sábado, 12 de mayo de 2018

MICRORRELATOS I


LA PENICILINA. INVESTIGACIÓN O SERENDIPIA

 


Creció a sus anchas durante un descuido vacacional. Como en los cuentos, a su lado los entes malignos huían y al cabo de un  tiempo se disipaban. Muchos soldados se beneficiaron de aquel milagro. La nueva arma podía combatir junto de ellos. 



Javier Aragüés (mayo de 2018)



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DESOLACIÓN






Ciudades pobladas de vida, radiantes de color incrustado de humanidad. Así era Siria.  Abbasb y Jamâl se habían enamorado antes del crepúsculo, coincidiendo con la  Oración de Maghrib. Él salía de la Gran Mezquita de Damasco. Se cruzó con ella,  cubría su cara, a excepción de los ojos, con su niqab. Bastó un reflejo de la luna en lo que dejaba ver su velo para turbar a Abbasb. Quedaban discretamente y se veían cada tarde, sus labios eran la expresión del amor apasionado que se proferían. 

El quince de marzo de 2011, todo cambió. Comenzaron los disparos, siguieron los bombardeos y las vidas se extinguían.  
Las razones del conflicto se materializaron en escombros. 

Se encontraban cada día pero las rutinas se habían modificado. Al detenerse junto a las ruinas, miraron a su alrededor y se consolaron por seguir vivos, pero con la duda de si era el futuro o estaba por construir. 


Javier Aragüés (marzo de 2018)



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¿QUIÉN ERA?










Cuando derramaba el vaso de agua, la respuesta refleja era una bofetada, acompañada de un gesto de desaprobación y lejanía. Quedaba definida y era lo que más dolor me causaba. 

A veces era capaz de lucir una sonrisa falsificada, mientras me abducía. Repetía la escena cuando necesitaba mi aprobación. Pasado el instante, desplegaba su intransigencia y para ella, era un obstáculo en sus ambiciones.

En este paseo endiablado por mis recuerdos, había uno que puede resultar simple, sin importancia, pero doloroso. Jamás mi madre me llevó al cine, ni recuerdo un cuento en sus labios. 
Murió como había vivido, sola. 





Javier Aragüés (mayo 2018)






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MADRE (reflexión)




Síndrome de la progenitora tóxica: ¿por qué mi madre no me quiere?

"Es aquella  que llega a la maternidad por caminos poco deseables. Lo ideal psicológicamente es poner distancia emocional y física".









Al derramar el vaso de agua, la respuesta refleja era una bofetada, acompañada de un gesto de desaprobación y lejanía. Quedaba definida y era lo que más dolor me causaba. Yo desconocía eso que llamaban: "cariño de madre". Cuando ella intentaba mostrarlo, lo expresaba de manera afectada y engañosa. Sus gestos de ternura no eran espontáneos, estaban construidos para terceros, si indicaban aproximación, eran fingidos. 

Siempre existía una excusa dudosa para no estar conmigo. En los momentos trascendentes de mi vida, o al menos para mí lo eran, estuvo ausente, me ignoraba. Yo no podía soportar que fingiese. Su comportamiento se adaptaba a lo que la sociedad entendía como escuetamente correcto, para cumplir con su falso papel. 

No conocí a mi padre, ni la verdad sobre su lejanía, me la ocultó. Su versión era floja, por no decir increíble. Después de mucho tiempo, fui aproximándome a lo ocurrido por testimonios de terceros. Repetía con tono sacrificado, que 
también tenía que hacer de padre. Se limitaba a interpretar un papel que no sentía. Era una mala actriz. Explotaba esa situación a su favor, se hacía la víctima  y me suplantaba en el dolor. Desconocía lo que sentía. Aplicaba sus esfuerzos para distorsionar la evidencia. 

El cariño más aproximado al de una madre, bueno o simplemente el cariño, lo recibí de mi tía abuela, ella, sin saberlo, hizo de madre. 

Cuando estoy acabando este paseo endiablado por mis recuerdos, basta uno que puede resultar simple para algunos y para otros, sin importancia. Jamás mi madre me llevó al cine, ni recuerdo un cuento en sus labios. Murió como había vivido, sola. 




