Pero ahora, vamos a intentar resolver el problema que tenéis. 

Me sorprende que una disquetera haya enloquecido, eso no ocurre todos los días y hay que llamar de alguna manera al misterioso comportamiento que habéis observado y desde luego me gusta como lo nombráis. 





"EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA"


Pero un momento, ahora que recuerdo. Hace unos años, una bibliotecaria, ¿sabéis lo que es una bibliotecaria?, es muy importante saberlo. Yo, cuando leo y no conozco el significado de una palabra, —porque eso nos puede pasar a todos— voy al diccionario y lo busco. Pero vosotros tenéis más suerte que yo, porque Marta os puede ayudar. Si la preguntáis, ella, casi con seguridad, os lo podrá decir; pero si le pasa como a mi muchas veces, tendrá que buscarlo en el diccionario, que es el libro que contiene todas las palabras de una lengua y lo que significan. Por tanto, habrá tantos diccionarios como lenguas podáis imaginar.
En este caso, escogeremos el diccionario de español o castellano —es lo mismo, porque así está escrita la palabra. Buscamos la primera letra, la letra B, porque todas las palabras están escritas por orden alfabético. Seguimos buscando hasta encontrar la palabra: bibliotecaria. ¡Por fin la hemos encontrado! Leemos: 

"Persona encargada del cuidado  organización y funcionamiento de una biblioteca". 

Efectivamente, Sara era la persona encargada de la biblioteca de un pueblo, en un pequeño país y no paraba de trabajar porque muchos de sus lectores le pedían otro libro, cuando acababan de leer el último que Sara les había dejado. Ella los pedía a la biblioteca de la ciudad, la Biblioteca Central, porque allí tenían todos los ejemplares que se escribían en el mundo. Para hacerlo, utilizaba un ordenador que se iba quedando anticuado. Un día, al escribir el título de un libro, el ordenador se puso a escribir solo y la disquetera se volvió loca.  

Escribía y escribía. Sara intentaba pararlo pero el ordenador no respondía y seguía sin detenerse. Desesperada lo desenchufó, pero ocurrió algo sorprendente, el ordenador y la disquetera siguieron funcionando. Asustada, se levantó, salió de la biblioteca y corrió hasta la escuela, porque sabía que aquel misterio solo lo podría resolver el hombre más sabio del pueblo, Don Mateo, el maestro. Al llegar sofocada a la escuela, el maestro la invitó a sentarse, le ofreció un batido de fresa y Sara se calmó.

En seguida el maestro le preguntó qué había ocurrido y ella le relató todo lo que había pasado y que el ordenador y la disquetera se habían vuelto locos. El ordenador no paraba de escribir solo y la disquetera se abría y cerraba sin parar.







—Sara, ¿en ese momento recuerdas lo qué hacías?—dijo Don Mateo.

—No lo recuerdo bien... ¡Ah sí! Ya está, acababa de escribir el nombre de un libro: "NO TE METAS CONMIGO". 

—Sara díme, de qué trataba ese libro.

—Sí, me acuerdo, porque cuando lo recibimos de la Biblioteca Central sentí curiosidad y leí el resumen.

—¿Te pareció interesante?

—Sí Don Mateo,  parecía muy interesante, pero a la vez era triste, muy triste. Contaba la preocupaciones y temores de un niño porque otros niños le acosaban en el colegio.

—Ya sé lo que pasa. Hay ordenadores, solo algunos por no decir muy pocos, que se comportan como "hombres buenos" y defienden a los niños cuando ven una injusticia; reaccionan enfadándose tanto que se paran o provocan una avería, dejan de funcionar y enloquecen a la disquetera. Eso le ha pasado a tu ordenador, porque no puede soportar que los niños vivan asustados y, menos aún, que sean los propios compañeros los que los atemoricen y los traten mal.


