viernes, 30 de noviembre de 2018

RELOJ DE BOLSILLO






Querido señor Germain:

He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.

Albert Camus

Era puntual, seguía con fidelidad lo que marcaban las agujas de su pequeño reloj de bolsillo. Aunque no estaba de moda, don Olegario y él eran inseparables. Adoraba sus formas redondeadas, los rebordes romos que manoseaba a menudo y las inquietas manecillas que observaba con detenimiento. Obligado a llevar chaleco, don Olegario lo ocultaba con cariño, en un disimulado bolsillo de ojal del lado izquierdo. Mostraba sobre un costado una pequeña correa de cuero, combada y abrochada junto a un botón central. Cuando entreabría la americana, levantaba los brazos, semidoblaba los codos e introducía las manos en las hombreras y en esa postura, insinuaba el reloj y hacía de don Olegario, además de un querido maestro, un hombre entrañable. Don Olegario aprovechaba cada momento de soledad y parecía hablar solo, con su reloj en la mano, mientras le miraba iniciaba un silencioso diálogo.

— ¿No te cansas de acariciarme? 

—Si lo hago es porque lo necesito. Formas  parte  de mí —decían sus ojos cansados.

—De acuerdo. Pero al tocar mi cuerpo de metal, a veces frío cuando me dejas en la mesilla por las noches, ¿no te das cuenta de que soy un simple objeto? 

—Tú eres el resumen de mi vida. Lo sabes todo sobre mí. Siempre juntos. —Lo expresaba moviendo sus dedos.

— ¿Te acuerdas de cómo nos conocimos?

—Claro. Era mi cumpleaños. Laura, mi mujer, me acercó una caja pequeña, de terciopelo negro, con cierre articulado que cuesta vencer. Abrí el estuche y allí estabas tú, de golpe, sin presentarnos. ¡Qué ilusión! Tantos años que esperaba tener uno...  


— ¿Recuerdas aquel día, en el salón de actos del instituto?

—Fue un día especial. Estaban todos mis compañeros y algunos alumnos, que eran hombres respetables. El director dijo mi nombre y me invitó a pronunciar unas palabras desde el atril.

—Recuerdo que te costaba hablar, se te apagaba la voz, hasta parecía que tartamudeabas.

—No hombre, es que me emocioné. No esperaba un homenaje con tanta gente en el día de mi despedida como maestro. Sí, es cierto, me emocioné, sobre todo en el momento en que el director dijo: "Te recordaremos como el profesor dedicado a la enseñanza, que no esperaba nada a cambio. Tan solo el reconocimiento de sus alumnos". No me pude contener. Y comencé a llorar delante de tanta gente.

—Tengo un mal recuerdo del día que te caíste.

—Sí, esa es otra historia. Pero vamos, que son las dos, se nos hace tarde. Hay que volver a casa, Laura tendrá la comida preparada. 

Olegario guardó con delicadeza, el reloj en el bolsillo de su chaleco. Caminó por el paseo sinuoso, que cada día se le hacía más cansino. Al llegar a casa exclamó:"¡Laura! ¡Laura! "

Pasó un buen rato. Echó la mano al bolsillo de su chaleco, miró la hora y pensó: "Qué raro, me parece que hace días que Laura se retrasa".    


Javier Aragüés (noviembre de 2018)









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