Javier Aragüés (mayo 2018)


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DECLIVE





Cada tarde, el famoso presentador iniciaba el programa de televisión descendiendo con solemnidad por la escalera escenificada del plató. El público convocado aplaudía 
condescendiente a cada señal del regidor. En casa, los televidentes abotargados exigían telebasura.


Con el tiempo, a pesar de los esfuerzos de la productora y de los patrocinadores, el programa estrella de los reality show languidecía. 

Desesperado y con sonrisa impostada, el popular showman anunció que el próximo programa en directo se haría desde su dormitorio, mientras continuaba descendiendo por la escalera cada programa más hortera. Al llegar al quinto escalón trastabilló. El plató puesto en pie exclamó: ¡Oh! La caída fue inevitable.






                                         Javier Aragüés (mayo de 2018)




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ÉL Y SUS MAREOS








Estaba diagnosticado como enfermo crónico de una enfermedad extraña. No parecía grave. Se manifestaba con mareos imprevistos. Se puso en manos de los mejores médicos. Lo mareos no cesaban.

Desesperado, peregrinó a la ermita de un santo en otro país, buscando remedio. Aunque él no era creyente, le hacía rezar. 
Con el ermitaño no tuvo los resultados deseados. Le repetía con insistencia:"Hombre de poca fe". Aburrido volvió a sus país.

Harto, le recomendaron un curandero, pero él desconfiaba de la homeopatía. El naturista le aconsejó infusiones de flor de melisa. Todo seguía igual. En cada visita le repetía: "Pero hombre, se tiene que sentir mejor". Aburrido, él le dijo:"Hace veinte días que no siento mareos". El homeópata sonrió satisfecho y le contestó "Hombre de poca fe". 

El ermitaño y el homeópata emplearon la misma frase. Habían conseguido reducir todos sus males, excepto uno: seguía padeciendo mareos.


Javier Aragüés (mayo 2018)



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DIÁLOGO ENTRE GEMELAS





— No sé cómo explicarte que si solo hay un óvulo y lo fecunda un único espermatozoide, nos encontramos en esta situación —conversaban en el vientre materno. 

— Somos idénticas. Tenemos el mismo sexo. Desde luego es una ventaja que podamos usar la misma ropa. Tendremos la misma talla y puede que los mismos gustos — seguían hablando.

— Si  pertenecemos a ese grupo reducido de gemelas que son completamente idénticas, será así. Aunque no somos exactamente iguales, nuestras huellas dactilares son diferentes 


Ambas sintieron ganas de salir al mundo. Provocaron fuertes dolores y, casi al mismo tiempo, estaban en los brazos de dos enfermeras.

— ¿Estás contenta de que seamos mujeres?

— No sé qué decirte. Pero desde luego en este hospital por lo que veo trabajan como salvajes. Según les he oído comentar les exigen más que a los hombres y cobran menos.


— Sabes lo que pienso, que esto todavía tiene arreglo.




Javier Aragüés (mayo 2018)




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martes, 24 de abril de 2018

SUS DEDOS Y EL MAR

Junto a L´Estartit, las aguas bañaban el pequeño archipiélago de las islas Medas. Rodeaban cada uno de los siete islotes y, con buena mar, los trataban con indulgencia. 

La tramontana era el viento frío que arreciaba del norte y cuando soplaba despeinaba la escasa y desvalida vegetación de los peñascos. Al erosionar los rompientes, las esquirlas de las rocas junto con  la espuma del mar saltaban hasta que la siguiente ola las sometía y pulverizaba los restos. Todo se producía bajo un cielo que dominaba el cromatismo y extendía los tonos hasta conseguir un azul intenso, en contraste con el blanco calcáreo de los islotes.






El viento había soplado muy fuerte. Cesó al amanecer y sobrevino la calma mezclada con algunos silbidos amortiguados que evocaban las fuertes ráfagas de los días anteriores. Se oían los cánticos lejanos de gaviotas y cormoranes que contrastaban con la quietud y el silencio de las rocas. Los vientos estaban cambiando y alejaban la tramontana. 

El sol invitaba a sumergirse, aunque apenas había nadie en el agua. El mar expresaba una falsa calma que hacía desconfiar a los que conocían el lugar. En lo alto, un cielo sin nubes mantenía un azul intenso, mientras en los islotes el agua se remansaba sin detenerse, Se  veían flujos y pequeños remolinos entre los escollos que rizaban suavemente el mar de superficie, jugando a entretenerlo. 