Sara volvió tranquila a la biblioteca. Cogió el libro y se lo llevó a Don Mateo. A la semana siguiente, el maestro convocó una reunión con los padres y los niños del pueblo y les habló de algo que no se puede consentir "EL ACOSO ESCOLAR". Todos le siguieron muy atentos e impresionados.

Desde aquel día ningún niño volvió a tener miedo, ni temor; les gustaba ir al colegio a aprender y jugar con todos los demás porque aprendieron a respetarse.

Ah! Se me olvidaba una parte de esta historia. A Sara jamás se le volvió a estropear el ordenador ni la disquetera y cada día tenía que pedir más libros y libros, porque en ese pueblo, desde entonces todos los habitantes leían.


Pasaron algunos años y un día pensaron qué podrían hacer para que su pueblo fuera más conocido en el pequeño país. Pensaron que sería bueno cambiar el nombre del pueblo y para ello decidieron votar. Todos estuvieron de acuerdo en la votación y salió que , y a partir de ese día el pueblo cambió de nombre y le llamaron
LIBERTAD.



Os deseo a todos que améis la libertad como los habitantes del pueblo de Sara y Don Mateo.


Un abrazo a todos de vuestro amigo. 




Javier


miércoles, 6 de noviembre de 2019

EL PESO DEL AGUA

El baño estaba en la última habitación del largo pasillo; el plato de la ducha vacío. Corrió la cortina. Las anillas de plástico se deslizaban con dificultad. Ella introdujo primero un pie, después el rezagado y entró de puntillas. Sin dejar de mirar el brazo metálico, abrió el grifo y resonaron las cañerías hasta que el agua asomó. Un chorro abundante de agua muy caliente cayó sobre su espalda. Se apartó. Alargó la mano y giró la llave del agua fría. Puso las yemas de los dedos en el chorro y colocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Las paredes se impregnaban de vapor. Se apoyó en el ángulo que formaban  y cerró los ojos. Vencida por el peso del agua, deslizaba su espalda por la superficie empapada hasta llegar a sentarse.

   
—¡Como esperaba este momento! Sentía el peso del agua muy caliente, sobre mi espalda y a ti, entre mis sueños y deseos, a mi lado para siempre.

— Creía que te habías olvidado y no me reclamabas.                                                                                                                       
 — No podría dejar de hacerlo, porque siempre estabas presente. Dudaba si evocarte era un hábito, una obsesión o era verdadero amor. No me importaba. Sabía que cuando te llamara vendrías a mí, te instalarías en mi mente y, sin estar, serías capaz de cerrar mis ojos, evocar tu amor y hacerte dueño de mi voluntad, que dirigías a las partes más sensuales de mi cuerpo. Sentía tus manos acariciándome, tu voz y tus besos. Te imaginaba tan cerca de mí que el deseo se hacía más intenso y yo me esforzaba hasta alcanzar el amor extremo para los dos. 

—Sabías que lo deseaba como tú y esperaba... 


—Necesitaba sentirte más cerca. Te dejaba que me besaras sin medida, hasta perder el control de mi mente. Un leve gesto hacía que te situaras a mi espalda y entonces me abrazaras; yo te dejaba hacerlo y te pedía que apoyaras tus labios en mi nuca.

—Yo sabía lo que pretendías al sentir tu pecho firme. Lentamente, paseaba mis labios sin apenas rozarte y bastaba con insinuar la intención para que suspiraras.






Largo silencio. Repicoteaban las gotas de agua caliente. El chorro de agua se deshacía al llegar a su cuerpo y en forma de gotas se deslizaba hasta alcanzar el vientre y otras, continuaban el surco entre sus piernas. En la tranquilidad del baño, solo alterada por el ruido del agua, se sentían suspiros y gemidos.

—En mi mente estaba la última vez, cuando me acariciabas sin final. Yo buscaba tu mano y, de manera refleja, la llevaba hasta el comienzo del amor. Te seducía. Respondías. Seguías avanzando. No podía contenerme. Todo mi cuerpo te esperaba.

