martes, 19 de junio de 2018

LAS LETRAS Sara Laborda

Érase una vez un pequeño duende que  montado sobre una preciosa mariposa de grandes alas llegó volando al jardín de la escuela de Santa Cruz. El pequeño duende se asomo a la ventana y vio que doce niños con sus batas blancas corrían y jugaban entre los pupitres, tirando bolas de papel y lápices de colores. El profesor se había ausentado y el duendecillo aprovechó la brisa para entrar en el aula. Los niños se quedaron boquiabiertos contemplando aquel pequeño duende de ojos azules, pelo rubio y un gorro puntiagudo color café. El duendecillo les dijo; “os enseñaré las letras mágicas”, y escribió todo el alfabeto en la pizarra. Cuando hubo terminado sopló, y las letras se multiplicaron y salieron volando. 





Eran letras luminosas de muchos y vibrantes colores, que serpenteaban por el aire como cometas, jugaban entre ellas, subían, bajaban, se posaban en la cabeza de los niños, en los pupitres, giraban, daban vueltas, ¡se reían porque eran libres! Pero he aquí, que las letras empezaron a juntarse y formaron sílabas y las silabas se unieron y crearon palabras, y las palabras se alinearon y formaron frases. Las letras más antiguas crecieron y se convirtieron en mayúsculas, y como eran las líderes siempre iban delante. 




Entonces el duendecillo pensó en ordenar las palabras y dibujó en la pizarra un punto, una coma, dos puntos, punto y coma, y sopló, y los puntos y las comas, se mezclaron entre las palabras, que tomaron sentido. Pero aún no estaba satisfecho. Había que darles fuerza, tenían que tener pasión, debían ser una armonía perfecta y dibujo un acento y volvió a soplar. Entonces, los niños pudieron leer en el aire, cuentos maravillosos, pequeñas frases de amor y amistad, leyendas de hadas y guerreros. Fue un instante mágico y marcharon a sus casas con las mochilas llenas de pequeñas y luminosas letras que flotaban en el aire. Al llegar la noche, el duendecillo se fue volando en su mariposa de alegres colores y las letras sin el duendecillo, languidecieron, y poco a poco fueron cayendo y quedaron presas en las blancas hojas de las libretas, en los libros de las estanterías, en las pintadas de las paredes.




Fue entonces cuando el hombre se adueñó de las letras, y manipulo las palabras según su entendimiento, según su color, su estado de ánimo, sus intereses, sus ambiciones.

Y las letras, Leo, ya nunca, nunca jamás fueron libres.



Para mi nieto Leo

Sara Laborda (junio 2018)

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