El sol calentaba, la diferencia de temperatura con la superficie empujaba las masas de mar desde las profundidades, con sigilo y firmeza, para tomar una dirección inexorable buscando alejarse de la costa con movimiento constante e imperceptible desde fuera del agua. 

Era un día de verano que aprovechábamos para navegar. Habíamos preparado la travesía desde la Escala. Al arribar al puerto de L´Estartit fondeamos nuestra pequeña embarcación junto al islote del Medellot situado en la parte más septentrional del archipiélago de Las Medas. Era una zona tranquila y poco frecuentada, en medio de aguas profundas y removidas por una débil corriente que se sentía en la superficie. El buen tiempo hacía que el estado de la mar pareciera inofensivo

En el barco solo los tres: mi mujer, mi hija y yo dispuestos a disfrutar del día en el mar. La embarcación estaba amarrada a una boya de superficie. La corriente se dejaba notar y el cabo que la sujetaba cada vez se tensaba más, y producía  un ruido inquietante al alargarse. Era un quejido difícil de soportar y resonaba en mi interior. Yo estaba pendiente de que la fuerza de la corriente no superase la tensión del cabo, lo rompiera y liberase el barco dejándonos a la deriva. 

El cable soportaba los embates pero la tensión y el ruido de los tirones rompían el silencio y penetraban en mí hasta hacerme dudar. 
Me senté en la proa para controlar mejor el cabo, no pensaba en otra cosa hasta que sentí: ¡chof! en el agua, gire la cabeza. Era un sonido seco, inconfundible, el que producía un objeto pesado al caer al mar; se formaron círculos concéntricos y unas cuantas burbujas. Mi mujer gritó: "¿Mónica que has hecho?" Salté del barco y me tiré al agua, en el salto, mientras iba en el aire se agolparon deseos y temores. Mi pensamiento descontrolado dibujaba la imagen de la niña en el agua, semisumergida, la veía y me hacía preguntas desesperadas: ¿Se hundiría? o ¿podría mantenerse a flote?   

Al tirarme, según entraba en el agua, el frío se extendía por mis brazos, al llegar a la cabeza y  tocar mi nuca, me devolvió a la dramática situación, que por un instante me hizo pensar que todo eso no pasaba. Instintivamente me sumergí para buscarla. Bajo el agua, el verde oscuro, infinito y silencioso llenaba mis ojos, que se perdían sin encontrar nada. Estaba agarrotado miraba únicamente delante de mí, al girarme la vi. Aparecieron sumergidas las piernecitas agitadas. Me acerqué y pude tocarla con los dedos y ella me agarró con los suyos.  Comprobé que estaba bien, no había tragado agua, nadaba a su manera como lo hace una niña de seis años, lo suficiente para mantenerse a flote. 

Mi tranquilidad se esfumó en segundos. Mientras la sostenía por su cintura para que no se cansara, nos movíamos alejándonos del barco. La corriente se despertaba y nos empujaba a los dos fuera del Medallot con fuerza y rumbo al horizonte. Perdía las referencias e intentaba nadar para no dejar de ver el barco. Mi mujer asomada a la barandilla de popa nos observaba, no era consciente del peligro y decía: "Venga, ya está bien, venid". No podía contestarla. No quería decir : "no puedo", para no alarmarla. Tampoco podía malgastar las fuerzas, mientras sujetaba a Mónica para que no tragara agua, si se asustaba sería terrible. Intentaba que la corriente no nos alejara. Fueron unos segundos que parecían horas luchando contra lo imposible. Intentaba resistir para no desfallecer, pero me agotaba, a apenas la podía sujetar. Al no sentirla con mis dedos el pánico se apoderó de mí, ya no podía La corriente nos arrastraba. Mi mujer empezó a sospechar que no podíamos regresar. Agitaba los brazos con impotencia haciendo gestos para que volviéramos. Se produjo un silencio que parecía eterno.