—Ese gesto era la llamada para que el placer se abriera paso. Sí, era yo. Quería entregarte la sensualidad, la que hasta ahora te habías negado. Cuando pensabas en mí y en la forma como te acariciaba, tus miedos, las inhibiciones y la culpabilidad desaparecían. Hasta aquel día en que imaginaste que, bajo el peso del agua, separaba tus piernas y me dejaste comprobar que tus deseos respondían a los míos y bastaba mi insistencia para alcanzar el límite del amor.

Tu respuesta a mis suspiros fue suficiente. Tus palabras descansaron en mi piel y se extendieron por mi pecho. Sí, lo recuerdo, no había sentido así jamás; porque fue gracias a ti, a mis fantasías y al peso del agua.




Javier Aragüés (noviembre de 2019)

domingo, 3 de noviembre de 2019

ARISTA CRÍTICA

ARISTA CRÍTICA HA SOBREPASADO LAS 45.000 VISITAS

GRACIAS A TODOS VOSOTROS

Arista Crítica es un blog, sin ánimo de lucro, que recoge temas artísticos y literarios con ilustraciones de pinturas, fotografías, temas musicales y/o, fragmentos con referencias a otros autores y ante todo contiene los relatos y microrrelatos correspondientes a mi primer libro, entre muchos otros.

Además, permite seguir mi evolución como humanista y la progresión en literatura, pintura y fotografía.
Para mi ha sido el dinamizador que ha permitido difuminar la carga de mis severas patologías.

Os recomiendo que paseéis por sus paginas y os detengáis en las alusiones a la vida, a la pasión, al miedo, a lo infantil, a al intriga, al mar, a lo poético, a lo fantástico y al amor, verdaderas estaciones para recrearos en las percepciones vitales

Javier Aragüés (noviembre de 2019)
















ARISTA CRÍTICA HAS OVERCASSED THE 45,000 VISITS


THANK YOU ALL!


Arista Crítica is a non profit blog that collects artistic and literary themes with illustrations of paintings, photographs, musical themes and / or, fragments with references to other authors and, above all, contains the stories and short stories corresponding to my first book, among many others.

In addition, it allows me to follow my evolution as a humanist and the progression in literature, painting and photography.
For me it has been the dynamizer that has allowed me to blur the burden of my severe pathologies.

I recommend that you walk through its pages and stop at allusions to life, passion, fear, childishness, intrigue, sea, poetic, fantastic and love, true seasons to recreate in vital perceptions


Javier Aragüés (November 2019)

viernes, 1 de noviembre de 2019

TAMBIÉN ES AMOR



Desde hacía meses le perseguía una idea y se preguntaba  — ¿Soy capaz de querer? La duda le asediaba cuando veía a las parejas de enamorados pasear. Pensaba que el amor debía aproximarse a lo que él había sentido en momentos excepcionales. No estaba seguro y mascullaba — ¿Será como aquella sensación que me recorre cuando sentado en el borde de la cama, leo un cuento a Lucía, mi sobrina? Aunque también recordaba  aquel momento en el que una fuerza descomunal le sacudió cuando tuvo que despedirse de sus padres al tener que emigrar a aquel país triste en el que encontró trabajo. Tampoco era desdeñable el abrazo que le dio Alberto, su mejor amigo, cuando enterró a su padre. La pregunta que se hacía sin encontrar respuesta era ¿Son todas diferentes manifestaciones de amor? Esas sensaciones le hacían sentirse dubitativo, pero eran incontroladas. Buscaba la manera para que fuera él mismo, el que las indujera y provocar reciprocidad en el ser querido. Desde luego no sabía expresarlo y para él era otro tipo de amor. 

Desorientado, no descansaba, pero ni la persona ni el sentimiento se exhibían. En algún momento pensaba que esas sensaciones se manifestaban en sueños y al insinuarse, una densa bruma las hacia desaparecer para devolverle las tinieblas.  

