domingo, 11 de noviembre de 2018

EL MANUSCRITO






MANUSCRITO



Antes de salir, miré al cielo. Dominaba un gris rotundo. Diluviaba. Rumié: "¡Qué fatalidad no haber cogido el paraguas!" Además hacía frío. Recibí tanta agua que mis huesos se quejaron y el manuscrito de mi primera novela lo tuve que escurrir en aquel café. Aunque pasaba cada día por delante, no me detenía y nunca pensé que tuviera que recurrir a aquel "bareto" que esa mañana estaba oculto tras el vaho de los cristales. Entré. Era un bar pequeño. Me intenté secar junto a la única estufa de butano que se refugiaba en un rincón con el manuscrito en la mano. Era una tarea difícil. Todos se agolpaban en aquel mismo ángulo. 

Entró un hombre obeso. Sin permiso, se sentó ante el tímido calor que emanaba de la rejilla atornasolada del calefactor. Sus descomunales dimensiones absorbían toda la temperatura. 

Yo estaba empapado. Tiritaba como el resto de 
la clientela —como todos— , excepto aquel hombretón. Me acerque a uno de ellos y le pregunté.

—¿Quién es que aquel hombre entrado en carnes?

—Es un cliente asiduo. Un editor de novelas "porno". Tiene  muy mala reputación. Ni se
 acerque a él.  Cualquier cosa que le pida se la cobrará con creces.

Por un momento pensé en mi novela. Miré al hombrón y desistí.

Mi futuro libro no se salvó, pero tuvo un final épico. Me consolaba ver cómo la lluvia había conseguido que la tinta discurriera por los folios, arrastrando a su paso cada la letra, hasta destrozar por completo el final de la novela. Eso me alivió. Al día siguiente me sentaba a escribir.


Antes de reanudar la novela, decidí salir a primera hora y me encontré a Txomin. Yo era su mejor amigo. Él también escribía. Me empezó a contar la historia para su próxima novela. El narrador lo hacia en tercera persona y él —Txomin—  era el personaje. Cogío el paquete folios empapado y comenzó a leerme.

En el cielo había un nubarrón. Txomin no había cogido el paraguas. Antes de que hubiera salido del edificio comenzó a diluviar. 

Los taxis que circulaban próximos a la acera levantaban una cortina semicircular de agua sucia. Intentó sortearla sin éxito. Luchaba contra el destino. Calado, se sintió afligido. Pasaba la mano una y otra vez por su ropa con la osadía de secarla y quitar las manchas de agua y barro; con la otra, intentaba proteger el manuscrito. Era inútil. No muy lejos había un café. Txomin pasaba todos los días por delante y lo ignoraba; aquel día le llamó la atención por los cristales empañados. Le pareció que cobijaban, un ambiente cálido. Decidió entrar para resguardarse. Sorprendido, se topó con un interior inhóspito y atrotinado. Cuatro mesas y alguna silla —no más de diez— y en un rincón una estufa solitaria con una doble misión: combatir el frío  y la humedad. Después de que entrase Txomin, lo hizo un hombre obeso. Todos le saludaron y le hicieron sitio junto a la estufa. Por las dimensiones, ese hombre absorbía todo el calor que desprendía el aparato.

Aquel hombre y la reacción del resto, sorprendieron a Txomin. Uno de los clientes, algo apartado del grupo, le miró con gesto de complicidad y le dijo:"No se extrañe, este hombre es un cliente habitual. Todos le conocemos. Tiene una editorial cerca y muy mala fama. 
Bajó el tono de voz y le susurró al oído: "Solo publica a los autores que consienten sus perversiones sexuales". 

Txomin se alejó algo contrariado y se pudo sentar junto a la puerta. La humedad y el frío se colaban sin permiso. Él sujetaba el manuscrito de su primera novela, que se había transformado en un débil rollo deforme de papel mojado. Los dos chorreaban. Sacudió el paquete de folios. Las gotas de agua se deslizaban por cada hoja, teñidas de azul por la tinta de su pluma, hasta golpear en el sucio suelo. Allí se detenían. Azorado, buscó con urgencia la última página al conseguirlo
se encontró un gran borrón con la forma de un insecto monstruoso. No lo pudo evitar y estuvo en un tris de ponerse a llorar.

Por un momento pensó que la lluvia le había favorecido y se sobrepuso. Al mirar la mancha, parecía que le hablaba. Sin dejar que dijera una palabra, se anticipó: "¿Te das cuenta en lo que te has convertido? Pues sí, eras un final  desafortunado que hoy mismo pensaba reescribir". 

Txomin y yo, llevábamos vidas paralelas, la de dos escritores mediocres.







Javier Aragüés (noviembre 2018)

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