Lo había dado todo por perdido y no sabía qué hacer para salvar a mi hija. Exhausto en el agua, vi a un velero de bandera francesa, agité los brazos para que nos viera, mientras gritaba: "¡Monsieur. Monsieur! S´il vous plait. S´il vous plait," Así varias veces, o muchas, no lo recuerdo. En un instante perdí toda esperanza porque el velero parecía alejarse, pero no. Arrió las velas, arrancó el motor y puso rumbo hacia nosotros. El patrón era un francés formado en la mar; con destreza, acercó el barco por la banda de estribor, atravesándolo para impedir que la corriente nos alejara más. Desde el agua, yo buscaba la mejor posición para coger a mi hija y subirla a bordo, el barco se movía con la corriente y no lo conseguía, a pesar de la ayuda del francés. Al verme tan alarmado y fuera de control, el hombre lanzó una guindola de salvamento sujeta a un cabo. Como si fuera un juego, le dije a Mónica que se agarrara fuerte al salvavidas, el francés recuperaba la guindola estirando del cabo. Yo seguía la estela, mientras mi hija sonreía. Al llegar a la altura del casco esta vez sí, conseguimos subir a la niña a bordo. Mientras la levantaba, pude acariciar sus dedos. Yo repetía una y mil veces: "Merci monsieur, merci monsieur".El patrón me tranquilizaba y le quitaba importancia: "déjà passé monsieur". Mi mujer no nos perdía de vista, pero los gestos de desesperación habían desaparecido de su rostro, ahora era placido esperando poder abrazarnos. 

A bordo del velero, junto a mi hija, miraba al patrón sin hablar y con una sonrisa tímida expresaba mi agradecimiento.

Mónica se movió y buscó mis dedos, al tocarla pensé que el mar y los hombres seguían siendo sorprendentes.


  1. Javier Aragüés (mayo de 2018)


LOS SIRGADORES DEL VOLGA

Entre los años 1940 y 1941, los bolcheviques pusieron en la
fachada de una casa deshabitada una placa de madera con la siguiente leyenda: 

En esta casa vivió 

gran pintor ruso, nacido en 1844, muerto en 1930.


Pero eso ocurrió algunos años más tarde del comienzo de la historia.
En la localidad costera de Kuokkala en territorio filandés, en una casa de madera rodeada de un gran jardín tupido de abedules, pinos y abetos Repin tendido en el diván de la sala, observa en el espejo de la pared, la figura de un hombre cansado y viejo, testigo de la agonía de una generación en la que después de la revolución comunista se centra toda la tragedia rusa. Es por esa causa que huye de San Petersburgo y se refugia en Kuokkala donde morirá y será enterrado en el jardín de su casa a la sombra de un abedul bajo una cruz de mármol blanco que los bolcheviques derribarán para sustituirla por una tabla de madera a modo de lápida. Pero eso también ocurrirá años más tarde.

Como es su costumbre, por la noche dormirá a la intemperie en la galería de su habitación. Tiene horror a lo cerrado y esté donde esté siempre duerme al aire libre. Por la mañana sube a su estudio donde una luz cenital límpida y fría entra a raudales por los cristales del techo. Dibujos a carboncillo, lápiz o tinta china, cuelgan de las paredes, mientras que decenas de bocetos de retratos de una época muerta, yacen en las estanterías cubiertas de polvo. De un gran cartapacio extrae los apuntes que había tomado para pintar su gran obra maestra, el cuadro que lo catapultó a la fama, “Los sirgadores del Volga”. Revisa las caras extenuadas de miradas desafiantes de hombres y mujeres que río arriba, en sentido contrario a la corriente, arrastran los barcos en un trabajo inhumano. Pero entre ellos queda grabada en su mente la cara demacrada, exhausta, de un hombre que, a pesar de su trabajo de esclavo, guarda un toque de distinción que le diferencia de todos los demás. Cuantas veces revisó esa carpeta, cuantas noches soñó con ese rostro que perturba su mente y le crea un sentimiento de culpa.