Desde que estaba obsesionado por resolver este enigma, su ocupación era escasa. Para ser preciso, era intensa pero focalizada en aquella mujer, que día tras otro, a la misma hora,  se sentaba en una de las mesas del interior del café frente a su casa. Le bastaba verla junto a su perro —eran inseparables— que yacía inmóvil a sus pies. Para él, ella rezumaba sensibilidad y le deslumbraba por su sencillez.  









Como cada día, al entrar en el café la buscó. Sin dejar de observarla le dirigió su mirada esperando reciprocidad, pero nunca la había. Ocupó una de las mesas próximas a la de ella, situada en lo que para él era el ángulo de ilusión, desde donde podía verla sin ofender. Desde allí pretendía dejar constancia de su interés y que su intenso olor varonil le delatara, pero ella no se movía un ápice y se mostraba ajena a su inclinación. Él no sabía cómo reclamar su atención. Lo había intentado todo, pero era inútil.

Había un miedo adicional que atenazaba su pretensión, el de llegar a ser correspondido. Porque al atender a sus manifestaciones sobrevendría el pánico y no sabría qué cómo comportarse. Pero por la forma de sentarse, con los brazos distendidos y el cuello rígido, su respuesta era evidente. No dejaba de estar inquieto y sintió una sensación que le recorría lo más íntimo pero que era incapaz de verbalizar. Desdibujado, con su mirada pedía clemencia; al hacerlo el sentimiento que experimentaba era cada vez mayor y ostensible. En ese momento, ella se levantó y el perro también. Él no pudo contenerse y se puso en pie, los siguió con la mirada hasta que salieron del local y se detuvieron en la acera. 

Pasaron unos minutos, él la veía agitada. Le pareció que hacía un gesto titubeante al intentar dar un paso. Una persona que estaba muy cerca grito: "¡Nooo, por favor!". Un coche pasó a gran velocidad, muy cerca de ella, y la hizo perder el equilibrio. Instintivamente, él la agarró de un brazo y la sujetó. Sintió que en esa aproximación el calor de ella penetraba en su cuerpo y la búsqueda se estrechaba. Ella se dejó guiar y comenzaron a caminar. Él no se atrevía mirarla, mientras su semblante iba recomponiéndose como si siempre lo hubiera estado junto a ella. Notaba que la mujer se apoyaba y su paso era indeciso, aunque marcaba el itinerario. Apretó su brazo hasta sentirla. Él se reconocía y comenzaba ese empuje interior que había aparecido en los momentos excepcionales de su vida y que ahora parecía despuntar. Continuaron caminando pero ella aflojó el paso hasta que el perro se detuvo.  Le pareció oír unas palabras: "Eres muy amable, te agradezco que nos hayas acompañado".   Se situó frente a ella, buscó su mirada y al no encontrarla se desorientó. 

La mujer y el perro, como si fueran uno, caminaron inseguros y se perdieron por un portal en tinieblas. Jamás la volvió a ver.  


Javier Aragüés (noviembre de 2019)

jueves, 24 de octubre de 2019

DESENLACE








Maite no dejaba de escuchar el Waltz No. 2  de Shostakovich. Con cada compás le caía una lágrima. Para ella, esa música quedaba suspendida en lo más íntimo y le recordaba a Ander en los días robados a la monotonía. En las tardes furtivas, las palabras dejaban de ser las habituales hasta hacerse próximas y posarse en el cuello de Maite, entonces deslizaban descontroladas por su espalda en busca del silencio para convertirse en un aliento sosegado. Sí, porque el deseo de Ander susurraba sobre su piel desnuda y al tocarla se convertía en ofrecimiento incondicional para continuar aquella arriesgada y sorprendente aventura. Maite, sin pedir nada a cambio, se enredaba en los deseos de los dos.

