miércoles, 13 de febrero de 2019

DAVID DREAMER


Todos los miércoles, a media tarde, David Dreamer acostumbraba a salir de casa; después de unos minutos caminando, se sentaba a soñar. Tenía el privilegio de poder elegir los sueños, y con la pérdida del sentido de la realidad sufría una especie de licantropía.

Cada miércoles se aseguraba de sus privilegios; comprobaba si poseía esas facultades y se planteaba retos. ¿Sería capaz, si los días eran grises y fríos, de imaginar una vieja mansión, y entorno a una gran chimenea, disfrutar de una conversación tranquila con un grupo de amigos? o ¿Preferiría controlar los vientos huracanados y arrasarla calma? Hasta el momento se sentía capaz de todo. Ante cualquier situación que imaginaba, se complacía, porque lo vivía como un sueño y podía diseñarlo; en su mente repetía. "Si el sueño no me gusta, me levanto, dejo de soñar y cambio de alucinación".

Así cada miércoles. Tenía sueños tristes, alegres, en tonos blancos y negros, incluso grises, como la vida misma. Podía elegir los sueños vivos, con colorido; aunque de vez en cuando no le desagradaría soñar en blanco y negro, porque si las pesadillas eran angustiosas, eran más realistas". 

Vivía en una casi permanente alteración de la consciencia, dominado por el onirismo y las fantasías, como alucinaciones intensas. Se provocaba el cansancio, hasta caer extenuado y así escapaba de lo incuestionable.







Ese miércoles, cuando paseaba por un parque, vio a una pareja junto a un viejo roble se besaba con delirio; se acercó con discreción. No podía controlar un gesto de asombro acompañado de dudas. ¿Vivía la realidad o era otra de sus fantasías? Pensó en el beso: “los labios no se despegaban, era una aproximación prolongada y cuando los enamorados parecían despedirse, sellaban sus ribetes de amor y empezaban de nuevo”. Para David ese beso no era comparable al de sus sueños. Le parecía que perdía sus poderes, o al menos en parte. Podía controlar los contornos y las formas de las imágenes, pero se disipaban los sentimientos. 

David, abatido por la pérdida de percepción, se consolaba mirando las flores de un jardín exuberante; pero una sonrisa se dibujó en su frente, era una señal de lucidez. Un nuevo olor se apoderó de él. Lo reconoció. Era intenso y excitante. Levitaba en el cuello de la mujer que había besado por primera vez. Se giró y Arlie estaba junto a él. Sintió como si en su cuerpo emergiera un aluvión incontrolado de ternura que envolvía a la mujer. Arlie Desired había sido su único amor y no se veían desde su primer beso; aunque él, sin permiso, la había puesto más de una vez en sus sueños, que terminaban con Arlie difuminada entre sus brazos.

David debía de a estar soñando; no iba a despertarse o malograría despertarse e despertarse o malograría. Prefirió acercarse con sumo cuidado para no perderla. Él extendió su brazo hasta alcanzar el de Arlie. Juntaron sus manos, después los labios y se fundieron en un deseo.

David no estaba soñando, había perdido todos sus privilegios.
                                                                                       


Javier Aragüés Puebla (febrero 2019)


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