Antes de la revolución comunista de octubre de 1917, antes de que la caída del Imperio fuera para él una dolorosa sorpresa y un brusco despertar, frecuentaba el palacio de la duquesa Polixena y de su hijo Alexis, a los que había retratado en diversas ocasiones. El joven Alexis era el fiel representante de una sociedad privilegiada que vivía al margen del mundo real. En los corrillos de la corte se comentaba que estaba perdidamente enamorado de una de las jóvenes camareras de su madre, con la que había tenido una niña. Ahora en plena revolución comunista, confiscadas las tierras, abolida la propiedad privada, nacionalizada la banca y dirigido el gobierno por comités obreros, a la nobleza, a la aristocracia, para sobrevivir solo les queda el camino de la huida. Así, la noche en que decenas de obreros y campesinos armados entran en el palacio, saqueando, robando y prendiendo fuego por las estancias, Alexis con Irina y la niña huyen por uno de los pasadizos secretos que los conduce al canal donde les espera un barco que los llevará por el río Neva a las afueras de la ciudad.


Repin recuerda a Alexis remolcando un barco. Sus miradas se cruzan, pero no es capaz de ayudar. No es capaz de decir una palabra porque el miedo dirige su voluntad. Junto Alexis, una mujer que también está atada por su torso, le tiende una mano en la que sin pensar deposita unas cuantas monedas. Junto a los bateleros, una niña descalza llama a su madre. De forma febril sigue dibujando, su mano guiada por la rabia y por el contraste del oscuro sufrimiento humano y la claridad del paisaje, plasma la más cruda realidad de la desigualdad social.



Sara Laborda              24-4-18

lunes, 23 de abril de 2018

EL SOLIFLER Y SANT JORDI (microrrelato)










EL SOLIFLER    (microrrelato)


Iba avanzando la lectura. Con cada página vencida, caía un pétalo. Era un punto y aparte, otra victoria. A los pies del solifler reposaban las señales del amor como banderas arrebatadas al relato. Ante mis ojos el pequeño recipiente de cristal, solo. Un lecho de hojas a sus pies anunciaba el final. Creía tener el destino en mis manos. Un golpe de brisa y de nuevo al origen. Todo empezaba, ahora la podría conquistar.


Javier Aragüés (Sant Jordi de 2018)

jueves, 19 de abril de 2018

EL MILICIANO

Los milicianos republicanos. Civiles armados en la guerra civil 

El golpe de Estado fracasa en muchas partes de España, ese fue el caso de Madrid o Barcelona. En todas esas zonas la iniciativa inmediata de la lucha contra los golpistas y la reducción de los sectores que habían apoyado la insurrección corresponde, por lo general, no a unidades del ejército regular sino a milicias, surgidas en medio del desbarajuste del 18 de julio. Organizadas por determinados grupos políticos, sindicatos o asociaciones de izquierdas (PCE, PSUC, POUM, CNT, UGT), estaban formadas por individuos dispuestos a defender sus ideales frente a un ejército en rebeldía que venía a representar los intereses de los grupos más reaccionarios y conservadores. A ellas se unieron  los restos de los cuerpos de seguridad que por diversas razones se mantuvieron fieles a la República en determinados casos (Guardia civil o Guardia de asalto). Sin embargo, las milicias, cruciales en un principio, mostraron pronto su debilidad como fuerza militar.



A mediados del mes de julio de 1936, los sucesos históricos se precipitaron hasta desplomarse sobre las vidas de los españoles. 
Tal era su importancia que fabricó la historia durante gran parte del siglo XX.

El Madrid republicano estaba arropado por un cielo donde cabían calles, hombres y mujeres, miradas y paisajes. Algunos escritores apasionados con la ciudad definían el cielo de Madrid como literatura en estado puro. 

En la vida de los madrileños había un lugar preferente para la esperanza que venía de la mano de la República y de las libertades. Las ideas se paseaban sin complejos y esperaban servir a todos los que padecían desigualdades y miserias.  

Desde un principio, los intelectuales se pusieron a favor de la causa republicana, pero pasados los primeros años, reivindicaban la intelectualidad como un oficio, y ni siquiera la contienda civil podía despojarles de esa condición. No podía considerarse un pensamiento homogéneo y algunos pensaban que la inteligencia debía ser combatiente. El poeta, Rafael Alberti militaba en el partido comunista y aglutinó a pintores, periodistas, actores, escritores, políticos; tanto españoles como extranjeros. 