Pero aquella tarde, en medio de la pasión, irrumpió la visita indeseada. La música se detuvo y el amor, asustado, se cobijó en el recuerdo.  




Javier Aragüés (octubre de 2019)


domingo, 20 de octubre de 2019

EL DIARIO SECRETO DE DIDIER



—Didier, no sé qué tendré que hacer para que me dejes leer algunas páginas de tu novela —me repitió Ilka cuando paseábamos junto a la iglesia de Dürnstein.

— ¿Pero de qué novela me hablas? Si lo único que hago es anotar impresiones en mi diario, y no siempre— le contesté algo molesto.

Yo intentaba quitarle importancia, aunque el tono que utilicé me denunciaba y porque, de no ser así, Ilka, con toda probabilidad, habría roto con nuestra amistad.




DÜRNSTEIN


Me seguía sorprendiendo desde aquel verano que todo empezó con una cita aparentemente casual, pero por lo que averigüé meses después, por sus propias palabras, fue deliberada. Hacía tiempo que nos conocíamos, creo que casi un año. Yo pasaba unos días de descanso en una pequeña localidad austriaca que sería mi residencia habitual al llegar mi jubilación. Cada tarde, paseaba  por unas de las calles adoquinadas que vigilaban la orilla del Danubio. Lo hacía después de escribir y lo justificaba como algo necesario para alimentar mi inspiración, pero según pasaban las tardes mi argumento perdía consistencia. Solo esperaba la hora que marcaba el tañir de la campana de la iglesia, para recoger mis útiles de escritor aficionado e ir a su encuentro.

— No sé qué tengo que hacer para que comprendas que yo estoy en activo, soy la maestra de esta comunidad y mi disponibilidad es limitada.

—Lo sé. Pero me has acostumbrado a estos paseos, a nuestras charlas y a aborrecer que sea la noche la que me obliga a despedirme.

— Hoy no me puedo contener necesito decirte lo que desde hace tiempo resume ese deseo de conocer lo que escribes y no es ni más ni menos que descubrir si buscas mi amor o son suposiciones mías. En cierta manera me siento culpable, porque fui yo, la que aquella tarde cuando dabas tu paseo, al llegar junto a la escuela, te llamé para que me ayudases con aquella ventana que yo no conseguía cerrar y que siempre había permanecido abierta. Solo el hecho de detenerte y prestarme atención alteró el significado de esa jornada que parecía implacable para no ser diferente a otras tantas. Desde aquel momento mi mente se disparó, hasta hoy.

Yo no sabía lo que pensabas.Bastaba con esperar, y cuando asomabas por el recodo del camino que llevaba la escuela, imaginar tu figura, tus pasos acompasados hasta llegar a la puerta con tu inseparable cuaderno, que apretabas con una de tus expresivas manos y que, como si tuvieran vida, tus dedos cuidaban con sutileza para que no te abandonase. Pero había algo mucho más rotundo. Tu discreción para que si nos observaba alguien pareciera un encuentro casual y preservar mi reputación. Quizás era esto, lo intangible, lo que más apreciaba. Entonces y como si aquello no fuera suficiente, me buscabas antes de que mi presencia fuera manifiesta y tus ojos, sin verlos, hacían estragos en mi imaginación. 

—Comprendo tu curiosidad pero si conocieras lo que esconde mi cuaderno te defraudaría. Esa tarde, al encontrarnos, estaba atemorizado; yo esperaba tu insistencia y más que nunca apretaba mi cuaderno, pero mis dedos apenas lo podían sujetar y entonces apareciste. Nuestros ojos se encontraron y mi diario cayó. El impacto contra el suelo lo dejó abierto. Me sentí desnudo. Mi vida preservada, a punto de ser terriblemente conocida. 

Ilka miró al suelo. Todas las páginas en blanco, salvo la última, con solo tres palabras. Ilka, te quiero.


