lunes, 2 de junio de 2014

ÉXTASIS Y AMOR (Cuento pagano) Libro 2

Aquella noche de Mayo de 1265, el monje Fray Domingo engullía desenfrenadamente la sopa, levantó la vista del plato miró a su alrededor, el refectorio estaba vacío. Solo mesas alineadas, enceradas con grasa y mugre, y acharoladas por el uso. Se levantó y salió precipitadamente, como hacía todas las noches a esa ahora.

Los dominicos de la congregación acudían con frecuencia al convento de las monjas más cercanas, justificaban la caminata, unos decían que se desplazan para evangelizar y otros, los más, buscaban el  placer prohibido. Asediaban sigilosamente a las más jóvenes en la puerta de la abadía. Cuando estaban cerca las hermanas vociferaban todos a una: "Hermanos,  hermanas tanteemos el gozo de nuestros cuerpos y almas, olvidemos los votos contraídos". Y pasaban a corear con voz acelerada:
"Rápidamente, intercambiemos los hábitos" 

Sin más dilación, ellos las desnudaban con su consentimiento e iniciaban un ritual perverso, a los ojos de las jerarquías religiosas, pero necesario, para alcanzar de una manera 
vehementemente la excitación y entregarse a falsos amores que terminaban por culminándolos.






El obispo de la diócesis tenía fama de muy devoto y las monjas del convento próximo, fieles y mojigatas, intrigaban para impedir el escándalo: "¡No podemos consentirlo!"

Pero no podían impedir que al mismo tiempo, monjas y dominicos libertinos, describieran a los feligreses prácticas eróticas con la finalidad de consumarlas. Con todo, el escándalo se extendía por el territorio. Los más impíos gritaban: "¡El cielo es indulgente. Todo está permitido! 
En los encuentros algunos rechazos de las religiosas implicadas congelaban las caricias de los monjes.


Los escándalos retumbaban por todo el territorio y llegaron a oídos del Papa. Ordenó cerrar las puertas del convento, impidiendo la entrada de los monjes. Los frailes no se conformaban y liderados por el más combativo, incitaron  a las monjas a la desobediencia. La abadesa respondió con la excomunión de algunas de las hermanas. La tensión iba en aumento hasta que, espontáneamente, estalló la rebelión. Los monjes se amotinaron.

Entre visitas y orgías, un dominico joven, culto, bien parecido, amante de la teología y dominador del latín entre otras lenguas  cristianas buscaba, sin disimulos, acercarse a una novicia, que siempre era la misma. En cada asalto a la abadía se emparejaban, simulaban en la bacanal y ocultaban los verdaderos sentimientos.

La  novicia —Sor María— había elegido una vida placentera en comunidad,  evitaba el matrimonio de conveniencia, aceptaba el enlace con Dios e incorporaba  sufrimientos humanos como propios. A cambio, desde que ingresó, la perseguían  rumores de noble privilegiada. Estaba marginada, buscaba la integración con el resto de las religiosas. Como amada, consentía el acoso iterado de las turbas irreverentes para poder seguir viendo a Fray Domingo y  esperaba un gesto evidente del joven predilecto.

Fray Domingo  —celoso—  reconocía en ella un ser lleno de armonía y hermosura. Sentía que la perdía y silenciaba sus sentimientos.  
                      
Una noche, representaban los papeles de una satánica pareja asignados en la desorganizada bacanal. Un fraile, áspero, sátiro, arrugado, retorcidamente sinuoso por sus reflexiones y vivencias, sugirió realizar intercambios de parejas.

Fray Domingo dejó de fingir. Se acercó a Sor María y la cogió de la mano. Miró desafiante al clérigo, le gritó:"Te equivocas, mi amada y yo, no seremos tu entretenimiento"

El curvado fraile refunfuñó dubitativo y molesto: "¡Jamás podréis gozar en una bacanal!"

Fray Domingo y la novicia, ignorándolo, abandonaron el convento". 


                           

                                       Javier Aragüés (junio de 2014)








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