Desde luego abundaban los españoles de a pie, como Jesús, un madrileño que coqueteaba con esa nueva vida que parecía surgir. De ideas republicanas inculcadas por un viejo maestro de escuela. Jesús era un joven que trabajaba en una pequeña imprenta de la calle Mayor y estaba afiliado al sindicato de la UGT. Tenía la tez aceitunada y el entrecejo serio. Sus ojos se iluminaban con la luna y su rostro se apagaba con la tristeza de los que conocían la miseria. De día, el cielo de Madrid acariciaba su piel cuando paseaba por la Gran Via con sus amigos. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado y destacaba el blanco noble de su camisola en los días de fiesta, como aquel domingo.  


LA MUERTE DE UN MILICIANO




En un mes de julio sofocante, los rumores y las tensiones se desparramaban por el viejo Madrid. Hablaban de un pronunciamiento militar en el Protectorado de Marruecos, pero fue el sábado dieciocho de julio cuando se extendió a todo el territorio nacional. Al día siguiente, domingo diecinueve de julio, las calles eran un hervidero de gentes, carreras y tropiezos en todas las direcciones. Unos madrileños corrían hacia la Puerta del Sol, donde se encontraba el Ministerio de Gobernación; otros se dirigían a  Cibeles, frente a ella tenía la sede Ministerio de la Guerra, para protestar. En todas las bocas se leía la palabra traición y aparecieron  armas en manos de algunos de los  manifestantes. Los guardias de asalto, vigilantes del orden público, no intervinieron, algunos, incluso, se sumaron a los manifestantes.  



A LAS BARRICADAS (SE PUEDE ESCUCHAR HIMNO)

El lunes veinte se conocía que el levantamiento era en toda España y se había extendido a otras ciudades. Se hablaba de Barcelona, donde los rebeldes habían sido derrotados. La noticia enardeció a los madrileños que corríeron decididos hacia el Cuartel de la Montaña situado en el monte del Príncipe Pío.  El General Mola que había sido cesado tras la victoria del Frente Popular, se había dirigido hasta el acuartelamiento vestido de paisano. Él y 1364 hombres, entre oficiales, suboficiales y tropa, acompañados de un grupo reducido de civiles falangistas se pusieron del lado de la insurrección. 

Entre los madrileños que corrían para llegar al cuartel estaban Jesús y tres amigos. Habían conseguido armarse en uno de los repartos espontáneos que se hacían frente a los locales sindicales. Se sumaron a un grupo que estaba al mando del cabo de la benemérita, Leandro López. Juntos consiguieron alcanzar la fachada. Se lanzó un ataque combinado y un teniente coronel que mandaba las milicias ciudadanas intentó el asalto por el talud que daba a la Estación del Norte. 

El grupo de López, entre los que se encontraba Jesús, iba tomando posiciones para entrar en el edificio. Mientras se intensificaba el fuego cruzado, se parapetaron tras unos sacos terreros junto a la tapia. Se produjo un significativo silencio y desde el cuartel sonaron los acordes de la Internacional. Por una de las ventanas laterales se asomaron soldados que saludaban con el puño en alto. El acuartelamiento de infantería había caído. Todavía existían focos de resistencia que terminaron por sofocarse. Los últimos defensores se batían en retirada y seguía el intercambio de disparos. Uno de los rezagados se dirigió hacia el grupo de López agitando un pañuelo blanco, se acercó y cuando estaba junto a Jesús descerrajó el fusil sobre su cuerpo.

Junto a otros madrileños y entre sus amigos, Jesús se despidió acariciando la vida.


Javier Aragüés (abril de 2018)









domingo, 15 de abril de 2018

MAR MORADO



MAR MORADO



La punta del malecón se teñía de un blanco encrespado, luchando contra el lila tornasol de los rugidos del temporal. Arreció y llevó las gotas a sus mejillas. En un mar morado, el navegante la buscaba sin descanso. Ella se había entregado. Cansado de mirar las rocas entre celos y sufrimientos, mientras lloraba, el mar la arrojó a la playa.

Javier Aragüés (abril de 2018)

sábado, 14 de abril de 2018

Cal y Neva (Sara Laborda 10-4-18)





Neva nació en un pueblo muy lejano donde nunca se veía el sol. Los árboles, las casas y los caminos tenían los tonos blancos, negros o grises según las estaciones del año. Las gallinas eran negras de picos blancos. Los perros eran blancos con pintas negras. Las vacas eran grises con lunares negros. Los pájaros eran o bien todos blancos o todos negros.Los zapatos y los vestidos de los niños y niñas siempre eran grises, negros o blancos.