Javier Aragüés (octubre de 2019)




viernes, 11 de octubre de 2019

EN LA ISLA


Bastó una mirada para rasgar mi seguridad y recordar que a esa edad todavía era capaz de enamorarme. Caminaba por la cubierta provocando y sorteando coincidencias porque entre el pasaje estaba esa mujer. Desde hacía horas que ella y yo nos buscábamos; a ella le fatigaba la fidelidad y a mí, un exceso de realidades.

Dos largos e insistentes avisos de la bocina del barco anunciaban la escala en aquella pequeña isla del Egeo al sur de Atenas. El pasaje estaba compuesto en su mayoría por habitantes de la isla, que por sus atuendos y la forma de gestualizar era evidente; nos hicieron descender por  una pasarela endeble que hacía imposible el equilibrio. Destacaba un grupo de ingleses, blanco de las miradas de los griegos y de un desdén manifiesto, y por supuesto la pareja, que no era capaz de ubicar y no pasaba desapercibida, sobre todo por ella.




Isla de HYDRA


Después de una larga travesía, el pisar las losas pulidas del muelle, alisadas por el tiempo y el sufrimiento de los pescadores, me produjo cierta tranquilidad y la certeza de que la isla no se movía.
En el lugar, nadie, quizás por la hora. En los aledaños, junto a uno de los viejos almacenes de pescadores, un grupo de hombres inmóviles formaban parte de la quietud mientras observaban lo que parecía un cuerpo sin vida. Después supe que no era el de un hombre cualquiera, por los gestos histriónicos que dibujaban aquellos individuos. A intervalos de no más de un minuto se les escapaba — ¡Pobre don Calix!—, sin dejar de gestualizar. 
El grupo de policías  que formaba parte de la minitragedia también  tenía su propia coreografía y se empeñaban en aparentar excesivo interés por el caso, aunque con la 

desgana mediterránea que caracterizaba a los agentes.
Creo que fui el único que advertí la escena. Ella siguió caminando y yo detrás a unos pasos, los necesarios para que mi interés no fuera evidente. La mujer al cabo de unos segundos, disminuyó la marcha y con discreción, giró su esbelto cuello en silencio como señal de aprobación a mi interés y con intención de volverse, sin llegar a hacerlo. Él hombre que la acompañaba — su marido quizás— seguía caminando a una distancia que parecía perderla.

De forma inesperada, una luz intermitente, acompañada de pitidos graves y cortos al principio de la bocana, rompían la calma del puerto natural. El grupo de agentes y vecinos se disgregó dejando ver el contorno abultado y blanco de la sábana que cubría el cuerpo. Dos hombres recogieron a la víctima y el furgón desapareció. El lugar quedó  recompuesto y sin rastro, nada ni nadie podría decir que aquello había ocurrido.

El paseo, rigurosamente enlosado, perimetraba el puerto y era itinerario obligado de todos los que desembarcábamos. Los habitantes de la isla hacían la vida en las apretadas  callejuelas que asomaban al malecón. Todos seguimos de manera involuntaria al grupo de griegos que nos condujo hasta el centro donde se encontraba el único hotel, que no era otra cosa que un gran caserón de piedra que en otros tiempos había pertenecido a una de las familias de armadores. Ya sin los griegos, todos se mostraban indecisos y en la puerta no se atrevían a pasar, se agolparon en el gran portalón que hacía las veces de recepción; la mujer se quedó rezagada y el hombre entró con decisión  como si conociese el lugar. Ella aprovechó ese instante para entregarme un trozo de papel doblado y se volvió adelantar con la intención de seguir al hombre que  entró en una habitación que había tras el mostrador. 

A escondidas, desplegué el papel arrugado y en él unas letras inseguras que hablaban por si solas. "Te espero esta noche a las once, en mi habitación. Primera planta, la puerta junto al pasillo. Rosella."

A las diez cincuenta y cinco ya estaba allí, no tuve que averiguar más, Rosella me esperaba en la puerta.


Javier Aragüés (octubre de 2019)