Cada día al salir del colegio, Neva y su amigo Cal, se sentaban en sus pequeños trineos a contemplar el plomizo cielo. Alguna vez una pequeña nube blanca les guiñaba el ojo, pero velozmente desaparecía devorada por un nubarrón que dejaba caer cientos de pequeños copos blancos, que les hacía correr a sus casas.

La vida en Trotski era realmente gris y aburrida.
Pero un día pasó algo sorprendente. Por el único camino que conducía al pueblo adonde nadie iba, llegó un pequeño carruaje tirado por cuatro caballos de crines blancas y negras. Parado en la pequeña plaza de casas blancas porticadas, los caballos relincharon y se alzaron en dos patas, de repente se abrió una de las puertas y los habitantes del pueblo estupefactos, vieron bajar del carruaje una niña de ojos azules, melena rubia, gorrito azul y un abrigo de lana roja.





Cal y Neva quedaron maravillados. Nunca habían visto semejantes colores. Decenas de veces abrieron y cerraron los ojos, como si aquella niña fuera una visión que pudiera desaparecer en cualquier momento. Iris, que así se llamaba la niña, llevando en su mano un pequeño maletín de cuero marrón se acercó a ellos y les habló en un idioma que no conocían. 




Cal y Neva aproximaron su mano y tocaron a Iris que les sonrió con la sonrisa más dulce que nunca habían visto. Iris con gestos les indicó que tenía hambre y sed. Neva sin dejar de mirarla la cogió de la mano y la llevó a su casa.

Los mayores del pueblo, sobre todo el alcalde Putin y su vieja madre vieron en aquella niña de brillantes y desconocidos colores un peligro para la pequeña comunidad.

─ Es una bruja ─ dijo la madre de Putin ─una bruja que nos encantará con sus ungüentos mágicos.

Tanto insistió, que Putin reunió a todos los habitantes del pueblo en la pequeña escuela y después de largas deliberaciones, decidieron que la encerrarían en un gallinero hasta que supieran que hacer con ella. 




Mientras, en casa de Neva, Iris abrió su pequeño maletín y sacó varios libros con hermosas fotografías. Por primera vez en su vida Cal y Neva descubrieron los colores.  Fotografías de un sol radiante en islas tropicales. Pequeños pueblos pesqueros con barcas de color blanco y rojo sobre el mar de un azul turquesa. Campos de verdes vides y trigo dorado salpicado con amapolas rojas. Todas las tonalidades de las flores y los frutos, en definitiva el color de la vida misma hizo que Neva y Cal lloraran de alegría.

La madre de Neva les dio de cenar, pero cuando Iris iba a acostarse en una pequeña cama en la habitación del muchacho, Putin con cuatro hombres entró en la casa y se llevó a la niña metida en un saco.

Aquella noche Cal y Neva la pasaron sentados junto la reja del gallinero de Putin. Iris permanecía serena y sonriente como si nada la asustara, pero los niños le llevaron mantas y bebidas calientes. Durmieron a la intemperie hasta que un gallo de madrugada les despertó con su “quiquiriquí”.




Empezaba a llover y unos nubarrones negros amenazaban tormenta cuando Iris les tocó a través de la reja del gallinero. Sonriendo miró al cielo y sus bellos ojos azules irradiaron un rayo de luz tan potente que las nubes se retiraron dejando ver un trozo de cielo azul por donde se coló un tibio destello de sol. En aquel momento un arco de mil colores apareció en el cielo. Iris silbó, y de entre las nubes apareció su pequeño carruaje tirado por los cuatro corceles blancos. La niña atravesó la reja, les dio un beso y subió al carruaje que se deslizó por aquel arco iris de colores hasta perderse en el pequeño agujero azul del cielo.

Cal y Neva junto al gallinero se frotaron los ojos pensando que todo había sido un sueño, pero al llegar a casa encontraron una carta dentro del libro de Iris, que decía:

“Queridos Neva y Cal. No viváis nunca en la oscuridad, buscar siempre la luz en las palabras, en vuestros actos, en vuestras vidas, y seréis felices”.

Cuenta la historia que, desde aquel día, en los veranos del pueblo de Trotski, un sol tibio ilumina los campos.



Sara Laborda                           10-4-18